MARYA GONZÁLEZ NIETO 05 de septiembre de 2016
Los
tepuyes del Escudo del Guayana, un grupo de montañas de una gran sabana de más
de un millón de kilómetros cuadrados situado en el norte de Sudamérica, están
en peligro por el turismo. Así lo afirma un equipo de científicos que lleva
trabajando en la zona desde 1984. Estas montañas han sido inspiración tanto de
la literaura, con El Mundo Perdido de Arthur Conan Doyle, como del cine, con la
película de Píxar UP. Para los investigadores, estos tepuyes son auténticas
joyas para estudiar el origen y la evolución de sus ecosistemas. Los tepuyes
son un paraje muy remoto en el que todo ha evolucionado por sí mismo, sin la
intervención del hombre. Ahora, una serie de plantas invasivas introducidas por
el hombre amenaza con desplazar y extinguir las especies autóctonas, por lo que
los científicos reclaman un plan inmediato para restringir el acceso a las
montañas y así proteger la biodiversidad de la región del Guayana.
En
total hay unos 60 tepuyes que abarcan varios países latinoamericanos, lo que
dificulta la gestión y conservación del entorno. Los tepuyes son montañas altas
con forma de mesetas, cimas planas y paredes verticales. Se trata de uno de los
lugares más antiguos de la tierra, con dos mil millones de años de antigüedad,
del periodo precámbrico. Y a pesar de su antigüedad, es uno de los lugares
mejor conservados. Debido a las paredes verticales que dificultan el acceso a
las montañas, las cimas se encuentran casi intactas a las acciones de los
humanos. De hecho, de los 60 tepuyes que existen, tan solo se puede subir a
dos, al Roraima y
el Ayantepui. Por este motivo, el turismo nunca ha sido una gran preocupación
para los científicos porque el impacto del hombre sobre el entorno era muy
bajo, si se piensa en términos generales.
Pero
esto ha cambiado. En 2010, un equipo de investigadores descubrió la presencia
de 13 plantas invasoras en la cima del Tepui. Esas plantas no pertenecían ni al
Roraima, ni a ningún otro Tepui y dos de ellas son especialmente agresivas, las
gramíneas Polypogon elongatus y Poa annua. En
aquel momento no se le dio mucha importancia, pero en una visita posterior los
investigadores han comprobado mediante un estudio profundo y detallado que esas
plantas ya se han extendido por varios puntos de la cima del Tepui y es a
partir de este momento, cuando van a empezar a expandirse. “El problema de las
plantas invasoras es que crecen más rápido que las autóctonas, a las que
desplaza y el peligro es que se pueden extinguir”, explica Valentí Rull, del Instituto de Ciencias de la Tierra Jaume
Almera-CSIC y uno de los científicos del estudio junto a Teresa Vegas
y Elisabet Safont, de la Universidad de Barcelona. Los resultados de la
investigación se han publicado en la revista Diversity
and Distribution.
“Ahora
mismo podemos cogerlo a tiempo, pero hay que actuar ya, con urgencia”, advierte
Rull. La zona de los tepuyes cuenta con una protección legal muy amplia. La
Gran Sabana es patrimonio natural de la Humanidad y sobre el papel existen
varias figuras para protegerlo, como el Parque Nacional Canaima. Pero la
realidad, según señala el investigador es que son leyes vacías. Al tratarse de
una zona tan grande, la Gran Sabana abarca el territorio de varios países lo
que dificulta la creación de planes de gestión y conservación de los tepuyes.
“Existe un organismo, el Fondo para la Protección del Guayana (GSF, por sus
siglas en inglés), en el que están representados todos los países de la zona y
que además tiene bastantes recursos para hacerse cargo de la conservación, pero
su ámbito de actuación es limitado”, cuenta Rull.
Los
científicos reclaman dos medidas principales. La primera es un plan urgente que
restringa el turismo al Roraima y al Ayantepui. Que ese plan determine quién
puede subir, a qué y en qué condiciones. Y la segunda es un plan de actuación
completo y a largo plazo por parte de un organismo internacional como el GSF.
“Es una zona demasiado importante como para dejarla en manos de un solo país”,
cuenta Rull. Pero los investigadores también admiten que esto es muy complicado
porque la mayor parte de los tepuyes, unos 50, están en suelo venezolano.
“Ellos protegen su territorio y no quieren que nadie gestione lo que es suyo”,
explica Rull. El problema, según el científico, es que Venezuela no tiene
infraestructuras suficientes para conservar los tepuyes. “De lo que hay que
convencerles es de que se trata de una ayuda y no de una invasión”, señala.
Rull
lleva trabajando en los tepuyes desde hace más de 30 años. Su equipo empezó a
investigar el origen y la evolución de la biodiversidad en las cimas de estas
particulares montañas que por su belleza y su singularidad ha servido de
inspiración tanto a la literatura como al cine. Arthur Conan Doyle ambientó su
novela El Mundo Perdido en este lugar y uno de los tepuyes era
la meta que debía alcanzar el protagonista de la película de Pixar UP.
Pero toda su belleza es superficial en comparación con el valor ecológico que
tiene para los científicos. “En Europa, por ejemplo, es imposible estudiar cómo
sería la biodiversidad sin la intervención del hombre”, cuenta Rull. “En los
tepuyes, en cambio, podemos observar de primera mano ecosistemas naturales que
jamás han sido modificados por el hombre. Esto es único y lo podemos perder”,
explica Rull.
En
2003, el motivo de estudio de Rull y su equipo cambió. El conocimiento del
cambio climático les llevó a intentar aplicar los conocimientos que habían
adquirido sobre los tepuyes a su conservación. Establecieron el Roraima como el
campo de estudio principal porque es el que mejor está estudiado y fue entonces
cuando comenzaron a ir de forma más sistemática. “Ahí fue cuando nos dimos
cuenta de que el impacto del turismo era mayor del que pensábamos”, explica.
El
Roraima recibe entre 3.000 y 4.000 visitantes al año. El Gobierno Venezolano ha
realizado en más de una ocasión tareas de limpieza en el Tepui y en la última
batida, en 2014, los voluntarios retiraron de allí más de una tonelada de
basura. Pero esto ni siquiera había supuesto un verdadero peligro para la
biodiversidad hasta que han aparecido las especies invasoras que amenazan con
extinguir parte de la diversidad del Roraima y por extensión, del resto de los
tepuyes. La solución a este problema sería sacar de allí a todas las invasoras,
pese a que esta medida resulte muy impopular, tal y como reconoce Rull.
Pero
el peligro no acaba aquí. Hay otro problema pero en esta ocasión, para los
habitantes indígenas de las faldas de las montañas. La presencia de una
bacteria fecal humana, la Helicobacter pylori, en las zonas
próximas a los campamentos ha puesto en alerta a los científicos. Se trata de
una bacteria que afecta a alrededor de una 50% de la población mundial, pero en
esta zona tiene una prevalencia muy baja, entorno al 11%. Pero la presencia de
esta bacteria en los lugares de los que se abastecen todas estas poblaciones
indígenas puede convertir el lugar en un auténtico pozo de infección. “Y todas
las aguas de las cimas de las montañas van después a los ríos Orinoco y
Amazonas por lo que buena parte de ambos ríos, se puede contaminar con la
bacteria”, cuenta Rull.
Por
todos estos motivos, los científicos reclaman un plan de medidas urgentes que
regule el turismo. “Y luego vigilar que eso se cumpla, porque también hay mucho
turismo ilegal y mucha corrupción”, cuenta Rull. El investigador explica que
hay mucha gente que va a practicar deportes de riesgo, sin ningún tipo de
permiso, pero pagan y hacen lo que quieren. Mientras que ellos, para ir, tienen
que meterse en un proceso burocrático de dos años y en algunos casos, después
de ese tiempo, ni siquiera les dan el permiso. “Esto es muy contradictorio.
Porque los que vamos allí a investigar cómo conservarlo tenemos más
limitaciones que aquellos que van y no sienten ningún respeto por el entorno”,
concluye Rull.
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