Miguel Méndez Rodulfo 20 de abril de 2021
A
menudo los gobiernos locales, regionales y nacionales no ven ni miden la
magnitud de algunos problemas que existen en la sociedad, que por no haber
eclosionado, hacerse visibles y afectar seriamente la vida social, no se les
presta la debida atención y se obvian sus males. En otros casos es peor, se
decide ignorar el problema en tanto éste se agrava. Quizá un caso elocuente fue
el tema de las drogas en México. No se supo atajarlo en sus inicios, a pesar de
la experiencia colombiana, se tomaron malas decisiones y la corrupción generalizada,
impidió e imposibilita hoy que se le pueda erradicar; por el contrario este
grave asunto cada día expande sus tentáculos y se hace más grave. De manera que
hay que tener una actitud previsiva y un monitoreo constante sobre los
perjuicios a la sociedad, calibrando el potencial daño que pudieran causar a
futuro, para evitar males mayores. Un gobierno y una sociedad previsiva que
constantemente se revisen, detecten anomalías y anticipen problemas
incrementales, a la larga hacen más efectiva la gobernanza y la paz social,
ahorran miles de millones y pueden garantizar mejor la convivencia ciudadana,
así como una buena seguridad y calidad de vida para las personas.
Un
problema común a muchas urbes latinoamericanas, con implicaciones con el mundo
de la droga, lo constituyen las pandillas callejeras. Éstas existen desde que
hubo la migración del campo a la ciudad y crecieron los barrios pobres,
hacinados y olvidados por el Estado así como por sus instituciones. Las
pandillas que en sus inicios estaban compuestas por elementos juveniles, en la
medida que el tiempo pasó y fueron penetradas por la droga pasaron a ser
organizaciones delincuenciales con cuadros y control territorial violento. La
ausencia de una política social que tenga a la pobreza como el centro de la
gestión pública, ha impedido que los gobiernos latinoamericanos pongan el foco
de atención en los barrios y sus innumerables problemas; por el contrario,
nuestros políticos han relegado a un tercer plano esta cruel realidad. Esta
desidia, pero también el abandono por parte del Estado de las zonas populares,
explica que las pandillas (en general los grupos delincuenciales, las bandas,
los pranatos, etc.) hayan ocupado ese vacío, operando en ese espacio con
impunidad en la ejecución de sus actividades ilícitas, pero a la vez
conformándose en protectores de la comunidad, sustituyendo a la policía en
estos menesteres. De igual manera arbitrando los conflictos vecinales e
impartiendo una cierta justicia rudimentaria, convirtiéndose de facto en el Estado.
En
virtud de esta realidad y dado el crecimiento de la violencia y de la tasa de
homicidios, los gobiernos repararon en los barrios, pero no actuaron con una
política integral producto de la reflexión y el análisis, sino que su respuesta
fue improvisada y orquestada mediante el uso de la fuerza. Estas medidas, en
Centroamérica por ejemplo, provocaron una reacción violenta de las pandillas
contra las fuerzas del orden, lo que las motivó a perfeccionar su
funcionamiento, a ser más resilientes y a operar en mayor clandestinidad, a la
vez que las involucró más en el mundo de las drogas. En tanto en Brasil, una
estrategia gubernamental similar, que produjo parecidos resultados, obligó al
gobierno de Río de Janeiro a utilizar medidas de prevención mediante el
Programa de Pacificación Urbana, que se inició en 2008 pero que se intensificó
entre 2014 y 2016, con ocasión del Mundial de Futbol y Las Olimpíadas. Dicho
programa involucró el despliegue de Unidades de Policía Pacificadoras (UPP),
formadas para aproximarse a las favelas de una manera no violenta, en especial
a las más cercanas a las sedes de los eventos. El programa operó en tres fases:
ocupación de la favela (fase de intervención); inserción de elementos
policiales pacificadores (fase de estabilización), y reafirmación del Estado,
construcción de infraestructura privada y realización de proyectos sociales
(fase de consolidación). Este programa significó un cambio de paradigma, ya que
no privilegió el uso de la fuerza sino que combinó acciones de seguridad y
orden, con propuestas de obras y de programas sociales, buscando otorgar a los
habitantes del barrio la dignidad de ciudadanos, en tanto que el Estado hacía
presencia en un espacio del cual estaba ausente. Sin dejar de reconocer el
cambio de estrategia, que ésta fuera instrumentada por un órgano de seguridad y
no por las autoridades urbanas y sociales, dejó dudas acerca de su efectividad
en el tiempo, como efectivamente ocurrió.
Miguel
Méndez Rodulfo
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