Trino Márquez 28 de abril de 2021
@trinomarquezc
En
días recientes apareció en los medios de comunicación una información
impactante, pero que no sorprendió a nadie que siga con cierto detenimiento el
curso de la realidad nacional: Venezuela fue en 2020, por quinto año
consecutivo, el país más miserable del mundo, de acuerdo con el Índice Anual de
Miseria Hank (HAMI), elaborado por el equipo dirigido por el célebre economista
Steve H. Hanke, de la Universidad Johns Hopkins.
En
esta oportunidad se estudiaron y compararon 156 naciones. En 2019, la
investigación había comprendido 95 países; y en 2018, solo 62. Saquen la
cuenta: el año pasado, Nicolás Maduro tenía ocho años gobernando; en más de la
mitad de ese lapso, Venezuela emergió como la nación más pobre de la Tierra. En
2020, fue la que tuvo la inflación más alta, con 3.713% (en un planeta donde
ese fenómeno ha sido controlado por la casi totalidad de los países); una tasa
de desempleo de 50.3%; una caída del PIB per cápita de 30.9%. Estos son los
tres indicadores más importantes que se consideran para construir el HAMI.
El año
2021 no luce más prometedor. Los organismos internacionales proyectan un
panorama igual de sombrío. El FMI calcula que Venezuela será la única economía
del continente que no crecerá. La inflación de nuevo se montará en cuatro
dígitos (el promedio en la región es de menos de uno); el desempleo se proyecta
hasta 59.1%. Y el PIB global y per cápita seguirá contrayéndose. Será el
séptimo año consecutivo que la economía se comprimirá. En diciembre tendremos
un tamaño parecido al de hace setenta años, pero con una población seis veces
mayor.
Solo considerando los pocos indicadores mencionados, el régimen de Maduro tiene
que ser calificado de catastrófico. Ha colocado a Venezuela por debajo de
Zimbabue, Sudán, Líbano, Surinam, Libia, Argentina, Irán, Angola y Madagascar,
las otras naciones que completan el cuadro de las 10 peores. La diferencia
reside en que Maduro no ha padecido guerras civiles, ni invasiones extranjeras,
ni prolongadas sequías, ni conflictos armados con sus vecinos, como la mayoría
de las naciones mencionadas. Esos sí, ha tenido un enemigo mucho más letal: su
ineptitud, la telaraña ideológica que lo cubre a él y a sus ministros, y la
corrupción, ese laberinto donde se extravían los recursos nacionales, que al
final van a parar en los bolsillos de unos cuantos enchufados.
Para
tener un cuadro más completo de la miseria provocada por los rojos hay que
añadir otros datos. El colapso de los servicios públicos, el estado del sistema
sanitario y escolar, el acceso a internet -clave en las condiciones actuales-,
el deterioro de las vías de comunicación, la escasez de gasolina, diesel y
gasoil.
El
gobierno insiste en negar la realidad que registran los informes nacionales e
internacionales. Habla de planes pintorescos y acusa a enemigos inexistentes.
Por esta vía, solo cabe esperar que el declive sea mayor. Frente a los
problemas económicos más acuciantes, la inflación y la extinción del bolívar,
no tiene ni la menor idea de cómo combatirlos. El Banco Central no proporciona
cifras oficiales desde 2016. Los cálculos sobre el comportamiento de los
precios en el mercado interno, las exportaciones e importaciones, la producción
petrolera, la producción industrial y agrícola, el desempleo y la informalidad,
se realizan a partir de las exploraciones de diversas empresas privadas,
observatorios organizados por iniciativas particulares e institutos
universitarios que, en condiciones precarias, levantan y cotejan informaciones
fragmentarias. A partir del ingenio y malabarismos, la sociedad ha ido armando
el mapa de las estadísticas nacionales. El gobierno oculta, distorsiona o
inventa las cifras. Con la fantasía han tenido que lidiar los organismos
multilaterales. Entre muchas otras razones, este es otro de los motivos por los
cuales el gobierno de Maduro resulta tan mal evaluado en el exterior.
Frente
a la pulverización del bolívar y el alza indetenible del dólar, el BCV se ha
limitado a ver cuál es el promedio fijado por Monitor Dólar Venezuela (antes el
marcador era Dólar Today), y realizar los ajustes para acercar o alejar el
precio oficial de la divisa a ese promedio. El Banco Central perdió su
autonomía hasta con respecto de los grupos privados que monitorean el curso de
la moneda norteamericana. La directiva de ese adefesio en el cual la nación
invierte millones de dólares anualmente, ni protege el valor interno y externo
de la moneda, ni sirve para estabilizar los precios y controlar la inflación.
De su ineptitud insondable no se han enterado los diputados de la Asamblea
Nacional constituida en enero pasado. Ni una sola vez han interpelado a su
presidente y a los miembros de su directorio. Estos son amanuenses de Maduro.
Con
funcionarios y organismos como los que integran el gobierno y el Estado
madurista, será imposible que Venezuela supere el umbral de la miseria en el
que caímos hace casi una década.
Trino Márquez
@trinomarquezc
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