Por René Núñez, 19/09/2016
La Canciller de la República, en su discurso inaugural de la Cumbre de
Países No Alineados (MNOAL) realizada la semana pasada en Margarita, dijo “la
paz del mundo sigue vulnerada por las potencias sin recato y respeto a
las normas de la Organización de las Naciones Unidas” (ONU). Mientras lo
afirmaba con su característica y convicción revolucionaria, por mi mente se
paseaba la inconformidad que tenemos la gran mayoría de los venezolanos con el
régimen de turno, por no hacer esfuerzos sinceros y serios para garantizarnos
justamente la paz que ella invoca hacia fuera y se niega hacia dentro.
Una paz debilitada por una crisis humanitaria que cada día produce
estragos similares a los de los conflictos bélicos. Imposible de ocultar la
escalada de violencia en la calle que en los últimos años se vive en todos los
estados y dependencias federales; cuyas cifras de muertos superan con creces a
guerras convencionales pasadas y presentes. Un gobierno que ni siquiera la ha
reconocido y tratado como materia prioritaria de estado.
Los problemas económicos, políticos y sociales son de extrema gravedad
que cada día transcurrido genera mayor incertidumbre y desesperanza a todo
nivel social.
No hay recato, respeto ni garantías para quienes toman las calles
exigiendo gobernabilidad y soluciones. La gente vive en zozobra permanente y
sometimiento represivo.
Una condición primaria para la paz es el reconocimiento recíproco y
respeto entre gobierno y gobernados. El primero constitucionalmente es garante
del equilibrio institucional, el principal modelador ético y humano de una
nación civilizada y decente.
Los que creemos y seguimos teniendo fe en el sistema democrático, no en
éste que tenemos, estamos obligados a resistir en la exigencia del derecho al
disenso, a la libre expresión de nuestras ideas y pensamientos.
Incluyendo el de la participación en la discusión y diseño de las políticas
públicas. Como en su seguimiento y evaluación.
Nuestro desafío es único, no debe haber otro que no sea el del progreso
y desarrollo humano, y no cualquier desarrollo. El que incluya a todos sin
distingo de naturaleza alguna, sostenible, inspirado en la libertad y la
justicia social para reducir la brecha que separa a los más fuertes de los más
débiles. Solo ello se logra con educación y trabajo decente, creador de
riquezas económicas y riquezas humanas. Con obras y servicios de bien común.
Tenemos 17 años hablando de revolución más no de resultados de la
revolución. Se sigue en la imaginación de un país distinto al que
tenemos, de mucho sufrimiento colectivo. La realidad de los hechos ha
dejado atrás dogmas y utopía de cambios, por ningún lado se ha materializado
la igualdad y justicia social prometida.
Nunca en la historia democrática, el pueblo venezolano había deseado la
paz como ahora. Una concordia sentida e imprescindible, exigiendo a gritos a
sus dirigentes y gobernantes ponerse de acuerdo para superar la oscuridad con
luces de auténtico patriotismo y la brillantez de la inteligencia.
Sigue pendiente una voluntad país para el inicio de un dialogo fecundo
y sincero. Lo que si estamos claro que por el camino en tránsito no es la vía
para superar la crisis, el atraso y la tensión social.
La lucha contra la violencia es la construcción de la paz. El respeto
del derecho ajeno. Haciendo de los problemas soluciones individuales y
colectivas justas y compartidas.
Hartos estamos de discursos, promesas e ideologías. Cómo lo dice Su
Santidad Papa Francisco: las ideologías suelen quedarse en el compromiso de
gobernar “por el pueblo, para el pueblo pero sin oír al pueblo”
Presidente del Ifedec Capítulo Bolívar
A los domingos, 8 a 9 am, en ONDA GLOBAL por www.onda973fm.com Ciudad
Guayana
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