Fernando Mires 04 de octubre de 2016
Fue un
tuiter de mi estimada amiga Magdalena Boersner cuyo TL siempre consulto debido
a la pertinencia y agudeza de sus observaciones, la razón que me hizo pensar
sobre un punto que –si consideramos su magnitud- merece atención. Me refiero al
altísimo grado de abstención manifestado en el plebiscito convocado por el
gobierno de Manuel Santos, el día 2-S.
Lo que
escribió Magdalena fue algo así: “Colombia ha sido dividida no en dos sino en
tres partes”. En sentido gramatical exacto, Colombia después del plebiscito
aparece como un país tri-vidido
No es
una observación banal. Pues un plebiscito o referendo no es cualquiera
elección. Los plebiscitos son realizados, la más de las veces, para que la
ciudadanía decida una disyuntiva existencial en la vida de una nación.
Los
electores no eligen en un plebiscito a personas, ni ideologías, ni mucho menos
a programas. Solamente optan entre dos palabras: Sí o No. En los plebiscitos,
por lo mismo, no cuenta la pluralidad política. Por eso, si bien los
plebiscitos no son la expresión más democrática de la política, son, al menos,
su expresión más dramática.
La
dramaturgia inscrita en la alternativa plebiscitaria hace que el grado de
abstención sea mínima en cada referendo. Nada que ver con ese gigantesco,
abrumador, aplastante 62,6% alcanzado en Colombia. Si no es un record
plebiscitario, está cerca de serlo.
La
verdad sea dicha, no encontraba una respuesta adecuada que me explicara con
claridad la abstención colombiana. Quizás hay muchas respuestas, fue mi
veredicto. Y actuando como los criminalistas cuando no encuentran al culpable,
me dispuse a cerrar el caso. Mas, nuevamente un tuiter trajo luz a mi
oscuridad. El tuiter venía esta vez de María de los Ángeles. Decía: ¿“Sábes? Yo
voté por el Sí, pero cuando dieron a conocer el triunfo del NO, me alegré”.
María
de los Ángeles es jurista. Pertenece a los segmentos más ilustrados de la
cultura colombiana. Su actitud de votar por el Sí y después haberse alegrado
por el triunfo del NO, reflejaba tal vez, si no la opinión, por lo menos el
sentimiento de muchos intelectuales colombianos.
Leyendo
las posiciones asumidas por escritores tan notables como Héctor Abad
Faciolinci, Santiago Gamboa, Juan Gabriel Vásquez y otros, no es difícil
advertir que todos optaban por el SÍ. Pero, como María de los Ángeles, algunos
mostraban cierta comprensión por la posición del NO. El tenor predominante de
sus discursos fue más o menos el siguiente: votamos por el SÍ porque es la
alternativa a una cruenta guerra pero a la vez no nos gustan las concesiones
hechas por el gobierno a las FARC. Los nombrados, personas muy inteligentes,
entendían votar por el SÍ como un acto racional. Por eso creo que lamentando la
derrota del SÍ, ninguno de ellos sintió deseos de suicidarse después del
triunfo del NO.
Pensé entonces
en mi propia posición. Ahí caí en cuenta que yo –alguien que escribe hasta
sobre las luchas políticas en Marte (es un decir)- no había redactado ningún
artículo sobre la Colombia plebiscitaria. Es decir, me abstuve de escribir, así
como la mayoría de los colombianos se abstuvo de votar. Luego, a mi modo, yo
también soy abstencionista.
Quiero
decir: como tantos colombianos, yo, un no-colombiano, estaba dividido entre dos
deseos: los que vienen de la mente y los que vienen del corazón. O en otro tono:
entre el deseo de paz y el deseo de justicia. Una voz me decía: el SÍ puede
asegurar la paz en un país ensangrentado. Pero otra respondía: ¿es justo que
esos criminales reunidos en La Habana bajo el amparo de una de las más brutales
dictaduras del planeta, no paguen un mínimo de sus culpas? Tal vez paralizado
entre esos dos deseos antagónicos, el de la paz y el de la justicia, yo tampoco
habría podido votar. ¿Quién sabe?
Siempre
he condenado al abstencionismo. Hoy, por primera vez, no puedo hacerlo.
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