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lunes, 22 de mayo de 2017

Represión y jiu-jitsu político por @danielfermin


Por Daniel Fermín


50 días de resistencia. 46 venezolanos asesinados por fuerzas militares, policiales y paramilitares. Cientos de heridos y encarcelados. La cifra aumenta todos los días, en una espiral terrible, dolorosa. La respuesta del régimen a la rebelión popular por la democracia ha sido implacable, inescrupulosa. Bajo el nombre de Plan Zamora ha desatado una arremetida criminal de asesinatos sistemáticos y persecución. Apuestan por aplastar la protesta y, en el camino, por desvirtuarla y deslegitimarla, intentando recuperar la cohesión de sus fuerzas, hoy llenas de fisuras ante las pretensiones cada vez más autoritarias del poder y el peso de la presión del pueblo en las calles.

La represión ha sido brutal. Y es que cuando un régimen, como este, depende solamente de la violencia para asegurar la obediencia y la cooperación de los ciudadanos, cualquier desafío a la autoridad va a encontrar en la represión la respuesta segura. Perdieron el favor popular, y con ella la competitividad, por lo cual se desbocaron hacia la dictadura franca. Les ha costado aliados, dentro y fuera del país. Hoy el mundo está claro, más que nunca, de lo que sucede en Venezuela. No hay lobby millonario que tape la realidad.

La represión es especialmente costosa para el régimen, dada la naturaleza no violenta del grueso de la protesta. La no violencia, como hemos expresado con anterioridad, no es una técnica para “otras realidades”, unas en las que existe un gobierno respetuoso de la vida y de los derechos. Al contrario, la no violencia es efectiva particularmente contra aquellos regímenes que, como este, están dispuestos a reprimir violentamente a la población.  En este sentido, la no violencia crea una situación de conflicto asimétrico que conduce a que la represión tome un efecto de búmeran contra los represores de un pueblo desarmado, minando sus bases de apoyo.


En muchas oportunidades, la dinámica opera como el jiu-jitsu, el arte marcial que utiliza la misma fuerza del oponente para hacerle perder el equilibrio y caer. En los movimientos de resistencia, el jiu-jitsu político actúa de modo que, en lugar de responder a la violencia de los paramilitares y los cuerpos represivos con más violencia, lo hace con desafío no violento. Esto puede llevar a un efecto rebote de la represión, que debilita el poder de los represores y fortalece el de quienes resisten. Del mismo modo, el jiu-jitsu político puede llevar a que terceras partes, no involucradas en el conflicto, tomen partido por los agredidos. Adicionalmente, esta postura lleva, a menudo, al surgimiento de oposiciones internas en las filas del régimen e, incluso, al quiebre definitivo que lleve a estas fuerzas a apoyar la causa de la resistencia.

Aunque el jiu-jitsu político no ofrece garantías totales, es efectivo. Para que lo sea, sin embargo, la resistencia debe negarse de plano al uso de la violencia, ya que es en la violencia que el régimen se hace fuerte. El uso de la violencia dificulta la aparición de desafecciones internas. De modo que, aunque difícil, la persistencia no violenta es el arma más poderosa de la resistencia. Costoso, sí. Pero más costosa es la violencia…

¿Sobre qué fuerzas opera el jiu-jitsu político? Son, al menos, tres: En primer lugar, sobre la gran masa descontenta; luego, sobre quienes, tradicionalmente, han apoyado al régimen; y, tercero, sobre aquellos que se muestran neutrales o que, hasta ahora, no habían tomado partido por ninguno de los dos bloques en conflicto (uno, mayoritario, con la fuerza de la gente; el otro, cada día más solo, pero apoyado en la fuerza de las armas).

El régimen, a través de la represión, busca sacar a la gente de las calles. Ha ocurrido lo contrario. Y pese al inmenso dolor que producen las insensatas muertes de venezolanos valientes que salieron a defender la Patria, y a la rabia y frustración resultante, cada nueva manifestación suma cientos de personas que desafían al régimen y la amenaza de muerte a la que ha sometido a la población.

La resistencia es, en sí misma, un indicador de éxito de la movilización popular, una que sobrevivió no solo la represión, sino hitos de inactividad como la Semana Santa, que el régimen juró sería el fin de la manifestación del descontento. Que no quepa duda, hoy el chavismo está desmoralizado, se sabe dependiente de la represión y el control militar, y eso, lejos de brindarle seguridad, desnuda sus debilidades. Cada día se profundiza la erosión en las filas oficialistas. Son muchos quienes, a pesar de las afinidades ideológicas y la historia común, no están dispuestos a acompañar esto por el camino del exterminio fratricida.

La resistencia del pueblo venezolano ha sido admirable. Es el Bravo Pueblo, el del “cuero seco”, resuelto a ser libre y dándolo todo por la Patria. No hay espacio para la repolarización interna entre “radicales” y “moderados”. Tampoco podemos acusar de violentos a quienes devuelven una lacrimógena con un guante o se defienden con un escudo. Sin embargo, en estos momentos álgidos en los que el tufo de la guerra civil se hace sentir, urge reconducir los esfuerzos en aquellas instancias en las que la violencia ha asomado la cara. Y lo ha hecho en respuesta a la violencia promovida por el régimen. Aun así, no solo es condenable, sino que es ineficaz. Los saqueos, conatos de linchamiento y demás manifestaciones violentas le hacen un flaco servicio a la causa de la democratización. Son música para los oídos de un régimen despiadado que busca justificar, y justificarse, en la represión desmedida. Además, atentan contra la gente de trabajo, alejan la protesta del objetivo y favorecen al régimen.

La clave, entonces, está en la persistencia. No es sencillo ni es fácil de digerir. Pero frente  un régimen dispuesto a llevarnos a la guerra civil con tal de mantener el poder que solo puede conservar por la fuerza, la resistencia debe insistir en la no violencia, reconducir las energías de grupos que han sido llevados por la estrategia oficial a otro tipo de respuestas, y mantener el foco. No será fácil, pero lo contrario signaría tiempos infinitamente más difíciles para Venezuela, unos de los que, tal vez, no podría recuperarse jamás.

No podemos cerrar sin alzar la voz por la libertad de los presos políticos y el cese de la represión y el asesinato de nuestro pueblo. A los militares y funcionarios policiales: no sean cómplices de una camarilla criminal. Hay un futuro compartido de país por delante para quienes acompañen el clamor popular en el marco de la Constitución. La no cooperación no solo es una opción, sino que es un imperativo moral. Sobre los que den o sigan órdenes violatorias de los Derechos Humanos caerá el peso de la justicia.

Publicado en PolítiKa UCAB el 19 de mayo de 2017

19-05-17




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