Por Willy McKey
Muchos venezolanos no
pudieron ver lo que sucedió. El bochornoso espectáculo se reservó para esos
pocos con conexión a Internet. En una imagen sin audio, la brevísima turba y la
aparición señalada del alcalde Jorge Rodríguez, sin agentes de seguridad ni los
antimotines que uno suele ver en otras manifestaciones políticas. Incluso: no
poder escuchar los gritos ni las consignas le daban al alcalde cierto carácter
similar al de un pastor a quien se le ha escapado sus ovejas, pero logra
reconducirlas al redil con apenas unos toques de su bastón y algunos silbidos.
Todas las entradas y salidas
al Palacio Legislativo son custodiadas por la Guardia Nacional Bolivariana.
Todas. Nadie puede entrar al edificio sin su permiso o, al menos, sin su
complicidad. Esos guardias son responsables de que nada amenazante cruce el
patio ni pise la grama donde algunos militantes arrechos incluso tuvieron
tiempo para abrazarse mientras obedecían a los silbidos. Sin embargo, el tono
bucólico de la escena era exclusivo de los jardines. Adentro del edificio,
según testimonian los periodistas y las heridas, ya estaban los lobos que
pudieron cruzar las cercas, quizás disfrazados de ovejas del mismo rebaño.
En el análisis, el
performance comunicacional puede despertar la suspicacia de muchos, a partir de
preguntas que surgen de manera natural. Por ejemplo: la duda “¿Cómo cuestionar
al alcalde, cuando se asegura de que lo vean intentando resolver la
contingencia?” va de la mano con “¿Aquellos que entraron armados a agredir a
varios de los presentes no son de la misma gente que afuera es devuelta al
juicio por el alcalde?” Otra dupla de dudas podría ser “¿Cómo hicieron para
superar la vigilancia de la Guardia Nacional Bolivariana?” junto a “¿Por qué es
el alcalde en solitario y no en compañía de la GNB quien saca de esa zona de
seguridad a los irruptores?” Más allá: “¿Cómo es que no hay ningún detenido, si
estaban el alcalde y la GNB y esos mismos funcionarios pudieron
identificar a los irruptores?” junto a “¿Quiénes fueron los encargados de desalojar
a los agresores del Hemiciclo?”.
Aunque todas parecen
conducir hacia una misma pregunta: “¿Fue una acción espontánea o una
demostración performática de activación política?”.
¿Vimos un rebaño de ovejas
descarriadas o la acción política de una manada de lobos?
Puesto en contexto, si se
tratara de una acción política, es evidente que ésta habría sido mucho más
eficaz tras la intervención de Henry Ramos Allup, convirtiéndose en el cierre
del día. Una acción como ésta, después de intervenciones como la del diputado y
joven ex-ministro Héctor Rodríguez y antes de la tibia oratoría de Elías Jaua,
genera un efecto que resulta tóxico para el madurismo: su amenaza fue aplacada
por el orden, la sesión continuó y fue cerrada por el orador más aventajado de
la oposición, y las consecuencias del hecho le permiten a la opinión pública
suponer que (por inacción o por complicidad) el comportamiento de la Guardia
Nacional Bolivariana fue pusilánime.
De no ser así, el gobierno
también le quedaría debiendo a la opinión pública algo que explique el
comportamiento del alcalde, de la GNB y de los diputados de la bancada
madurista. Algo. Lo que sea. Un chivo expiatorio, al menos, que pueda darle
verosimilitud a la acción y no la confiese como una farsa.
Porque la sesión no se
interrumpió y el acuerdo que se pretendía aprobar tuvo su versión final.
La política, nos guste o no,
siguió andando.
En las redes sociales muchos
hicieron referencia a los Tonton-Macoute,
violentos simpatizantes enmascarados que el dictador haitiano Papa Doc usaba
para amedrentar a cualquier fuerza opositora o individuo que contara con algún
apoyo popular. El nombre del sangriento colectivo podría traducirse al español
como “el hombre del saco”, ese personaje sombrío que lleva a cuestas una bolsa
de tela llena con los objetos inservibles que va recogiendo y que servía (¿o
sirve?) de amenaza contra los niños que no son obedientes y se portan mal, a
quienes le hacen creer que se los va a llevar “el hombre del saco”. Aquellos
mercenarios ocultaban sus rostros y usaban torturas, armas de fuego y machetes
contra sus víctimas, y se encargaban de lucir monstruosos con el fin de
amedrentar a cualquiera que pretendiera oponerse al Poder. Fue una estrategia
que le permitió a los Duvalier mantenerse durante bastante tiempo en el poder.
Y tiene algo de sentido la
comparación, salvo por un atenuante: en el Haití de Papa Doc se decía que el
jefe del clan Duvalier era el mismísmo Barón Samedi, El Señor de los muertos,
hecho hombre. Hoy Nicolás Maduro se parece más a un dictador que sale del país
cuando todo se nubla, escondido detrás de las togas de algunos jueces de
provincia para no medirse electoralmente.
Nadie que proyecte una
imagen con tantos temblores puede asustar.
Los mismos ciudadanos,
periodistas y diputados que años atrás se habrían aterrado con el asalto a la
Asamblea Nacional, hoy se preguntan indignados cómo es posible que esa pequeña
turba que no ocupaba ni la mitad del patio haya entrado y salido del Palacio de
esta manera. Y ver que el terror empiece a generar indignación antes que miedo
puede resultar sintomático.
¿Y qué sucede cuando un niño
ve que dentro de la bolsa que lleva El Hombre del Saco lo único que hay son
objetos inservibles, desechos de algo que otro ya utilizó, limosnas en forma de
chatarra o ropa vieja? ¿Qué pasa cuando ese niño entiende que si se atrevieran
a meterlo dentro del saco de ese pobre hombre amenazante su propio peso le
impediría seguir avanzando?
¿Qué pasa cuando el hombre
del saco deja de dar miedo?
23-10-16
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico