Por
Immanuel Wallerstein
Los economistas del
mundo están batallando con algo nuevo que les es muy difícil explicar. ¿Por qué
es que los precios del mercado de valores han continuado subiendo pese al hecho
de que algo conocido como crecimiento parece estar estancado? En la teoría
económica dominante no se supone que funcione de tal modo. Si no hay
crecimiento, los precios del mercado deberían declinar, estimulando por tanto
el crecimiento. Y cuando se recupera el crecimiento, entonces los precios del
mercado vuelven a subir.
Todos aquellos que son
fieles a esta teorización dicen que la anomalía es una aberración momentánea.
Algunos niegan incluso que sea cierto. Pero hay otros que consideran la
anomalía un desafío importante a la teorización dominante. Buscan revisar la
teorización para que tome en cuenta lo que muchos ahora llaman estancamiento
secular. Los críticos incluyen a prominentes personas, algunos de ellos laureados
con el Premio Nobel. Incluyen pensadores tan diferentes como Amartya Sen.
Joseph Stiglitz, Paul Krugman y Stephen Roach.
Aunque cada una de estas
personas tiene una diferente línea de argumentos, comparten algunas creencias.
Todos ellos consideran que lo que hagan los Estados tiene un impacto grande en
lo que ocurre. Todos ellos consideran que la situación actual es poco sana para
la economía como un todo y ha contribuido a un incremento significativo en la
polarización del ingreso real. Todos ellos consideran que se debe intentar
movilizar la opinión pública para ponerle presión a las autoridades
gubernamentales para que actúen formas específicas. Y todos ellos consideran
que aunque continuara la actual situación anómala y poco sana todavía algún tiempo,
existen políticas estatales apropiadas que harán posible una economía menos
polarizada y más sana.
Hace no tanto, el
estancamiento secular fue un término utilizado por muchos analistas,
primordialmente para describir el estado de la economía japonesa, al comienzo
de los años 90 del siglo XX. Pero desde 2008 el uso del concepto se ha aplicado
a diversas regiones –miembros de la zona del euro, como Grecia, Italia e
Irlanda; Estados ricos en petróleo, como Rusia, Venezuela y Brasil;
recientemente también Estados Unidos, y potencialmente actores económicos
previamente fuertes como China o Alemania.
Uno de los problemas de
quienes buscan entender lo que está ocurriendo es que diferentes analistas
utilizan diferentes geografías y diferentes calendarios. Algunos hablan de la
situación Estado por Estado y algunos intentan evaluar la situación en la
economía-mundo como un todo. Algunos piensan que el estancamiento secular
comenzó en 2008; otros dicen que fue en la década de los 90. Otros más piensan
que viene de finales de los 60, y unos cuantos más la sitúan aun antes.
Déjenme proponerles una vez
más otro modo de entender el estancamiento secular. La economía-mundo
capitalista ha existido en partes del globo desde el siglo XVI. Yo le he
llamado el sistema-mundo moderno. Se ha expandido de un modo constante en lo
geográfico terminando por abarcar el mundo entero desde mediados del siglo XIX.
Ha sido un sistema muy exitoso en términos de su principio rector: la
interminable acumulación de capital. Es decir, la búsqueda de acumular capital
de modo de acumular más capital aún.
El moderno sistema-mundo,
como todos los sistemas, fluctúa. También tiene mecanismos que limitan las
fluctuaciones y lo empujan hacia un renovado equilibrio. Esto semeja un ciclo
de altas y bajas. El único problema es que las caídas nunca retornan al punto
bajo previo, sino a uno un poco más alto. Esto se debe a que en el complejo
patrón institucional hay resistencia a ir hasta el fondo. La forma real de los
ritmos cíclicos es dos pasos hacia arriba y un paso hacia abajo. Por tanto, el
punto de equilibrio se mueve.
Si uno mide la abscisa de
las tendencias, se mueven hacia una asíntota de 100 por ciento, que por
supuesto no pueden cruzar. Un poco antes de dicho punto (digamos, cerca del 80
por ciento), las curvas comienzan a fluctuar alocadas. Esto es señal de que nos
hemos movido al interior de la crisis estructural del sistema. Se bifurca, lo
que quiere decir que son dos diferentes, casi opuestos, modos de optar por un
sistema sucesor (o sistemas). Lo único que no es posible, es hacer que el
actual sistema opere del modo normal anterior.
Mientras que antes de ese
punto los grandes esfuerzos por transformar el sistema tuvieron como efecto
pocos cambios, ahora lo opuesto es cierto. Cada pequeño esfuerzo por cambiar el
sistema tiene un gran impacto. Es mi argumento que el sistema-mundo moderno
entró en su crisis estructural cerca de 1970 y se mantendrá en ella todavía
otros 20-40 años más. Si deseamos evaluar las acciones útiles, necesitamos
tener en cuenta dos temporalidades diferentes: el corto plazo (a lo sumo tres
años) y el mediano plazo.
A corto plazo lo que podemos
hacer es minimizar el sufrimiento de quienes son los más afectados
negativamente por la creciente polarización en el ingreso que está ocurriendo.
La gente vive en el corto plazo y necesita alivio inmediato. Sin embargo, tal
alivio no cambiará el sistema. El cambio puede ocurrir a mediano plazo conforme
los que favorecen una clase u otra de sistema sucesor obtienen la suficiente
fuerza para inclinar la bifurcación hacia su propia dirección.
He aquí el peligro de no ir
lo suficientemente lejos en el análisis crítico del sistema. Sólo si uno mira
con claridad que no hay salida del estancamiento persistente uno puede de hecho
volverse lo suficientemente fuerte para ganar la batalla política y moral.
Una punta de la bifurcación
pugna por remplazar el capitalismo por otro sistema que será tan malo o más que
el anterior, manteniendo los rasgos cruciales de jerarquía, explotación y
polarización. La otra punta pugna por un nuevo sistema que sea relativamente
igualitario y relativamente democrático.
En los años por venir, habrá
vueltas que parezcan indicar que el sistema vuelve a funcionar. Puede incluso
subir el nivel de empleo en el sistema como un todo (la medida clave del estado
del sistema). Pero tal alza no podrá durar mucho, porque la situación global es
demasiado caótica. Y el caos paraliza la presteza de los poderosos
emprendedores y de las personas simples por igual, en lo tocante a gastar el capital
remanente en formas que tienen el riesgo de pérdida y, por tanto, de su
supervivencia.
Estamos en un alocado viaje,
uno que no es nada placentero. Si nos hemos de comportar con sensatez, el
primer requisito es la claridad de análisis, seguida de decisiones morales y
juicio político. El fondo del asunto es que ya hace mucho rebasamos el punto en
que el capitalismo como sistema histórico pueda sobrevivir.
29-09-16
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