Por Francisco Suniaga
En el Archivo Fotografía
Urbana reposa este telegrama que pareciera ser una trivialidad
burocrático-partidista, pero no lo es. Constituye un registro importante en
nuestra larga historia de intolerancia política, deformación congénita que debe
combatirse si efectivamente se quiere cambiar al país.
“Libertad, Cojedes 26 de
octubre de 1946.
Acción Democrática.
Recibido. Mañana a esta hora
tendremos extirpado de raiz los enemigos que dejó
la Revolución del 18 de octubre de 1945.
Compañero Castillo (resto ilegible)”
Imagen del Archivo de
Fotografía Urbana
Fue dirigido desde Acción
Democrática a los ciudadanos de Libertad, un pueblo del estado Cojedes de esos
que hay que buscar en Google para tener alguna idea de su existencia. Tiene el
sello de la Oficina de Telégrafos de San Carlos, por lo que puede presumirse
que fue desde esa ciudad que el compañero Castillo, tal vez un miembro del CES
adeco, se tomó el trabajo de escribir esta pieza que expresa mucho más de lo
que él seguramente quiso decir.
La fecha del telegrama es
muy importante porque fue enviado el 26 de octubre de 1946, día previo a las
elecciones para elegir a la primera Asamblea Nacional Constituyente; primeros
comicios libres, universales, directos y secretos en nuestra historia. Fecha
que muchos venezolanos prefieren al 18 de octubre de 1945 como la efeméride que
marca el inicio del recorrido hacia una democracia plena (por aquello de que una
democracia se inicia con elecciones y no con un golpe militar, por bien
intencionado que haya sido). Búsqueda que, setenta años después, está lejos de
terminar. Quienes no estén de acuerdo con este arbitrio cronológico, por lo
menos podrán aceptar que aquel 27 de octubre comenzó en Venezuela un largo
aprendizaje de nuevas formas de relacionarse políticamente.
Aprendizaje engañoso pues
cuando se pensaba que se había alcanzado y el curso democrático era
irreversible, una nueva forma autoritaria (ahora que agoniza, más militarista y
más represiva) detuvo la marcha, se hizo del poder y lo ha mantenido durante
los últimos 17 años.
Esa noche del 26 de octubre,
Betancourt la refirió luego como una de las más largas y tensas de su vida
política. No estaba seguro de cuál iba a ser el comportamiento del pueblo
venezolano ante su propuesta de emprender el duro camino de construir un país
democrático. Solo se tranquilizó, y pasó de la angustia a la euforia, cuando
supo que, desde la madrugada del 27, los hombres y mujeres de esta tierra
hacían colas para elegir a sus representantes a la asamblea que iba a escribir
la primera constitución democrática de su historia.
Actitud que contrasta con la
arenga intolerante del telegrama, más dirigido a destruir al adversario que a
aceptarlo como presencia conveniente, respetable y necesaria en la construcción
de una democracia. En esas pocas palabras quedó plasmado el verdadero talante
de una organización que aspiraba a ser pilar del nuevo sistema político, pero
cometió el error de confundir su condición de mayoría democrática con la de
hegemón. Así, en lugar de una alianza con otros factores democráticos que
defendiera la democracia ante la siempre presente amenaza militarista, ofuscado
en su propósito de extirpar de raíz a unos enemigos inexistentes (se trataba de
adversarios políticos), el partido se aisló políticamente y dividió a
quienes ab initioestaban llamados por la historia a acompañarlo en su
proyecto. Ese error estratégico (como los cometidos en la década de los años noventa
del siglo XX) detuvo la marcha democrática por diez duros y sangrientos años.
En 1958, convencidos de que
los adversarios que funcionen como oposición leal son una necesidad primaria de
la democracia, Rómulo Betancourt, Rafael Caldera y Jóvito Villalba llegaron al
pacto que sentó las bases del período 1958-1998. El Pacto de Punto Fijo del que
tan mal se ha hablado y que tanto nos dio en estabilidad política y social. Con
la tolerancia del otro (incluso de aquellos que alguna vez se habían levantado en
armas contra la República), el reconocimiento de los espacios institucionales y
la alternabilidad en el ejercicio del poder, durante cuarenta años avanzamos
como nunca antes y como no hemos podido avanzar después.
Los dirigentes de la Mesa de
la Unidad Democrática, y en particular sus detractores desde la oposición (que
parecieran querer extirparla de raíz), deberían repasar esas páginas de nuestra
historia a ver si no volvemos a tropezar con la misma piedra. La unidad de los
factores democráticos sigue siendo tan necesaria ahora como lo era en 1946,
cuando la intolerancia por el adversario demócrata nos arrojó en manos de otra
dictadura.
23-11-16
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