Por Franz von Bergen
Cuando un partido de fútbol o
básquet está cerca de terminar y el marcador es ajustado, el equipo que va ganando
trata siempre de mantener la pelota y diseña jugadas para consumir tiempo. Eso
fue justamente lo que hizo el chavismo durante todo 2016: su objetivo era
llegar al 10 de enero de 2017 para con eso tratar de garantizar su permanencia
en el poder hasta enero de 2019.
Como es sabido, por regla
constitucional la ausencia del Presidente luego del cuarto año de mandato (sea
por la razón que sea, desde renuncia hasta por mandato revocado) es llenada por
el vicepresidente hasta el final del periodo. En pocos días se llega a ese
plazo y el oficialismo tendría garantizado el control con Maduro o cualquier
otro dirigente que quisiera, dada la libre remoción y escogencia de la figura
del vicepresidente. El chavismo tuvo éxito.
Sin embargo, la política no es
como el deporte y los partidos nunca terminan. La nueva situación que plantea
2017 da un giro de 180 grados al panorama político y ahora el tiempo empieza a
jugar en contra del chavismo y no a su favor.
Cada día que pase a partir de
ahora será uno más cerca de las elecciones presidenciales de 2018, las cuales,
juzgando por los números de las encuestas y la crisis económica, el PSUV tiene
muy pocas opciones de ganar.
Hasta ahora el chavismo ha
sido un movimiento autoritario que se legitima a través de elecciones (aunque
los comicios tengan una competitividad cuestionable, se debe agregar). Si
quiere mantener esa forma, tiene que encontrar una forma de realizar y ganar
las elecciones de 2018, puesto que no llevarlas a cabo significaría aceptar sin
cortapisas su transformación en un régimen dictatorial.
Esa necesidad de recuperar
popularidad para ganar los comicios presidenciales plantea una serie de
opciones muy diversas que van a ser las que determinen cómo se desarrollará el
2017.
Una posibilidad es la renuncia
de Maduro y la aparición de un nuevo liderazgo chavista que sea vinculado a
ciertas medidas que puedan empezar a recuperar la economía. La apuesta en este
escenario sería que la población vincule una mejoría, aunque sea pequeña, con
un nuevo dirigente oficialista que luego pueda optar a la reelección.
La factibilidad de este
escenario depende de la distribución de fuerza de los grupos internos del
oficialismo y cuál de ellos logra concentrar mayor poder. Si el segmento
asociado al Presidente se mantiene con más influencia, la apuesta podría ser
recuperar la imagen de Maduro, aunque para eso luce imprescindible una mejora
de la economía.
Estando en una posición más
cómoda que en 2016 sin el peligro de un referendo capaz de quitarle por
completo el poder, el chavismo quizá pueda estar más dispuesto a negociar en
2017. Esto abre la opción de que la mesa de diálogo se reactive y genere algún
tipo de resultado. La ventaja para el Gobierno con esta jugada sería que
mantiene neutralizada a la oposición, algo imprescindible si se requiere tomar
medidas económicas que en lo inmediato serían más impopulares que positivas.
Si la oposición continúa
dividida, este último escenario es más factible. El chavismo podría jugar dos
cartas a la vez. Por un lado dialoga y se muestra más democrático
internacionalmente, mientras que por otro utiliza como excusa a otro sector de
la oposición que no apoye el diálogo y lo acusa de golpista para dibujarlo como
ese enemigo siempre necesario en la política comunicacional roja.
Pase lo que pase, lo más
importante para este año es tener en consideración que se acabó el periodo en
el que el chavismo buscaba esconder la pelota y su gran objetivo era sólo
enredar a la oposición para garantizar su permanencia. Ahora necesita actuar y
el tiempo para hacerlo se le empieza a agotar.
Incluso si su estrategia
termina siendo acabar con las elecciones de manera permanente, debe actuar de
alguna forma para tratar de legitimar ante la opinión pública ese movimiento y
hacerlo realmente posible.
El primer paso para ello
podría ser idear una forma de bloquear la inscripción de los partidos
opositores ante el CNE, una tarea que los miembros de la MUD tienen pendiente
luego de presentarse con la tarjeta única en 2015. Si el PSUV opta por esto,
estaría pasando de ser un partido hegemónico a uno único, un camino que es
difícil de transitar con baja popularidad y sin recursos.
En 2016 cada segundo que
pasaba era una victoria para el chavismo. En 2017 cada segundo menos puede ser
una derrota.
01-01-17
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