Por Ismael Pérez Vigil, 30/07/2016
En la medida en que se agrava cada día la situación y se aproxima un
desenlace al régimen instaurado por Hugo Chávez Frías en 1999, comienzan a
circular propuestas y análisis de cuáles son las correcciones y ajustes, sobre
todo a la economía, que hay que introducir en el país. Algunos solo piensan en
estos ajustes económicos, pero el daño es mucho más profundo, también en lo
político y sobre todo en lo social; de allí que se imponga hacer una especie de
“inventario” acerca de que es lo peor de los últimos 17 años.
La respuesta a esa pregunta no es fácil. Trate quien lea estas líneas
de hacer el ejercicio. Le aseguro que se sorprenderá, como yo me sorprendí, de
lo complicado que puede ser dar esa respuesta si alguien lo preguntara.
Lo peor no es la burla de Constitución que aprobaron a la medida de
Chávez Frías, cuando muchos en el país teníamos la esperanza de una renovación
profunda.
Lo peor no es la violación continua del régimen a esa Constitución, que
en momentos de su aprobación fue aplaudida y aprobada por el propio régimen.
Lo peor no es la concentración de poderes, la disolución del estado de
derecho y las instituciones.
Lo peor no es la politización de la Fuerza Armada y el intento de la
militarización de los civiles, creando y pretendiendo entrenar milicias, para
supuestas “guerras asimétricas” y ahora “económicas”, señal inequívoca de un
Gobierno que se siente derrotado.
Lo peor no es el desprestigio sistemático y sostenido y la campaña
contra la política y los partidos, el haber privado a éstos de fondos del
Estado, para hacerlos más vulnerables, debilitando el sistema democrático.
Lo peor no es contemplar la corrupción impune, sin que los poderes
públicos hagan nada, viendo crecer desmedidas fortunas, de la noche a la
mañana, mientras se dilapidan miles de millones de dólares en, por ejemplo,
aviones presidenciales, viajes multitudinarios al exterior y en ropa y atuendos
para la Presidencia de la República.
Lo peor no es ver gastos sin control, ni rendición de cuentas, mientras
crece el desempleo, la economía informal y la pobreza.
Lo peor no es tener Poderes Públicos títeres, que solo obedecen los
mandatos del Palacio de Miraflores, sede del Gobierno.
Lo peor no es haber destruido la confianza en los procesos electorales,
a través de la manipulación del registro electoral, de los circuitos
electorales a conveniencia del gobierno, la permisividad del uso de los
recursos del estado y el abuso de poder, el control del Consejo Electoral,
hasta poner a dudar a la gente de su validez como alternativa para resolver los
conflictos de poder en la sociedad venezolana.
Lo peor no es haber politizado el sistema judicial, que se haya
pervertido a los jueces y haberlos convertido en arma para perseguir a los
disidentes, enemigos políticos o a los periodistas y medios de comunicación.
Lo peor no es que se haya incrementado el desempleo y la pobreza,
mientras se gastaban millones de dólares en propaganda en el exterior, para que
todos pensaran que aquí hay una “revolución” trabajando por los pobres.
Lo peor no es haber destruido la industria petrolera y que hayan
arruinado y desmantelado el cincuenta por ciento del parque industrial del
país.
Lo peor no es la mentalidad de buhoneros que han fomentado en la
población y que nos está dejando miles de “bachaqueros”, aunque sean la viva
demostración del ingenio de un pueblo que se niega a morir de hambre.
Lo peor no es tener un gobierno “neo liberal”, despótico y autoritario,
pero con ínfulas de socialista y una vaga ideología marxistoide, que aplica
ajustes de shock a la población y castiga a los más pobres con la inflación,
que es el peor de todos los impuestos.
Todo lo mencionado, y lo que cada quien pueda añadir, eso es muy malo,
pero no son más que los efectos de un mal Gobierno.
Lo peor lo vamos a encontrar en el terreno de los principios y valores
sobre los que estaba cimentada la sociedad venezolana. Por ejemplo, ese
sentimiento que desde Chávez Frías, e intensificado por Nicolás Maduro, nos han
metido en el alma, en los pliegues de la piel, en los recovecos del corazón, en
los intersticios de nuestra humanidad, con esa predica constante, soez y
abrumadora desde hace 17 años, de odio, de resentimiento, de venganza, de división
de clases, de antivalores y que hoy nos hace ver con recelo y desconfianza a
los demás seres humanos, que nos hace dudar de ser solidarios ante las
desgracias de otros, del sálvese quien pueda, del ponme donde hay, de dame lo
mío. Eso es lo peor y lo que la historia y los venezolanos no le perdonaremos a
Hugo Chávez Frías y a Nicolás Maduro.
La tarea más dura, el “ajuste” más difícil, será la ingente tarea
educativa y moralizadora, en la que tendremos que participar todos los
venezolanos, para reconstruir los valores y principios en la sociedad
venezolana, acostumbrada al populismo, a los pedigüeños, a la corrupción, a la
irresponsabilidad en el cumplimiento de deberes y tareas. Para construir una
sociedad con bases firmes y estructuras solidas, un proyecto compartido de
país, sustentable, que permanezca en el largo plazo para garantizar un futuro
de progreso y bienestar para todos los venezolanos.
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