Francisco Fernández-Carvajal 24 de abril de 2021
@hablarcondios
—
Jesús es el buen Pastor y encarga a Pedro y a sus sucesores que continúen su
misión aquí en la tierra en el gobierno de su Iglesia.
— El
primado de Pedro. El amor a Pedro de los primeros cristianos.
—
Obediencia fiel al Vicario de Cristo; dar a conocer sus enseñanzas. El «dulce
Cristo en la tierra».
I. Ha
resucitado el buen Pastor que dio la vida por sus ovejas, y se dignó morir por
su grey. Aleluya1.
La
figura del buen Pastor determina la liturgia de este domingo. El sacrificio del
Pastor ha dado la vida a las ovejas y las ha devuelto al redil. Años más tarde,
San Pedro afianzaba a los cristianos en la fe recordándoles en medio de la
persecución lo que Cristo había hecho y sufrido por ellos: por sus
heridas habéis sido curados. Porque erais como ovejas descarriadas; mas ahora
os habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras almas2. Por eso la Iglesia entera se llena del gozo inmenso
de la resurrección de Jesucristo3 y le pide a Dios Padre que el débil rebaño de tu
Hijo tenga parte en la admirable victoria de su Pastor4.
Los
primeros cristianos manifestaron una entrañable predilección por la imagen del
Buen Pastor, de la que nos han quedado innumerables testimonios en pinturas
murales, relieves, dibujos que acompañan epitafios, mosaicos y esculturas, en
las catacumbas y en los más venerables edificios de la antigüedad. La liturgia
de este domingo nos invita a meditar en la misericordiosa ternura de nuestro
Salvador, para que reconozcamos los derechos que con su muerte ha adquirido
sobre cada uno de nosotros. También es una buena ocasión para llevar a nuestra
oración personal nuestro amor a los buenos pastores que Él dejó en su nombre
para guiarnos y guardarnos.
En el
Antiguo Testamento se habla frecuentemente del Mesías como del buen Pastor que
habría de alimentar, regir y gobernar al pueblo de Dios, frecuentemente
abandonado y disperso. En Jesús se cumplen las profecías del Pastor esperado,
con nuevas características. Él es el buen Pastor que da la vida por sus ovejas
y establece pastores que continúen su misión. Frente a los ladrones, que buscan
su interés y pierden el rebaño, Jesús es la puerta de salvación5; quien pasa por ella encontrará pastos abundantes6. Existe una tierna relación personal entre Jesús, buen Pastor,
y sus ovejas: llama a cada una por su nombre, va delante de ellas; las ovejas
le siguen porque conocen su voz... Es el pastor único que
forma un solo rebaño7 protegido por el amor del Padre8. Es el pastor supremo9.
En su
última aparición, poco antes de la Ascensión, Cristo resucitado constituye a
Pedro pastor de su rebaño10, guía de la Iglesia. Se cumple entonces la promesa que le
hiciera poco antes de la Pasión: pero yo he rogado por ti para que no
desfallezca tu fe, y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos11. A continuación le profetiza que, como buen pastor, también
morirá por su rebaño.
Cristo
confía en Pedro, a pesar de las negaciones. Solo le pregunta si le ama, tantas
veces cuantas habían sido las negaciones. El Señor no tiene inconveniente en
confiar su Iglesia a un hombre con flaquezas, pero que se arrepiente y ama con
obras.
Pedro
se entristeció porque le preguntó por tercera vez si le amaba, y le respondió: Señor,
tú lo sabes todo. Tú sabes que te amo. Le dijo Jesús: Apacienta mis ovejas.
La
imagen del pastor que Jesús se había aplicado a sí mismo pasa a Pedro: él ha de
continuar la misión del Señor, ser su representante en la tierra.
Las
palabras de Jesús a Pedro –apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas–
indican que la misión de Pedro será la de guardar todo el rebaño del Señor, sin
excepción. Y «apacentar» equivale a dirigir y gobernar. Pedro queda constituido
pastor y guía de la Iglesia entera. Como señala el Concilio Vaticano II,
Jesucristo «puso al frente de los demás Apóstoles al bienaventurado Pedro e
instituyó en la persona del mismo el principio y fundamento, perpetuo y
visible, de la unidad de fe y de comunión»12.
Donde
está Pedro se encuentra la Iglesia de Cristo. Junto a él conocemos con certeza
el camino que conduce a la salvación.
II.
Sobre el primado de Pedro –la roca– estará asentado, hasta el fin del mundo, el
edificio de la Iglesia. La figura de Pedro se agranda de modo inconmensurable,
porque realmente el fundamento de la Iglesia es Cristo13, y, desde ahora, en su lugar estará Pedro. De aquí que el
nombre posterior que reciban sus sucesores será el de Vicario de Cristo,
es decir, el que hace las veces de Cristo.
Pedro
es la firme seguridad de la Iglesia frente a todas las tempestades que ha
sufrido y padecerá a lo largo de los siglos. El fundamento que le proporciona y
la vigilancia que ejerce sobre ella como buen pastor son la garantía de que
saldrá victoriosa a pesar de que estará sometida a pruebas y tentaciones. Pedro
morirá unos años más tarde, pero su oficio de pastor supremo «es preciso que
dure eternamente por obra del Señor, para perpetua salud y bien perenne de la
Iglesia, que, fundada sobre roca, debe permanecer firme hasta la consumación de
los siglos»14.
El
amor al Papa se remonta a los mismos comienzos de la Iglesia. Los Hechos
de los Apóstoles15 nos narran la conmovedora actitud de los primeros
cristianos, cuando San Pedro es encarcelado por Herodes Agripa, que espera
darle muerte después de la fiesta de Pascua. Mientras tanto la Iglesia
rogaba incesantemente por él a Dios. «Observad los sentimientos de los
fieles hacia sus pastores –dice San Crisóstomo–. No recurren a disturbios ni a
rebeldía, sino a la oración, que es el remedio invencible. No dicen: como somos
hombres sin poder alguno, es inútil que oremos por él. Rezaban por amor y no
pensaban nada semejante»16.
Debemos
rezar mucho por el Papa, que lleva sobre sus hombros el grave peso de la
Iglesia, y por sus intenciones. Quizá podemos hacerlo con las palabras de esta
oración litúrgica: Dominus conservet eum, et vivificet eum, et beatum
faciat eum in terra, et non tradat eum in animam inimicorum eius: Que el
Señor le guarde, y le dé vida, y le haga feliz en la tierra, y no le entregue
en poder de sus enemigos17. Todos los días sube hacia Dios un clamor de la Iglesia
entera rogando «con él y por él» en todas partes del mundo. No se celebra
ninguna Misa sin que se mencione su nombre y pidamos por su persona y por sus
intenciones. El Señor verá también con mucho agrado que nos acordemos a lo
largo del día de ofrecer oraciones, horas de trabajo o de estudio, y alguna
mortificación por su Vicario aquí en la tierra.
«Gracias,
Dios mío, por el amor al Papa que has puesto en mi corazón»18: ojalá podamos decir esto cada día con más motivo. Este amor
y veneración por el Romano Pontífice es uno de los grandes dones que el Señor
nos ha dejado.
III. Junto
a nuestra oración, nuestro amor y nuestro respeto para quien hace las veces de
Cristo en la tierra. «El amor al Romano Pontífice ha de ser en nosotros una
hermosa pasión, porque en él vemos a Cristo»19. Por esto, «no cederemos a la tentación, demasiado fácil, de
oponer un Papa a otro, para no otorgar nuestra confianza sino a aquel cuyos
actos respondan mejor a nuestras inclinaciones personales. No seremos de
aquellos que añoran al Papa de ayer o que esperan al de mañana para dispensarse
de obedecer al jefe de hoy. Leed los textos del ceremonial de la coronación de
los pontífices y notaréis que ninguno confiere al elegido por el cónclave los
poderes de su dignidad. El sucesor de Pedro tiene esos poderes directamente de
Cristo. Cuando hablemos del sumo Pontífice eliminemos de nuestro vocabulario,
por consiguiente, las expresiones tomadas de las asambleas parlamentarias o de
la polémica de los periódicos y no permitamos que hombres extraños a nuestra fe
se cuiden de revelarnos el prestigio que tiene sobre el mundo el jefe de la
Cristiandad»20.
Y no
habría respeto y amor verdadero al Papa si no hubiera una obediencia fiel,
interna y externa, a sus enseñanzas y a su doctrina. Los buenos hijos escuchan
con veneración aun los simples consejos del Padre común y procuran ponerlos
sinceramente en práctica.
En el
Papa debemos ver a quien está en lugar de Cristo en el mundo: al «dulce Cristo
en la tierra», como solía decir Santa Catalina de Siena; y amarle y escucharle,
porque en su voz está la verdad. Haremos que sus palabras lleguen a todos los
rincones del mundo, sin deformaciones, para que, lo mismo que cuando Cristo
andaba sobre la tierra, muchos desorientados por la ignorancia y el error
descubran la verdad y muchos afligidos recobren la esperanza. Dar a conocer sus
enseñanzas es parte de la tarea apostólica del cristiano.
Al
Papa pueden aplicarse aquellas mismas palabras de Jesús: Si alguno está
unido a mí, ese lleva mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada21. Sin esa unión todos los frutos serían aparentes y vacíos y,
en muchos casos, amargos y dañosos para todo el Cuerpo Místico de Cristo. Por
el contrario, si estamos muy unidos al Papa, no nos faltarán motivos, ante la
tarea que nos espera, para el optimismo que reflejan estas palabras de San
Josemaría Escrivá: «Gozosamente te bendigo, hijo, por esa fe en tu misión de
apóstol que te llevó a escribir: “No cabe duda: el porvenir es seguro, quizá a
pesar de nosotros. Pero es menester que seamos una sola cosa con la Cabeza –‘ut
omnes unum sint!’–, por la oración y por el sacrificio”»22.
1 Antífona
de comunión. —
2 1
Pdr 2, 25. —
3 Oración
colecta de la Misa. —
4 Ibídem.
—
5 Cfr. Jn 10,
10. —
6 Cfr. Jn 10,
9-10. —
7 Cfr. Jn 10,
16. —
8 Cfr. Jn 10,
29. —
9 1
Pdr 5, 4. —
10 Cfr. Jn 21,
15-17. —
11 Lc 22,
32. —
12 Conc.
Vat. II, Const. Lumen gentium, 18. —
13 1
Cor 3, 11. —
14 Conc.
Vat. I, Const. Pastor aeternus, cap. 2. —
15 Cfr. Hech 12,
1-12. —
16 San
Juan Crisóstomo, Hom. sobre los Hechos de los Apóstoles,
26. —
17 Enchiridium
indulgentiarum, 1986, n. 39, Oración pro Pontífice. —
18 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 573. —
19 ídem,
Homilía Lealtad a la Iglesia, 4-VI-1972. —
20 G.
Chevrot, Simón Pedro, Rialp, Madrid 1967, pp. 126-127.
—
21 Jn 15,
5. —
22 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 968.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiariasiguiente.aspx
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