Por Fernando Facchin B.,
25/11/2016
Se observa, con escepticismo, que la diversidad
de opiniones y los enfrentamientos por el posicionamiento político, quizás,
perturban la unidad política necesaria para salir de la crisis que vive el
país. La “Mesa de Diálogo” corre con la peor suerte, aparte de los deseos del
régimen de patearla, las disquisiciones públicas producen un estado de
incertidumbre social de cierta gravedad.
Contra los esfuerzos unitarios que realizan las
fuerzas políticas y sociales, tanto nacionales como regionales, se mezclan las
mezquindades personales, la pelea provinciana por la parcela política
particular y las ambiciones de quienes se creen líderes irrefutables.
Debemos entender que la alegría, la confianza y
la seguridad del pueblo venezolano, lograda en 40 años de imperfecta
democracia, se trastocó en tristeza cuando, desde hace 18 largos y oscuros
años, nos convirtieron en conejillos de indias del experimento político más
inhumano de toda nuestra historia: el “Chavismo” y hoy su nefasta narco
herencia. Así, la crisis, en toda su dimensión, se agrava cada día
más, lo cual se acompaña, de alguna manera, con las manifestaciones hostiles
del régimen que tensan el ambiente y nos convoca a todos a una seria reflexión
política. El discurso presidencial, plagado de hostilidad y vejamen a la
ciudadanía es el principal motor de la crisis del diálogo.
Debemos entender que en Venezuela se ha
implantado una dictadura que abiertamente, en lo interno, se utiliza como una
guerra preventiva contra la voluntad popular, es la muestra de la aplicación de
un modelo dictatorial sanguinario para enfrentar la disidencia con la consabida
violación de los derechos humanos que esas acciones comportan. El imperio
de la hegemonía, la corrupción, el recurso arbitrario de la represión a las
masas, la violación a los derechos electorales y la ejecución de los enemigos
políticos, constituyen los fundamentos esenciales del régimen como secta y, el
papel objetivo de las sectas, consiste en falsificar la historia, ocultar la
realidad, desviar la atención de los verdaderos problemas, sabotear la
reflexión del pensamiento libre, bloquear la formulación de tácticas de lucha
adecuadas e impedir el rearme crítico-teórico de la disidencia, la secta es la
madre de la hostilidad. Contra la secta, los sentimientos democráticos han de
poner por encima de toda la capacidad de asociación, el fortalecimiento de la
voluntad de acción y el desarrollo de la conciencia crítica, dejando fuera los
intereses mezquinos y radicales.
La unidad política no debe ser el resultado de
una supuesta voluntad colectiva, sino el presupuesto histórico de nuestra
existencia ciudadana, razón por la cual la unidad nacional y regional
debe ser lícitamente invocada como principio válido de las acciones políticas
que gocen de la aceptación general, pero, lamentablemente, hay tantas
concepciones particulares y egoístas en la política, que algunos pocos,
creyéndose portadores de la verdad universal, no son más radicales que
totalitarios. En definitiva, la unidad no es el resultado de una voluntad
impositiva, sino el compromiso histórico que nos convoca y obliga por
Venezuela.
Ante la crisis irreversible del país, se abre
camino la conciencia de la necesidad de un nuevo concepto de unidad política,
no ideológica que, en consecuencia, no tienda al personalismo; lo que solo es
posible si la unidad se concibe como modo de lograr la identificación cierta de
los ciudadanos sobre la necesidad imperiosa de un cambio político. La
situación actual nos llama a deponer las parcialidades egoístas y los intereses
particulares para establecer un consenso que goce de aquiescencia colectiva,
esto se puede lograr siempre y cuando se utilicen los valores morales de la
dirigencia política, como instrumento de convicción del entorno socio-político
y convertir ese posicionamiento en fuente de convocatoria con credibilidad para
lograr una yunta que nos garantice el cambio. Henry Ford dijo: “Llegar
juntos es el principio; mantenernos juntos es el progreso; trabajar juntos es
el éxito.” Todo lo contrario, es el fracaso. La unidad política está en
peligro.
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