Paulina Gamus 24 de noviembre de 2012
Si un gobierno no tiene el menor
respeto por la propiedad privada y confisca lo que se le antoja con el pretexto
de entregarlo a los pobres. Si ese mismo gobierno lleva catorce años en la
prédica de una hipotética lucha de clases: pobres contra ricos. Si además se
dice socialista y para corroborarlo ha pintado de rojo -el color comunista por
excelencia- todo lo que se mueve o es objeto fijo en el país, incluyendo a sus
seguidores, a los funcionarios públicos y a los potenciales beneficiarios de
sus dádivas. Si el jefe máximo y líder único de ese gobierno, por añadidura
candidato a la eternidad, tiene como héroe, padre putativo y ejemplo a seguir
al más que eterno líder de la dictadura cubana Fidel Castro quien, a no
dudarlo, impuso hace cincuenta años una dictadura comunista en Cuba. Si además
ahora, después de su reelección el 7 de octubre pasado, se le ha metido entre
ceja y ceja que Venezuela tiene que ser un estado comunal y comunismo es un
derivado de comuna. ¿Cabría entonces alguna duda sobre la maldición que nos
acecha dese hace años y que ahora se descubre el rostro y nos muestra su
horrenda faz?
Numerosos voceros de la oposición han
alertado sobre ese peligro inminente y alegan que en todas las encuestas más
del 80% de los venezolanos se declara anticomunista y no quisiera parecerse en
lo más mínimo a la Cuba castrista. El problema es que del 100% de los electores
un poco más de la mitad votó por Chávez y no es la primera vez que Chávez cree
que esos votos equivalen a una investidura monárquica, pero de las monarquías
de antes, las absolutas. Hacen bien entonces los dirigentes opositores en
advertir el rumbo hacia el precipicio que va tomando este ¿tercero? ¿cuarto?
gobierno de Chávez, perdonen si perdí la cuenta.
Pero hay sucesos que me ponen a pensar qué clase de régimen es exactamente este
del socialismo del siglo XXI. Por ejemplo, las primeras páginas de casi toda la
prensa nacional han dado cuenta del problemón que se le presenta a los
consumidores venezolanos por la ineptitud de Bolipuertos que ha impedido la
descarga de no sabemos cuántos buques cargados de pinos canadienses, juguetes
norteamericanos, chinos y de otras nacionalidades, jamones serranos, castañas
canadienses, champaña francesa, panetttones italianos, turrones españoles,
vinos de todo el mundo, pescados y uvas de Chile, además de azúcar y arroz de
alguna parte, carne de Brasil y Argentina, leche de Ecuador, Colombia y hasta
de Portugal. Es decir que en este país comunista, usted, aquel, y yo no podemos
disfrutar de esos manjares y ornamentos navideños y hasta de los alimentos
básicos, no porque este sea un gobierno comunista como el de Cuba donde para
que alguien sepa como es un jamón o un pino canadiense tiene que verlo en
fotografías, sino porque se trata de un régimen incapaz de la más elemental
eficiencia, incluida la descarga de buques en los puertos que nacionalizó. No
es que como buen régimen de la hoz y el martillo el de este país haya prohibido
la llegada de esos artículos sin duda suntuarios (en Cuba hasta la humilde
leche de vaca lo es), sino que no saben cómo descargarlos a tiempo para que el
pueblo comunista de Venezuela que acaba de reelegir al camarada Hugo Chávez, no
se desespere.
Otra cosa que llama la atención son los restaurantes cada vez más costosos en
vista de la inflación galopante que nos acosa. Pero los más caros están siempre
llenos y hay que ver los automóviles que se estacionan en las puertas de los
mismos. La polarización que vive nuestro país entre comunistas de uña en el
rabo y anticomunistas, es decir fascistas, de ultraderecha, golpistas,
imperialistas y burgueses, se manifiesta precisamente en la escogencia de los
restaurantes y sobre todo en la antigüedad de los güiskis: donde usted vea una
botella de 18 o más años seguida de otras de la misma edad y precio, seguro que
allí está un comunista beneficiario de la largueza con que el gobierno roba y
deja robar.
Y para concluir estas reflexiones (que no mis inquietudes) hablemos de las
comunas. El único modelo de comuna exitoso del que se tenga noticia, se fundó
en Israel en tiempos muy anteriores a la creación el Estado. Su éxito dependió
de que la afiliación era voluntaria, a nadie lo obligaban a vivir en un kibutz
y a compartir todas las ganancias con el resto de los integrantes de esa
entidad comunal. De cada quien dependía aceptar no tener dinero propio ni
automóvil ni cualquier otro bien que no fuese compartido. Pero hasta esa
experiencia con más de cien años de existencia, está hoy en fase decadente y
muchos han cerrado sus puertas o se han transformado en unidades de producción
que se manejan con los criterios de propiedad privada.
Para asomarse por una ventanita hacia el futuro de las comunas en Venezuela
basta con volver al tema de Bolipuertos y observar además el estado lastimoso
en que se encuentran todas las haciendas y fábricas que el gobierno comunista
de Venezuela expropió y nacionalizó. En ese desastre es en lo único que nos
parecemos a la Cuba fidelista. No hay que bajar la guardia, sobre todo en el
intento de meterle ideas raras en la cabeza a nuestros niños y jóvenes mediante
reformas educativas. Tampoco dejar avanzar sin protestar maniobras como
posibles reformas constitucionales para fines perversos y destructores de la
poca democracia que nos queda. Pero del estado comunal y del comunismo chavista
permítanme que me ría.