Por Ángel Oropeza
“Un hombre no está acabado cuando es derrotado. Está
acabado cuando abandona”. (Richard Nixon)
Una de las claves de
éxito de cualquier estrategia política es debilitar siempre la cohesión del
bloque del adversario mientras se amplía y fortifica la cohesión del bloque
propio. Esto lo conoce muy bien –y lo practica a diario- la oligarquía
gobernante en Venezuela. Pero en el caso del inmenso país que se opone a la
dictadura, dada su naturaleza vasta, heterogénea y disímil, este
fortalecimiento pasa por una tarea esencial e ineludible que es el diseño y
construcción de instancias efectivas de unidad.
La unidad efectiva de
todos quienes aspiran a la liberación democrática de Venezuela es -y hay que
decirlo sin ambages- una condición indispensable para alcanzar y hacer viable
una transición democrática en nuestro país. Mientras más unidad de ideas y
acción, más fuerza tendremos y más preparados estaremos para hacer realidad la
Venezuela que soñamos. De hecho, la única política con posibilidad de éxito
frente a una dictadura es la política unitaria. El problema es cómo lograr la
unidad superior de un país donde casi todos queremos lo mismo, pero hay tantas
diferencias en el enfoque de cómo alcanzar el objetivo y al mismo tiempo tanta
desconfianza entre quienes persiguen lo mismo.
Es aquí donde es
importante definir a qué nos referimos como unidad superior de la nación. Esta
no se decreta, ni mucho menos se impone. La unidad superior de la nación
incluye por concepto diversas modalidades de lucha social y de acción pública,
lo que a su vez supone la coexistencia, integración y articulación de
organizaciones y sectores (politicos y sociales) que, aunque diferentes en su
naturaleza y especificidad, comparten un mismo objetivo. En el enorme país
democrático venezolano, a pesar de su inevitable y al mismo tiempo deseable
diversidad, el “qué buscamos” es el mismo -superar a la dictadura madurista
como única forma de resolver la espantosa crisis humanitaria y plural que
padece el pais- aunque persista la discusión sobre las formas más eficaces de
lograrlo.
La unidad implica
entonces ceder en busca de los mínimos consensos necesarios. La unidad es de
todos pero solo es posible si nadie puede decir que su perfil y su propuesta
debe ser exactamente igual a la de alguno de los factores que la componen. Uno
de los enemigos de la unidad es pretender que los demás asuman y se adhieran a
la propuesta propia. La unidad, como al final beneficia a todos, supone también
una mínima renuncia de todos quienes la construyen.
La unidad tampoco es uniformidad. De hecho, la unidad superior se logra a través de un proceso de construcción progresiva que se inicia con la identificación de los mínimos comunes denominadores que nos unen. Por eso es tan necesario evitar autodestruirnos mientras buscamos ponernos cada vez más de acuerdo y avanzamos en esa construcción progresiva. Decía Isaac Newton que “la unidad es la variedad, y la variedad en la unidad es la ley suprema del universo”. Por ello la unidad superior, para ser viable y efectiva, exige un respeto estricto a la naturaleza y especificidades de cada sector. De hecho, la verdadera unidad estimula la fortaleza interna y la acción de cada sector político y social que la conforma, porque se nutre y alimenta de ellas.