Por Daniel Fermín
50 días de resistencia. 46
venezolanos asesinados por fuerzas militares, policiales y paramilitares.
Cientos de heridos y encarcelados. La cifra aumenta todos los días, en una
espiral terrible, dolorosa. La respuesta del régimen a la rebelión popular por
la democracia ha sido implacable, inescrupulosa. Bajo el nombre de Plan Zamora
ha desatado una arremetida criminal de asesinatos sistemáticos y persecución.
Apuestan por aplastar la protesta y, en el camino, por desvirtuarla y
deslegitimarla, intentando recuperar la cohesión de sus fuerzas, hoy llenas de
fisuras ante las pretensiones cada vez más autoritarias del poder y el peso de
la presión del pueblo en las calles.
La represión ha sido brutal. Y
es que cuando un régimen, como este, depende solamente de la violencia para
asegurar la obediencia y la cooperación de los ciudadanos, cualquier desafío a
la autoridad va a encontrar en la represión la respuesta segura. Perdieron el
favor popular, y con ella la competitividad, por lo cual se desbocaron hacia la
dictadura franca. Les ha costado aliados, dentro y fuera del país. Hoy el mundo
está claro, más que nunca, de lo que sucede en Venezuela. No hay lobby
millonario que tape la realidad.
La represión es especialmente
costosa para el régimen, dada la naturaleza no violenta del grueso de la
protesta. La no violencia, como hemos expresado con anterioridad, no es una
técnica para “otras realidades”, unas en las que existe un gobierno respetuoso
de la vida y de los derechos. Al contrario, la no violencia es efectiva
particularmente contra aquellos regímenes que, como este, están dispuestos a
reprimir violentamente a la población. En este sentido, la no violencia
crea una situación de conflicto asimétrico que conduce a que la represión tome
un efecto de búmeran contra los represores de un pueblo desarmado, minando sus
bases de apoyo.
En muchas oportunidades, la
dinámica opera como el jiu-jitsu, el arte marcial que utiliza la misma fuerza
del oponente para hacerle perder el equilibrio y caer. En los movimientos de
resistencia, el jiu-jitsu político actúa de modo que, en lugar de responder a
la violencia de los paramilitares y los cuerpos represivos con más violencia,
lo hace con desafío no violento. Esto puede llevar a un efecto rebote de la
represión, que debilita el poder de los represores y fortalece el de quienes
resisten. Del mismo modo, el jiu-jitsu político puede llevar a que terceras
partes, no involucradas en el conflicto, tomen partido por los agredidos.
Adicionalmente, esta postura lleva, a menudo, al surgimiento de oposiciones
internas en las filas del régimen e, incluso, al quiebre definitivo que lleve a
estas fuerzas a apoyar la causa de la resistencia.
Aunque el jiu-jitsu político
no ofrece garantías totales, es efectivo. Para que lo sea, sin embargo, la
resistencia debe negarse de plano al uso de la violencia, ya que es en la
violencia que el régimen se hace fuerte. El uso de la violencia dificulta la
aparición de desafecciones internas. De modo que, aunque difícil, la
persistencia no violenta es el arma más poderosa de la resistencia. Costoso,
sí. Pero más costosa es la violencia…
¿Sobre qué fuerzas opera el
jiu-jitsu político? Son, al menos, tres: En primer lugar, sobre la gran masa
descontenta; luego, sobre quienes, tradicionalmente, han apoyado al régimen; y,
tercero, sobre aquellos que se muestran neutrales o que, hasta ahora, no habían
tomado partido por ninguno de los dos bloques en conflicto (uno, mayoritario,
con la fuerza de la gente; el otro, cada día más solo, pero apoyado en la
fuerza de las armas).
El régimen, a través de la
represión, busca sacar a la gente de las calles. Ha ocurrido lo contrario. Y
pese al inmenso dolor que producen las insensatas muertes de venezolanos
valientes que salieron a defender la Patria, y a la rabia y frustración
resultante, cada nueva manifestación suma cientos de personas que desafían al
régimen y la amenaza de muerte a la que ha sometido a la población.
La resistencia es, en sí
misma, un indicador de éxito de la movilización popular, una que sobrevivió no
solo la represión, sino hitos de inactividad como la Semana Santa, que el
régimen juró sería el fin de la manifestación del descontento. Que no quepa duda,
hoy el chavismo está desmoralizado, se sabe dependiente de la represión y el
control militar, y eso, lejos de brindarle seguridad, desnuda sus debilidades.
Cada día se profundiza la erosión en las filas oficialistas. Son muchos
quienes, a pesar de las afinidades ideológicas y la historia común, no están
dispuestos a acompañar esto por el camino del exterminio fratricida.
La resistencia del pueblo
venezolano ha sido admirable. Es el Bravo Pueblo, el del “cuero seco”, resuelto
a ser libre y dándolo todo por la Patria. No hay espacio para la repolarización
interna entre “radicales” y “moderados”. Tampoco podemos acusar de violentos a
quienes devuelven una lacrimógena con un guante o se defienden con un escudo.
Sin embargo, en estos momentos álgidos en los que el tufo de la guerra civil se
hace sentir, urge reconducir los esfuerzos en aquellas instancias en las que la
violencia ha asomado la cara. Y lo ha hecho en respuesta a la violencia
promovida por el régimen. Aun así, no solo es condenable, sino que es ineficaz.
Los saqueos, conatos de linchamiento y demás manifestaciones violentas le hacen
un flaco servicio a la causa de la democratización. Son música para los oídos
de un régimen despiadado que busca justificar, y justificarse, en la represión
desmedida. Además, atentan contra la gente de trabajo, alejan la protesta del
objetivo y favorecen al régimen.
La clave, entonces, está en la
persistencia. No es sencillo ni es fácil de digerir. Pero frente un
régimen dispuesto a llevarnos a la guerra civil con tal de mantener el poder
que solo puede conservar por la fuerza, la resistencia debe insistir en la no
violencia, reconducir las energías de grupos que han sido llevados por la
estrategia oficial a otro tipo de respuestas, y mantener el foco. No será fácil,
pero lo contrario signaría tiempos infinitamente más difíciles para Venezuela,
unos de los que, tal vez, no podría recuperarse jamás.
No podemos cerrar sin alzar la
voz por la libertad de los presos políticos y el cese de la represión y el
asesinato de nuestro pueblo. A los militares y funcionarios policiales: no sean
cómplices de una camarilla criminal. Hay un futuro compartido de país por
delante para quienes acompañen el clamor popular en el marco de la
Constitución. La no cooperación no solo es una opción, sino que es un
imperativo moral. Sobre los que den o sigan órdenes violatorias de los Derechos
Humanos caerá el peso de la justicia.
Publicado en PolítiKa UCAB el 19 de mayo de 2017
19-05-17
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