Por Miguel Ángel Latouche
Jean Valjean es sentenciado
a 19 años de prisión por robar pan para alimentar a la familia, se trata de un
crimen famélico que se realiza desde el hambre. El sujeto se ve obligado a
robar para satisfacer sus necesidades básicas ante una situación que lo quiebra
moralmente. Se trata de un hurto que no implica daño a terceros, que se realiza
sin apelar a la violencia. El asunto pasa por considerar cual son los grados de
culpabilidad de quienes actúan bajo un estado de necesidad. Cuando uno
recuerda la obra de Víctor Hugo, ni puede más que sentir una profunda
incomodidad moral ante quien se nos muestra como un buen sujeto que ha sido
víctima de su circunstancia.
La verdad no sé si se trata
de una situación similar a la que se relata en los Miserables. En todo caso
parece la labor de algún periodista bromista preparando el ambiente para el día
de los inocentes. En todo caso la escena parece risible. Un hombre de espadas
se encuentra escoltado por un par de militares que, con sus armas en alto,
posan para una foto; al frente unas auyamas que, en número de cinco, han
sido colocadas sobre una mesa. ¿Se trata de un hecho noticioso? Las imágenes
dicen cosas: está en particular nos habla acerca de unos hombres que han
frustrado el intento de otro por hacerse de unas verduras con las cuales hacer
una sopa. Podemos estar tranquilos nuestros huertos serán defendidos por los
agentes del orden en contra de los amigos de lo ajeno. Se trata de un argumento
digno de un guion de ficción.
Pero claro vivimos en un
país peligroso. Nos encontramos en una dinámica en la cual nuestra vida se
encuentra siempre en riesgo. Como si jugásemos una ruleta rusa colectiva en la
cual nos ponemos en juego cada vez que salimos a la calle. Claro que no hay
estadística. No existen cifras públicas acerca de los cadáveres que ingresan a
la Morgue de Bello Monte. Mucho menos sabemos el número de hurtos que se
producen en las camioneticas o de los robos que se producen en el país, uno
supone, con cierta regularidad.
Lo bueno es que sabemos que
las fuerzas del orden serán implacables en contra de quienes roben auyamas y
otras verduras. Uno podría apostar por el hecho de que los viveros
personalizados del plan de siembra urbana se encuentran a buen
resguardo.Esperemos que lo mismo aplique en contra de otro tipo de actividades
delictivas. Es interesante, cuando la administración de lo público se entiende
desde una perspectiva instrumental es inevitable que se pierda de vista la
dimensión real en la que se juegan los problemas que confronta la sociedad.
Ciertamente debe actuarse con dureza en contra de quienes infringen la Ley pero
una cosa es robarse unas auyamas y otra es cometer un homicidio. En este país,
según los expertos, dejan de investigarse más del 90% de los muchos homicidios
que se producen. Existe impunidad para los llamados crímenes mayores.
Entonces parece una ficción
ridícula, producto, seguramente, de un exceso onírico presentarle al país a un
roba- gallinas famélico en lugar de desarrollar un procedimiento que permita
reducir la delincuencia de mayor envergadura que es la que verdaderamente
afecta a la comunidad sea que la misma tenga o no capacidad para usar la
rampa Nº 4 del Aeropuerto Internacional de Maiquetía. Yo no tengo claro el
número de planes de seguridad y despliegues policiales que se han puesto en
marcha en los últimos años, lo cierto es que éstos se constituyen en una
representación de uno de los mayores fracasos de este proceso que sufrimos los
venezolanos. Vivimos en una dinámica de descomposición social signada por la
violencia. Los venezolanos vivimos encerrados, nos movemos en horario de
matiné. Nos domina el miedo.
Las cosas tienden a
normalizarse. La gente se adapta a las dinámicas de la vida. Así ya forma parte
de nuestra cotidianidad encontrarnos con gente que hurga en la basura tratando
de encontrar alimentos o encontrarnos con una destrucción generalizada de la
infraestructura, nuestras calles están llenas de huecos. Yo no sé cuantas
armas hay en la calle pero tengo la sensación de que son demasiadas. Si algo ha
hecho la revolución es llevarnos directo al siglo XIX al menos en cuanto a lo
que se refiere a nuestra seguridad personal.
La violencia incrementa los
costos en los que tenemos que incurrir para salvaguardarnos, pero, de igual
manera, se convierte en un factor que reduce los estímulos para la producción,
que afecta nuestra capacidad para pensar, que limita nuestra recreación y que
quiebra la voluntad de las personas. No se puede construir una democracia
funcional si no se le garantiza a la gente la posibilidad de vivir con tranquilidad
y sosiego. La vida civilizada implica la posibilidad de salir a la calle con
tranquilidad a cualquier hora y sin temores.
Es una paradoja. Los
autoritarismos serios son capaces de imponerle a la sociedad una idea de orden
cuya trasgresión implica un costo severo, nuestra locura colectiva se mueve en
una lógica de anarquía bastante confusa en la cual el gobierno pierde el
pulso de la sociedad y se repliega ante una dinámica hamponil cada vez más
agresiva y violenta, ojala y al menos no se roben las auyamas aunque arrecie el
hambre.
23-11-16
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