Fernando Mires 15 de octubre de 2016
En mi
artículo DOS ERRORES he anotado que
definir al régimen representado por Maduro como dictadura no define
necesariamente una línea política. Señalaba, además, que la acción política no
depende de definiciones duras sino de caracterizaciones descriptivas hechas de
acuerdo a los diversos momentos por los cuales atraviesa la historia de un
régimen.
Diversas
objeciones recibidas me obligan, sin embargo, a insistir sobre este punto.
He
dicho que una definición (lógica o jurídica) no determina el curso de un
proceso. Si así fuera caeríamos en el nominalismo político. Cierto es que las
denominaciones condicionan a la realidad que vivimos. El mundo es
inevitablemente palábrico. Pero a la inversa, la realidad que vivimos
determina, cambia y altera los nombres de las cosas. Eso ocurre principalmente
en el campo de la política. Las definiciones en la política –a diferencias de
las de la academia– nacen de experiencias y acontecimientos muy reales.
En la
escena académica yo mismo he defendido la tesis de que la Venezuela actual está
regida por una dictadura. Ahondando el tema, he agregado que no se trata de una
dictadura absoluta sino parcial puesto que la oposición ha logrado conquistar
espacios que impiden el avance definitivo del régimen hacia lo que este
quisiera ser: una dictadura absoluta y total. No obstante, he reconocido
también que las definiciones de la vida política no deben ser iguales a las de
la vida académica.
En la
vida política venezolana la definición del régimen no puede ser solo resuelta
con tipologías sino, además, por el curso de los acontecimientos. La
explicación es la siguiente: las palabras en política más que de acuerdo a su
significado son usadas de acuerdo a su función.
Para
poner un ejemplo no-venezolano: En los países europeos casi todos los
movimientos xenófobos ultranacionalistas cumplen con las características
propias a los movimientos fascistas. Desde un punto de vista politológico son
efectivamente fascistas. Pero desde un punto de vista político son muy pocos
los políticos que los denominan fascistas. La razón es obvia: el término
fascista puede despertar asociaciones y vivencias altamente peligrosas para la
estabilidad política europea. Entre el significado real del término y su
intencionalidad funcional, los políticos eligen lo último. Con mayor razón debe
ser así en Venezuela.
Hay
que tener en cuenta que en estos momentos la gran mayoría de la oposición
venezolana ha optado por la vía constitucional revocatoria. El Revocatorio es,
o ha llegado a ser, un gran movimiento social y político. Y como es sabido, las
salidas del Revocatorio son solo dos: o el régimen acata al RR16, tal cual está
establecido en la Constitución, o destruye (“asesina”) al RR16.
La
definición política –reitero, política– del régimen depende en consecuencias de
la vía que este decida asumir en un futuro muy próximo. Si acata el RR16 no
será denominado como dictadura. Si no lo acata, es decir, si intenta
destruirlo, no hay más alternativa que llamarlo dictadura. Ahí reside
precisamente el sentido y la lógica del RR16.
Destruir
al RR16 significará para el régimen destruir el último –repito, el último-
puente que separa a una dictadura de una no-democracia. El régimen no solo será
una dictadura. Será, además, una dictadura irreversible.
Esas
son las razones que obligan a pensar acerca del porqué el RR16 es
irrenunciable. Pues, repetimos, el RR16 no es solo una vía. Es antes que nada
un movimiento hacia el poder. Un movimiento que habiendo nacido desde la MUD es
mucho más que la MUD. Pero aunque algunos sectores (ultra-radicales y
dialoguistas) de la oposición quisieran renunciar al RR16, ya es muy tarde. El
RR16 ha cobrado vida propia. Hasta en los estadios de fútbol es coreada la
palabra Revocatorio.
Si el
régimen destruye el RR16 habrá reconocido ante sí mismo y ante la opinión
pública internacional -es decir, no solo ante sus opositores- su irreversible
condición dictatorial. No habiendo RR16 ese régimen habrá perdido toda su
legitimidad. Tanto la interna como la externa. Renunciando a ser revocado,
deberá ser derrocado. Recién entonces la palabra dictadura adquirirá la
plenitud funcional de su significado político. Solo así podrá ser usada, con
toda la legitimidad del mundo, como instrumento de lucha.
Yo
creo que así lo entiende la mayoría de los partidos de la MUD. Espero no
equivocarme.
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