Por René
Núñez, 03/10/2016
Una de las fortalezas del
sistema democrático es la de legitimar sus decisiones de gobernabilidad
política de Estado mediante procesos electorales con la aprobación y voluntad
de las mayorías. No siempre, los resultados son los convenientes, esperados y
justos; sin embargo, el sistema ofrece la posibilidad de reparar las
equivocaciones o decisiones desacertadas en consultas posteriores. Mientras
mayor educación y conciencia ciudadana tengan los pueblos, mayores
posibilidades de aciertos tendrán. En esto juega mucho, la calidad del voto.
El pasado domingo, como se
había previsto, se realizó cívicamente el plebiscito de paz de Colombia que
tenía como objetivo aprobar o desaprobar el acuerdo firmado por el presidente
Juan Manuel Santos con las FARC en La Habana después de 52 años de guerra. Una
insubordinación civil armada que causó más de 220.000 muertes entre civiles y
militares, sin contar los incapacitados dejados por este terrible flagelo
bélico doméstico.
Un proceso negociado por el
Gobierno de Colombia y las FARC durante 46 meses en Cuba. Según el gobierno de
Santos, el componente guerrillero es de 10.500: 8.500 de las FARC y 2000
del ELN.
Los colombianos decidieron con
el 50,2% rechazar los acuerdos de paz; mientras un 49,7% se decantó por el
“Si”, con una abstención de más del 60%. Un resultado evidentemente muy
estrecho, una diferencia de apenas de un 0,5% (62.000 votos) que,
incluso, ninguna encuesta supo predecir.
Sí se puede hablar de
ganadores, no me cabe duda, el triunfador político de esta jornada electoral
resultó ser el expresidente Álvaro Uribe, defensor del “No”.
Otro ejercicio de expresión de
voluntad política soberana de la sociedad colombiana. Igual, vale la mención y
reconocimiento al poder electoral de ese país por organizar el plebiscito en 33
días con autonomía, independencia, eficiencia y transparencia; conduciendo un
proceso manual, descentralizado por departamento, para que a las dos horas de
cerrada la votación ya se tuvieran publicados los resultados de más del 90% de
las mesas escrutadas.
Uribe, líder del partido
Centro Democrático, centró la campaña del “No” en criticar los acuerdos de La
Habana en cuanto a la participación en política de los líderes
guerrilleros y el hecho de que ninguno pagará cárcel siempre y cuando reconozca
sus crímenes. En otras palabras, rechazó categóricamente la impunidad;
además fue coherente en torno a la política de Seguridad Democrática que
debilitó las FARC durante su gobierno, y donde el actual presidente Santos fue
su ministro de Defensa.
La guerrilla sigue siendo muy
impopular entre los colombianos por los daños materiales y humanos durante todo
este tiempo de conflicto armado, y de alianza con el narcotráfico, negocio que
les ha garantizado la supervivencia en la selva y sus combates frente al Estado
colombiano.
Si algo ha de reconocerse a
Santos, la decisión de convocar a un referéndum para validar el pacto de La
Habana; pues él podía haberlo ejecutado sin consulta alguna, tenía la potestad
constitucional para hacerlo, y no lo hizo. El tiempo le ha dado la razón, si
tomamos en cuenta el dictamen popular del 2 de octubre.
¿Qué hacer ahora? Ante una votación
que habla de las profundas divisiones que hay entre los colombianos, una
polarización política, en dos mitades casi iguales, que obligan tanto al
gobierno como a la oposición a dar una lectura correcta y oportuna. No es hora
de victoriosos o de perdedores, el pueblo colombiano les ha enviado “un mensaje
a García” muy claro y contundente “pónganse de acuerdo”. Ambos sectores
tienen algo en común y así lo demostraron en la campaña, su compromiso por la
paz. La diferencia fundamentalmente radica en el destino político de los
líderes de las guerrillas y la justicia de los autores intelectuales y
materiales de los crímenes de lesa humanidad. Amanecerá y veremos.
Presidente del Ifedec Capítulo
Bolívar
Los domingos, 8 a 9 am, en ONDA GLOBAL por www.onda973fm.com Ciudad Guayana
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