Rafael Quiñones 19 de julio de 2016
Para
quienes leen la historia como parte de una gran teoría conspirativa (como las
que parodiaba Umberto Eco en el Péndulo de Foucault), el renacimiento del
autoritarismo en Venezuela desde hace 17 años se debe exclusivamente a los
planteamientos del llamado Foro de Sao
Paulo. Casualmente muchos de los que mueven esta coartada son los que aún
sueñan con un héroe de charreteras que,
haciendo uso de la ideología adecuada,
termine erigiendo a Venezuela al primer mundo, llámese Pinochet o Pérez
Jiménez. Si Hugo Chávez -en los noventa- quedó seducido por el sistema político
cubano, no era porque deseara que Venezuela entrara en el post-capitalismo,
sino que los Castro habían logrado el sueño húmedo del fallecido Comandante,
que no era otra cosa que un país funcionara como un cuartel.
Esta
fascinación militar de Chávez no era una patología exclusivamente suya. De
los 180 años de vida republicana de
Venezuela, sólo una pequeña parte de sus gobernantes fueron civiles, por lo
tanto el mito de la eficiencia militar en la política nacional era todavía
fresca al finalizar el siglo XX en nuestro país. Pero más que eso, la
fascinación de exportar las lógicas militares al mundo civil tenía raíces
profundas en las pulsiones inconscientes de la sociedad venezolana más
allá de su historia política (toda
América Latina vivió largos períodos de dictaduras militares y el Estado en la
región surgió de los ejércitos libertadores).
El
militarismo, que no es otra cosa que la ideología que justifica que la sociedad
sólo puede ser gobernado bajo criterios militares, no es un modelo de
pensamiento que hace vida sólo en el mundo castrense en el país, sino que
muchos civiles deliran con país uniformado en verde oliva. Si una parte del
mundo civil venezolano quedó encantado con la melodía militarista es que la
misma sonaba de manera muy placentera a los oídos de nuestros compatriotas a
finales del siglo XX debido a las circunstanciales sociales y políticas del
momento.
Reivindicar
los 40 años de democracia anteriores al chavismo no implica idealizarlo. El
radical proceso de modernización física y política de Venezuela a partir de
1958 fue formidable, sin embargo sufrió un profundo declive desde finales de
los 70, que implicó un sustancioso deterioro de las instituciones de
convivencia en el país y la masificación de la pobreza. El deterioro
institucional del país trajo consigo lo que era
lógico: la desintegración social, la anti-sociedad de masas, donde las
mayorías sociales (sean del estrato económico que fuese) se convirtieran en una
masa desorganizada y desestructurada de furiosos individuos que no tenían nada
en común que el odio hacia el statu quo de las cosas (Arendt dixit).
El hombre-masa
venezolano (pobre o rico) necesitaba de la confianza y la certidumbre que una
ideología podía dar como era el militarismo. En América Latina, cuando Chávez
intenta dar su fallido golpe, sólo había
un país donde era vigente ese modelo: Cuba. La dictadura del proletariado en la
isla caribeña no le atraía a Chávez porque redimiera al proletariado, sino
porque era la única dictadura disponible en el hemisferio como modelo.
Cuba
no representaba el socialismo civil y anti-militarista de la socialdemocracia
burguesa, sino el personalista, el que funde al gobernante de turno con el
“Líder y Padre de la Patria”, como Stalin, Mao y Fidel. El mismo socialismo de
las organizaciones verticales que convertían a las sociedades en masas, para
así ser moldeadas por la ingeniería social del Estado Totalitario, un Estado
Militar. Un Socialismo del Siglo XXI que no quería destruir unas instituciones
para reemplazarlas por otras, las revolucionarias, sino que simplemente no
hubiera ninguna, donde los ciudadanos son masas histéricas que para
disciplinarlas, el molde perfecto es el cuartel y la barraca. El individuo
convertido en masa quiere seguridad y una forma de satisfacer esta pulsión es
la obediencia y la rutina, que son justamente las virtudes más valoradas en el
mundo militar. Por ende, añorar un mundo que se rige por la lógica militar se
vuelve muy apetitoso, más allá de las distinciones políticas entre derecha e
izquierda. El militarismo, como ideología para disciplinar a las masas,
antepone lo que la Escuela de Frankfurt llamaba Racionalidad Instrumental en el
pensamiento de las personas.
La
Racionalidad Instrumental se caracteriza por su heteronomía, es decir, que de
que las reglas de convivencia con que vive el ser humano le deben ser impuestas
autoritariamente y contra su voluntad. Necesita para su funcionamiento valores
como sumisión y conformismo, que son esenciales para el combate en el campo de
batalla, donde la crítica y la razón no tienen lugar en la lucha contra el
enemigo. Maquiavelo decía que la suma disciplina hacía a los guerreros
valientes y la indisciplina cobardes. Pero en el mundo de la política y
especialmente de la democracia, la Racionalidad tiene que ser Comunicativa
(Habermas), donde las normas, valores y acciones no se sustentan en la imposición
arbitraria sino en el consenso razonado.
El
militarismo que ya era de por sí era
malo con Chávez, un ex militar que sintió que lo mejor de la sociedad
venezolana era el cuartel donde hizo
vida y que por ende debía ser
trasplantado al resto de la nación, mutó a ser doctrina dominante del chavismo
civil al actual. Ahora, el Presidente “obrero” Nicolás Maduro ha decidido para
resolver la terrible situación económica y social del país, no el entregar los
medios de producción al proletariado como la doctrina marxista lo exige, sino a
la bota militar. El lunes 11 de julio del 2016, el Presidente de la República
convirtió a su ministro de la Defensa, Vladimir Padrino López en una especie de
Primer Ministro para Venezuela. Ante una muy estatizada economía nacional en
etapa criminal se ha impuesto la Gran Misión
de Abastecimiento, donde los ministros civiles se tienen que subordinar
a partir de la fecha a lo que decida el alto mando militar. Puertos,
aeropuertos y varias empresas amanecieron esta semana con fuerte presencia de
efectivos de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana. Esta situación no parece
que vaya a revertirse en el corto plazo.
El
oficio militar es una profesión tan respetable como cualquier otra, pero su
Racionalidad Técnica no la capacita para ser la mejor brújula en política. La
política necesita, como afirmaba Kant, que la sumisión a las normas y poderes
establecidos sea a través de la libertad y la controversia. Lo militar en
cambio lo que necesita para vivir es la
obediencia y la armonía social para poder ser eficiente. Georg Heinrich von Berenhost, ordenanza de Federico el
Grande, dijo que Prusia: “No es un país que tiene un ejército, sino un ejército
que tiene un país que simplemente está desplegado”. Eso es lo que somos, un
país dirigido por un ejército, donde el
sargento todavía no ha ordenado romper filas.
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