Por Piero Trepiccione
Venezuela en estos momentos,
al igual que la región, está siendo blanco del crecimiento sostenido de la
pandemia provocada por la covid-19. Es un vendaval que nos ha emboscado en
medio de dos circunstancias particulares. La primera de ellas, un conflicto
político de larga data que ha resquebrajado la institucionalidad y el
relacionamiento entre los factores de poder de acuerdo a normas convenidas. La
segunda, consecuencia en algo de la primera, una economía destrozada que ha
deteriorado al máximo las capacidades de respuesta del Estado ante la crisis.
En virtud de ello, tenemos a
una sociedad que se ha venido desprendiendo de la polarización política y se ha
concentrado en su supervivencia. Ya no tenemos dos grandes polos alineados con
Nicolás Maduro y Juan Guaidó, sino un gran centro político que desaprueba la
gestión del liderazgo actual del país y quiere fórmulas alternativas por medio
de las cuales, se pueda iniciar un proceso de recuperación económica e
institucional del país en el mediano y largo plazo.
Este nuevo centro político
es de enorme envergadura y concentra un gran descontento con la situación
actual del país y con la manera particular en cómo se han gestionado las cosas.
Alrededor del noventa por ciento de la población venezolana está alineada con
ese descontento y está mirando lo que ocurre más con criterios de realidad, que
con algún tipo de visión ideológica partidaria. Esta circunstancia ha creado un
nuevo imaginario colectivo con una energía social demasiado concentrada, que
está a la espera de su canalización por vías democráticas.
Esa canalización debe ser
orientada con estrategias coherentes y asociadas al sentimiento generalizado de
la población, hacia un rumbo electoral. Si bien es cierto, que este camino
tiene grandes detractores, unos que cuestionan abiertamente las actuales
condiciones electorales de escasa competitividad equilibrada (lo cual es
cierto) y aquellos, que, desde el gobierno actual, desalientan la
participación, para que solo unos pocos, controlados por esquemas clientelares,
puedan definir los resultados y seguir ostentando el poder con el esquema de
disuadir el descontento mayoritario de la población con desmovilización.
También es cierto que esa energía social canalizada adecuadamente con una ruta
firme y clarificada puede generar una avalancha social que transforme la actual
situación de conflicto político y legitimidad fraccionada, en un nuevo consenso
mayoritario que impulse cambios claves para nuestro futuro inmediato.
Decía Max Weber, uno de los
grandes íconos de la ciencia política contemporánea, “Quien hace política pacta
con los poderes diabólicos que acechan a todo poder” y “Toda experiencia
histórica confirma la verdad de que el hombre no hubiera obtenido lo posible si
no hubiera pugnado una y otra vez por alcanzar lo imposible” con estas dos
aportaciones claves que nos señala el alemán, se nos abre una perspectiva clara
en torno a la necesidad de orientar todos los esfuerzos, todas las
negociaciones, todos los acuerdos y toda la gran energía social acumulada hasta
ahora, hacia un norte electoral desde el cual, se pueda abrir el caudal que
rompa el dique de la parálisis que ha colocado a los venezolanos en una
situación desesperada, con impactos negativos para todo el hemisferio
occidental.
Alcanzar lo imposible es
posible gracias a la política. Kennedy en 1961 fijó el objetivo: “los EEUU
tienen que colocar un hombre en la luna antes de finalizar la década” y algo
que estaba pautado que ocurriera en los ochenta o noventa se adelantó para bien
de la humanidad. Hoy en día en Venezuela hay que fijar un horizonte electoral
que rompa todos los temores, que desde las redes sociales se promueven contra
los deseos de participar de la población. Aspirando a lo imposible,
alcanzaremos lo deseado.
18-04-21
https://efectococuyo.com/opinion/alcanzar-lo-imposible-la-ruta-electoral-en-venezuela/
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