Por Carolina Gómez-Ávila
El martes escuché a la
Fiscal. Me di cuenta de su respiración agitada, imaginé las presiones a las que
estaría sometida y anoté, como lo más importante, lo que no había dicho: no
dijo que se hubiera restituido el orden constitucional. Y con esa omisión nos
obliga a seguir invocando el Art. 333 de la CRBV
Nunca un poema me había
hecho llorar de rabia. Jamás imaginé que lo haría uno inspirado en la guerra civil
española, tan distante. Me ardieron los ojos mientras me brotaban los
lagrimones. Me recriminé lo que creí una reacción excesiva y puse a Neruda a un
lado. Dos días más tarde lo intenté con idéntico resultado.
Dije rabia, esa mezcla de
dolor con impotencia. Una tan fuerte que tuve miedo de mí. Me obligué a callar
las imprecaciones para afrontar esta pesadilla nueva: quiero castigo. ¿Qué me
robaron, Dios mío, que lloro con poemas de guerra y pido castigo? Siempre
contraria a la violencia, vi de cerca la posibilidad de serlo. Tengo que hacer
algo para no convertirme en el monstruo que nunca he sido.
Ayer me puse a prueba
enumerando, como enemigos, acciones en vez de personas: como confundir la
majestad de un cargo con la de un nombre, usar principios de propaganda nazi,
arrogarse facultades interpretativas del Pacto Social, disparar fusiles en
línea recta.
Han pasado algunos días,
pero las tribulaciones no han pasado. El martes escuché a la Fiscal. Me di
cuenta de su respiración agitada, imaginé las presiones a las que estaría
sometida y anoté, como lo más importante, lo que no había dicho: no dijo que se
hubiera restituido el orden constitucional. Y con esa omisión nos obliga a
seguir invocando el Art. 333 de la CRBV. Y no sólo sostuvo su denuncia al no darla
por resuelta, sino que hizo nuevos señalamientos en los que pone en tela de
juicio a otros actores del desastre nacional.