Por Piero Trepiccione
La conferencia episcopal
venezolana recientemente ha emitido un comunicado que no tiene desperdicio.
Parte de lo que señala indica: “…Nunca antes habíamos sufrido los venezolanos
la extrema carencia de bienes y productos básicos para la alimentación y la
salud, junto con otros males como el recrudecimiento de la delincuencia asesina
e inhumana, el racionamiento inestable de la luz y el agua y la profunda corrupción
en todos los niveles del Gobierno y la sociedad. La ideologización y el
pragmatismo manipulador agudizan esta situación…” el mismo finaliza con un
contundente exhorto al Poder Ejecutivo Nacional para que “escuche al pueblo en
sus clamores”.
El provincial de los
jesuitas en Venezuela Arturo Peraza s.j. ha declarado que
“…Adicionalmente, tienes las estructuras de corrupción, que no son atacadas de
ninguna forma. Son señales que, efectivamente, corroen al sujeto social. Sí,
puede haber gente que obtenga beneficios a corto plazo en situaciones
coyunturales, pero terminan devolviéndose como un Frankenstein en
contra de sus creadores. Es algo que está ocurriendo…”
El papa Francisco se ha
referido en varias oportunidades a la situación actual del país e inclusive le
ha enviado una carta al propio Presidente de la República. Su interés por esta
nación se resume en los siguientes términos: “Sigo con preocupación todo
lo que está ocurriendo en Venezuela”.
En esta misma tribuna
escribí a finales del 2015, “La ecuación es simple, si se radicalizan los
conflictos políticos y se nos presenta una guerra de “poderes” en Venezuela,
los niveles inflacionarios y de desabastecimiento pudieran llegar a cifras
históricas en la región. El padecimiento de la colectividad se incrementaría
con la consecuente tensión social en alza. Si por el contrario, el liderazgo
político comprende la magnitud de la situación-país y se propician encuentros
puntuales para generar alternativas de políticas públicas que puedan impactar
en el corto y mediano plazo la dinámica económica nacional, la cooperación
funcionaría como una válvula de escape que aliviaría la tensión social y
detendría el socavamiento del sistema político.”
El fenómeno migratorio que
vive la sociedad venezolana actual es “dramáticamente espantoso”. Nuestros
jóvenes se nos están dispersando por todo el planeta. Buscan revivir la
esperanza, calidad de vida y la construcción de un futuro mejor. “En el
siglo XX, Venezuela no fue un país con una cultura migratoria. Actualmente, hay
venezolanos en por lo menos 96 países del mundo”, según el sociólogo Iván de la
Vega (UCV), quien desde el año 95 realiza estudios sobre tendencias
migratorias. Adicional a ello “más del 51% del total son profesionales con
especializaciones, postgrados, maestrías o doctorados. Esto representa una
pérdida importante del capital intelectual. A la fecha, no existen políticas
públicas por parte del gobierno para aminorar este éxodo masivo, no hay medidas
para contactarlos y captarlos”. Finaliza describiendo este fenómeno el
profesional de la sociología, al que oficialmente no se le ha prestado atención
o especial interés.
Si sumamos a estas señales
las cifras oficiales de recrudecimiento de la violencia en nuestra sociedad en
la última década y los niveles de desabastecimiento de algunos productos que
ronda el ochenta por ciento; se configura un cuadro “extremadamente complejo”.
Pero hay más… El Fondo Monetario internacional ha pronosticado que en la
nación caribeña la caída de los precios petroleros profundiza los
desequilibrios macroeconómicos preexistentes, por lo cual la inflación será
cercana a 500% en 2016 y a 1.600% en 2017”.
Estas señales de alerta que
llegan por diferentes vías, instituciones y personalidades no pueden
seguir siendo ignoradas. Ya es tiempo que el Estado visualice la
situación no desde las perspectivas del Poder sino “desde abajo”. Desde la
óptica de las personas comunes y silvestres que circulan por nuestras calles
buscando la supervivencia diaria. El momento político actual no puede ser
abordado exclusivamente desde el aferramiento al poder. Todo lo contrario. Si
somos incapaces de leer las señales del entorno-país las consecuencias van a
ser aún más duras que las que se están padeciendo ahora. En esta circunstancia
especial que vivimos, más que nunca tiene vigencia aquella máxima que dice “la
voz del pueblo es la voz de Dios”. Por eso la Iglesia ha puesto tanto énfasis
en la necesidad de “escuchar”. De ser proclives a comprender cabalmente las
señales duras provenientes de la realidad. El poder no es para siempre y mucho
menos lo es para inmovilizar los anhelos colectivos de una búsqueda permanente
de mejor calidad de vida. Si las alertas se ignoran, los accidentes
históricos serán altamente factibles…
08-05-16

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