Francisco Fernández-Carvajal 26 de noviembre de
2020
@hablarcondios
— Lectura del Evangelio.
— Dios nos habla en la Sagrada Escritura.
— Para sacar fruto.
I. A punto de
concluir el ciclo litúrgico, leemos en el Evangelio de la Misa esta expresión
del Señor: El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán1.
Son palabras eternas las de Jesús, que nos dieron a conocer la intimidad del
Padre y el camino que habíamos de seguir para llegar hasta Él. Permanecerán
porque fueron pronunciadas por Dios para cada hombre, para cada mujer que viene
a este mundo. Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en otro
tiempo a nuestros padres por el ministerio de los profetas; últimamente, en
estos días, nos ha hablado por su Hijo2.
«Estos días» son también los nuestros. Jesucristo sigue hablando, y sus
palabras, por ser divinas, son siempre actuales.
Toda la Escritura anterior a Cristo adquiere su
sentido exacto a la luz de la figura y de la predicación del Señor. San
Agustín, con una expresión vigorosa, escribe que «la Ley estaba preñada de
Cristo»3. Y en otro lugar afirma el Santo Doctor: «Leed los libros
proféticos sin ver en ellos a Cristo: no hay nada más insípido, más soso. Pero
descubrid en ellos a Cristo, y eso que leéis no solo se vuelve sabroso, sino
embriagador»4. Él es quien descubre el profundo sentido que se contiene en
la revelación anterior: Entonces les abrió el entendimiento para que
comprendiesen las Escrituras5.
Los judíos que se negaron a aceptar el Evangelio se quedaron como con un cofre
con un gran tesoro dentro, pero sin la llave para abrirlo. Sus
entendimientos -escribe San Pablo a los cristianos de Corinto- estaban
velados, y lo están hoy por el mismo velo que continúa sobre la lectura de la
alianza antigua, porque solo en Cristo desaparece6,
pues «el fin principal de la economía antigua era preparar la venida de Cristo,
redentor universal, y de su reino mesiánico (...). Dios es el autor que inspira
los libros de ambos Testamentos, de modo que el Antiguo encubriera al Nuevo»7.
Es conmovedor en este sentido el diálogo entre el apóstol Felipe y el etíope,
ministro de Candace, que leía al Profeta Isaías. ¿Entiendes por ventura
lo que lees?, le preguntó Felipe. ¿Cómo voy a entenderlo si alguien
no me guía? Entonces, comenzando por esta escritura, le
anunció a Jesús8.
Jesús era el punto clave para comprender.