Argelia Ríos Domingo, 29 de septiembre de 2013
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Para Maduro, cada día es
un ensayo de sobrevivencia; una expedición extenuante en la que le toca encarar
demasiados frentes a la vez: al del país y al de quienes, desde dentro del
chavismo, lo mantienen amenazado y apuntado con las bayonetas
Si pudieran zafarse lo harían. Las
elecciones del 8 de diciembre les representan un martirio, igual que las
parlamentarias de 2015, sobre las cuales solo existen proyecciones
desesperanzadoras. Lejos van quedando los tiempos en que cada jornada comicial
era una fiesta para revalidar el carácter "pacífico y democrático"
del "proceso". La descapitalización política del chavismo ha cambiado
la naturaleza de los procesos comiciales y de la propia revolución, conducida
hoy, según palabras de Diosdado, por "los locos" que solo el
comandante podía contener. Se colige, por tanto, que una irresponsable aventura
no tendría nada de extraño; mucho menos en medio de una lucha interna que ya ha
llevado al "exilio" a Rafael Isea, caído en medio del silencioso
tiroteo que se desarrolla puertas adentro del oficialismo.
Maduro ha hablado de un "gobierno
de fuerza democrática", una confesión de las pulsiones que lo tientan. Lo
abruma la emergencia económica y social, al igual que las presiones de que es
objeto por parte de las fracciones endógenas que, contradictoriamente, en lo
que representa un dilema, forcejean para impedir que su consolidación lo
convierta en el nuevo comandante de la revolución, y evitar, al mismo tiempo,
que un desplome arrase con todo cuanto queda del "legado" del
comandante. El cuadro completo recrea un gran desorden dentro del Gobierno; una
leonera que coincide con el caos general de la calle.
"La sucesión" sabe que en
cualquier momento la gente perderá la paciencia, pero desconoce cuándo y cómo
se manifestaría el quiebre. Lo que está bien claro es que se ha venido
configurando un cuadro de condiciones similares o peores al que existía en los
años '89 y '92. Los descamisados no tienen motivaciones suficientes para
mantenerle su respaldo al "proyecto". El politburó necesita
fabricarle al pueblo nuevas razones, pero carece de entidad, tiempo y recursos
para pedirle "sangre, sudor y lágrimas". A la nomenclatura solo le
queda apostar a que el país no se desboque en los próximos dos meses, los que
faltan para la celebración de las estratégicas elecciones municipales.
Para Maduro, cada día es un ensayo de
sobrevivencia; una expedición extenuante en la que le toca encarar demasiados
frentes a la vez: al del país y al de quienes, desde dentro del chavismo, lo
mantienen amenazado y apuntado con las bayonetas. Su apresurado regreso a
Venezuela, tras el infructuoso viaje a la China, desnudó la gravedad de la
emergencia. La lucha contra la corrupción está desmigajando la unidad
revolucionaria. Aunque hablen en tono desafiante, los "locos" andan
sueltos y atemorizados, simulando ser un equipo atrincherado, muy distinto a la
jauría de hienas en que transformaron a la revolución.