Escrito por AMÉRICO MARTÍN el May 25th, 2012
No
diré, no puedo decir que no haya campaña, sólo que las dos corrientes
principales y únicas que se enfrentarán el 7 de octubre coexisten pero no en el
mismo lugar. Más abajo explico esa curiosa paradoja.
Hipólito
Mejías y Danilo Medina se batieron en un campo de batalla previsible: confrontaron
dos aspiraciones: la que postuló la continuación de la obra de Leonel Fernández
(PLD) y la que postuló el retorno del PRD, la socialdemocracia fundada en
República Dominicana por el “negro” Peña Gómez. ¡Epa! rectifico para que
Aristóbulo no se ofenda: el “afro descendiente” Peña Gómez. En punto a
ideologías fue la pugna clásica entre el “liberalismo” de Medina y el
“socialismo” de Mejías. Ya nunca se sabrá si a la economía abierta ensayada por
Leonel le hubiera opuesto don Hipólito un populismo renovado.
En
México el debate gira alrededor del retorno del PRI o la permanencia del PAN,
socialdemócrata el primero, demócrata cristiano el segundo. La izquierda
vagamente socialista del PRD, con López Obrador al frente, ha perdido terreno,
más por el candidato que por el partido
¿Y
en Venezuela qué hay? Si hemos de creerle al presidente, la disyuntiva es
simple: socialismo o capitalismo. Fórmula apropiada para no tener que poner en
el asador su embarazosa gestión. La putrefacción de la justicia, más visible por
las confesiones de los ex magistrados, la destrucción de fuerzas
productivas industriales y agrícolas, la conversión de Venezuela en economía de
puertos exportadora de petróleo y empleos, la aniquilación de las empresas
básicas en Guayana y de servicios en el país, la decadencia de PDVSA, la
violación de derechos humanos, la desoladora suerte de 280 mil cooperativas
creadas -80% muertas- a un costo inimaginable, los fundos zamoranos, la
cogestión y demás ensayos que fenecieron sin dolientes y sin rendir cuentas.
Todo sería soslayado en un debate abstracto sobre sistemas sociales. Los
fracasos serían ensayos de aproximación o sacrificios inevitables para que el
demiurgo del poder nos lleve a la felicidad de una sociedad superior de Hombres
Nuevos como Makled.
El
caso es que si no tienen que responder por sus disparates cotidianos ¿cuál
sería la materia a debatir en las elecciones?
II
Son
dos campañas que no se encuentran. Una en el éter, deliberadamente desvinculada
de la realidad que lo abochorna; la otra se centra en ella y ofrece
alternativas. Por ejemplo: mientras Capriles presenta un programa de
inversiones y reformas del horrendo sistema penitenciario, el presidente no
toca el tema ni asume la responsabilidad de haber agravado la espantosa tragedia.
Para él todo es la amenaza imperial contra el socialismo que supuestamente
construye y del que nada nos dice. Ni siquiera parece dispuesto a que
investiguemos lo que hay en esa inminente invasión que espera desde hace un
puño de años. Hemos de creer en su sagrada palabra. Si dice que Obama alista
marines para sembrarlos en la costa venezolana con la complicidad de Capriles,
pues nada, así será.
No
sé si es éste el único gobierno que no dialoga con la disidencia ni siquiera en
temas inevitablemente comunes como el de la inseguridad; lo que sí sé es que no
sólo lo desdeña, sino que subraya con cándida franqueza la imposibilidad del
diálogo. ¿Y por qué, señor? Porque en la lucha de clases no hay intercambio
posible. Hacerlo es una fraternización traidora.
En
términos estrictamente electorales semejante desplante favorece a la Unidad
Democrática. El gobierno la deja hablar y proponer sin contradecirla. Mientras
Capriles y sus seguidores recorren el país palmo a palmo, tocan a la gente, la
escuchan y le responden, el presidente y su elenco se envuelven en el mutismo.
Tratemos
de entenderlos. Han confiado en su descomunal predominio de medios, dinero e
instrumentos de poder. La voz del presidente, prudentemente editada, no nos
deja tranquilos. La voz, he dicho, no la presencia personal, en contraste con
un rival que no descansa
III
El
problema del oficialismo es la enfermedad del presidente o la incertidumbre que
reina sobre su estado de salud. No sin maestría han convertido el menoscabo en
arma de combate forzando así el repunte de un candidato que no se sabe si podrá
ejercer el cargo. ¿Por cuánto tiempo puede usarse esa suprema idea-fuerza? No
creo que por mucho más, aparte de que el estado de expectativa mantiene al PSUV
en el Limbo. No se mueve, no se atreve a hacerlo. No muestra claramente al
candidato que sustituiría a la deidad única de aquel monoteísmo laico. A su vez
el presidente no da el paso porque no confía. Considera sacrílego que se
sienten en su solio inmaculado. Mientras viva, será de ver con qué ojos miraría
al nuevo líder. Los sucesores pujan soterradamente tratando de no dar un paso
en falso con la esperanza de que el gran timonel los favorezca con su decisión.
¿Tendrá fuerza para tomarla antes de retirarse del escenario?
El
resultado es el estancamiento. El tiempo corre, los rivales también. ¿Qué hacer
para frenarlos hasta que el problema de fondo se resuelva? No parece
vislumbrarse medio mejor que el insulto, el ventajismo, la intriga? Y en eso
están.
Sembrar
la desconfianza en el adversario pasa a ser esencial, desmoralizarlo con
encuestas que resulten abrumadoras al punto de minarles la voluntad de lucha.
Pero por supuesto, el otro también juega y no ha tardado en descubrir el
sórdido trasfondo de tanta truculencia. Saber y no inmutarse es la clave ¿Podrá
lograrlo?
That´s
the question.