Por Alejandro Moreno
“La orden es exterminar a
los hampones”, lo dijo así, de manera tajante, con seguridad y transparencia el
no identificado funcionario del Cicpc, en una entrevista de Venezuela al
día. Viene a confirmar así lo que ya quien esto escribe sabía con seguridad y
había expuesto en artículo anterior bajo el débil encubrimiento de un “se
habla”. La justificación moral que marca una regla “normal” de conducta es lo
más preocupante: “Esto es algo –son sus palabras– que estábamos esperando desde
hace tiempo. Al principio fue un poco amargo pero después lo vas viendo normal
porque sabemos que no estamos matando a inocentes.
La idea es exterminar a los
malos tal y como fue ordenado”. La preocupación aumenta cuando nos expone sin sombra
de duda el mecanismo ya establecido de impunidad: “Hay muchas denuncias en
contra de nosotros, pero no proceden por el hecho de que eso está hablado
internamente”. Así, llega a exponer su frialdad afectiva: “Me ha tocado matar a
muchos delincuentes en frente de sus hijos, esposas y hasta madres”. ¿Nos
asusta la crueldad de los nazis de la Gestapo?
El Estado venezolano
finalmente parece haberse despertado del largo sueño que mantenía sus ojos
cerrados ante la inseguridad. Y se despertó volviéndose más violento, injusto,
inmoral, cruel y frío que los mismos violentos. Reacción instintiva, pasional,
irreflexiva, criminal en sentido estricto.
Luego viene Bernal a
twittear: “Es necesario ocupar militar y policialmente algunas zonas de Caracas
para recuperar y garantizar la seguridad de los venezolanos”. ¿Como se hizo en
El Playón, Mérida, por ejemplo? ¿Con policías como el arriba señalado y
militares como los de Tumeremo, para traer a cuento lo más reciente?
Un ministro de la llamada
“cuarta”, de cuyo nombre prefiero no acordarme, propuso lo mismo refiriéndose a
los barrios. La propuesta de Bernal también está motivada por acontecimientos
de barrios: los Sin Techo y El Cementerio. ¿Para llegar a estas coincidencias
hace falta una “revolución”?
No se elimina la violencia
con más violencia, redoblándola, exacerbándola, institucionalizando la
arbitrariedad y el crimen indiscriminado. Se la puede disminuir y controlar
abriendo bien los ojos al conocimiento preciso de esa realidad tal como se da
de hecho, estudiando, junto con las comunidades que la viven y los expertos que
la analizan, los factores que la facilitan y apoyan, elaborando con el uso de
la razón y la sabiduría, instalados en la honestidad, la ética y la ley, los
medios de acción que parecen más adecuados, pero siempre modificables.
05-04-16
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