ANDRÉS OPPENHEIMER 28 de octubre de 2016
Ahora
que el autócrata venezolano Nicolás Maduro ha terminado de quebrar el estado de
derecho y cerrado todos los caminos posibles para una resolución pacífica de la
crisis en su país, hay una sola manera de prevenir un posible baño de sangre:
una ofensiva diplomática internacional para restaurar la democracia en
Venezuela.
Ya no
es suficiente que Estados Unidos y los países de América Latina expresen su
“profunda preocupación” por las medidas autoritarias más recientes del régimen
venezolano, como lo hicieron 12 países –entre ellos Argentina, Brasil, México,
Colombia, Perú, Estados Unidos y Canadá– en una declaración conjunta el 22 de
octubre.
Ahora,
se necesitan medidas diplomáticas concretas para prevenir una escalada de
violencia y una crisis de refugiados que podría impactar a todo el continente.
Los
países de la región deberían solicitar la aplicación de la Carta Democrática
Interamericana de la Organización de Estados Americanos (OEA), y amenazar con
suspender a Venezuela de la OEA si no restablece el estado de derecho para,
digamos, el 15 de noviembre.
La
medida más reciente de Maduro de aniquilar el derecho constitucional de la
oposición a reunir firmas para exigir un referendo revocatorio ha cerrado todas
las vías posibles a una salida pacífica. Antes, Maduro se había apropiado del
Tribunal Supremo de Justicia, y desobedeció las leyes aprobadas por la Asamblea
Nacional.
Los
países de la OEA deberían seguir el ejemplo del MERCOSUR, que suspendió
recientemente a Venezuela como presidente por no atenerse a las cláusulas
democráticas del grupo. MERCOSUR está ahora considerando la suspensión de la
membresía de Venezuela.
Los
escépticos alegan que al régimen de Maduro no le importaría nada que
suspendieran al país de la OEA, pero se equivocan.
El
aislamiento internacional tiene su precio, y Maduro lo sabe muy bien. Él pasa
gran parte de su tiempo y despilfarra millones de dólares en viajar por todo el
mundo en busca de apoyo diplomático, porque lo necesita para proyectar una
imagen de fuerza dentro del país, y dentro de su propia coalición de gobierno.
La
suspensión de Venezuela de la OEA sería un gesto de apoyo a la oposición
pacífica venezolana, y –a nivel internacional– ayudaría a consolidar la noción
de que Venezuela tiene un régimen de facto, que ha violado la Constitucion.
Convertirse en un paria en su propia región haría lucir más frágil a Maduro, y
le dificultaría recibir préstamos de emergencia o refinanciar las deudas de
Venezuela.
Según
me dicen fuentes diplomáticas de la OEA, Estados Unidos no está buscando
activamente la suspensión de Venezuela de la OEA porque teme que no contaría
con los dos tercios de los votos necesarios. Muchas naciones caribeñas que
todavía reciben algunos subsidios petroleros venezolanos están poco dispuestas
a votar en contra de Maduro.
Además,
Estados Unidos podría temer que, de suspenderse a Venezuela de la OEA, Bolivia
y Nicaragua renunciarían también, lo cual debilitaría a la organización. El
presidente Obama sigue manteniendo la esperanza de que la mediación del
Vaticano, así como la mediación encabezada por el ex presidente español José
Luis Rodríguez Zapatero, ayudarán a encontrar una solución pacífica al
conflicto venezolano.
Mi
opinión: Ya no tiene sentido que Estados Unidos continúe centrando toda su
política hacia Venezuela exclusivamente en el diálogo, y menos en la mediación
de Rodríguez Zapatero, que solo ha ayudado al régimen de Maduro a ganar tiempo.
Hay que apoyar las mediaciones, pero como uno de varios caminos simultáneos
para restablecer la democracia.
En
vista de los sucesos más recientes, las democracias de la OEA deberían invocar
la Carta Democrática Interamericana del grupo e imponer un ultimátum por el
cual Venezuela debería restablecer el orden constitucional antes del 15 de
noviembre y permitir un referendo revocatorio antes del 10 de enero, o sería
suspendida de la comunidad diplomática regional.
Esa
sería la manera más efectiva de reabrir una vía constitucional para resolver la
crisis y evitar tanto una escalada de la violencia como una posible oleada de
cientos de miles, o tal vez millones, de refugiados venezolanos, que se
sumarían a los 1.4 millones que ya han salido del país. Es hora de actuar,
antes de que sea demasiado tarde.
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