Con motivo del crispado debate en la campaña electoral presidencial norteamericana, escuché en CNN a un historiador opinar que en ese país se había perdido el sentido de propósito compartido. Estimula el fenómeno en estos años la figura polarizadora por pugnaz del candidato Republicano y tiene en los sectores denominados progresistas del Demócrata la contrapartida de intransigencias que no son sólo de forma, sino de fondo. Los consensos habituales en temas fundamentales se han reducido sustancialmente. No es de sorprenderse que el libro de Shapiro sobre “El último Gran Senado”, donde grandes parlamentarios de los dos partidos mostraban valentía y conciencia de estadistas en tiempos de crisis, haya sido publicado en 2012 y nos presente en la portada a los republicanos Baker y Javits con los demócratas Kennedy, Muskie y Bird, tan variados en las tendencias como en el origen regional y se refiera a una cámara entre los años 1977 y 1980, hace un cuarto de siglo.
Pero si a ver vamos y nos fijamos en otro libro más reciente como el de Davies “Estados Nerviosos”, acerca de la democracia en la declinación de la razón, nos damos cuenta que en una sociedad donde cada vez predominan más las emociones, la cosa no está fácil para la democracia. El crecimiento de los populismos de izquierda, de derecha o basculantes según convenga en el momento, presente en sociedades de institucionalidad frágil como buena parte de nuestra América Latina, Asia o África, no es ajeno a democracias de las más avanzadas como Francia o el Reino Unido. En Alemania, el auge de los derechistas extremos de la AfD se manifiesta principalmente en los estados del Este, hasta 1990 gobernados por el sistema totalitario de la RDA, imperio del Partido Socialista Unido y de la Stasi, la omnipresente policía política “escudo y espada del partido”.
Es cierto que la calidad cainita del debate entre las opciones de centro izquierda, centro o centro derecha puede contribuir a que asciendan los radicalismos, podemos decir que el descontento no necesariamente se basa en el nivel de vida o el buen o mal gobierno. Hasta en Suecia, aunque retrocedieran en la elección europea, la posición más extrema ha capturado una proporción significativa del electorado.
Si esto sucede en esas sociedades, las más atractivas para la emigración lo que se convierte de suyo en tema de confrontación, porque a nadie se le ocurre irse a Cuba o Corea del Norte, países donde como se sabe, además no hay éste ni ningún debate –los demás son ilegales- ¿Qué podemos esperar de sociedades como la nuestra? Aquí, es política “de Estado”, porque éste y el partido se confunden, que todo el que discrepe es fascista, por reglas de terreno sedicioso y eventualmente criminal. Postura que por reacción o convicción tiene su correlato en un segmento de oposición visceral que sin excluir cierto oportunismo, sospecha –o acusa- de traidor, artrópodo o vendido a cualquiera que en el amplio y diverso espectro que va de la derecha o la izquierda democráticas al más inocente “comeflorismo” que no repita en coro el relato inflexible.
El desvanecimiento del centro es un problema de la mayor gravedad para la existencia de la democracia y para el funcionamiento sano y las posibilidades de desarrollo de cualquier sociedad. Desarrollo que no es solo crecimiento económico que lo incluye, sino social, educativo-cultural, sanitario. Porque desarrollo es el paso a un nivel más humano de vida.
Con la natural diversidad que el pluralismo reconoce y defiende, es necesario buscar consensos que posibiliten la convivencia. Consensos de libertad, respeto y reglas seguras para todos. Consensos relativos a la calidad de vida, el medio ambiente, las oportunidades. En política y más profundamente, en la vida cívica, el sentido común no es otra cosa que el sentido de lo común.
https://www.elimpulso.com/2024/09/28/opinion-un-proposito-compartido-es-de-sentido-comun-28sep/
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