Por
Jesús Chuo Torrealba,
28/05/2017
Venezuela no vive (¿aún?) una
guerra civil, sino una represión criminal que ha causado ya casi 60 venezolanos
asesinados en menos de dos meses de manifestaciones, en su inmensa mayoría
pacíficas. Para que haya “guerra civil”
tienen que existir dos bandos armados en pugna. No es ese el caso venezolano
actual. En nuestro país una inmensa mayoría desarmada exige cambio
político, recuperación económica y reencuentro social, y enfrenta a una exigua
minoría. Pero ésta, a pesar de serlo, no solo busca mantenerse en el poder sino
que adelanta una maniobra para rediseñar el Estado y eternizar su hegemonía,
valiéndose para ello de las dos únicas herramientas de que dispone: Poder
burocrático y capacidad de reprimir. Esa
maniobra es la Constituyente “sectorial”, corporativa, que adelanta el
impresentable dúo Maduro-Lucena, y que coloca al país a las puertas de una
fractura devastadora.
BANALIZACIÓN
DE LA VIOLENCIA
El régimen de Maduro se ha
quedado sin aliados internacionales (¡hasta Ernesto Samper está ahora exigiendo
elecciones!), sin aliados internos (luego que la “relegitimación de partidos”
casi asesina a sus socios del antiguo “Gran Polo Patriótico”), sin partido
(pues Maduro sustituyó al PSUV por el llamado “Carnet de la Patria” como
mecanismo de comunicación y control con lo que le queda de base social) y sin
pueblo, pues todos los sondeos revelan ya que la tasa de desaprobación de
Maduro increíblemente supera el 90%. ¿Cómo
es posible entonces que un régimen en esas condiciones pretenda dar un golpe de
mano, patear la Constitución y adueñarse del Estado y de la sociedad?
La
respuesta es:
¡Frivolidad, voluntarismo y miedo! El
miedo a las consecuencias de perder el poder hace que el régimen (sobre todo
ese sector que enfrenta acusaciones por peculado masivo, violación de derechos
humanos y narcotráfico) desestime eso que la jerga marxista denomina
“condiciones objetivas y subjetivas” de la lucha política, cuyo análisis revela
que el Diosdado-Madurismo no es sostenible porque no tiene pueblo, dinero ni
liderazgo. Ese miedo lleva al régimen al
voluntarismo, a creer que basta con gritar “¡A-PRO-BA-DO!” delante de un
grupito de empleados para que el empeño continuista se transforme en realidad
política, y finalmente ese voluntarismo
lo lleva a la frivolidad criminal, a la banalización de la violencia, a
creer que la represión ejercida por la Policía Nacional Bolivariana, la Guardia
Nacional y los grupos paramilitares maduristas puede hacer la diferencia, sin
ver que la represión apenas puede contener (cada vez con mayor dificultad) a
muchachos con escudos de madera y latón, pero no puede desmovilizar a una
amplia e indignada alianza social, compuesta por los pobres de siempre y los
empobrecidos de ahora, una mayoría que decidió que el tiempo histórico de la
actual hegemonía se acabó, que el Diosdado-Madurismo no representa a nadie (ni
siquiera al chavismo), y que recuperar sus vidas, sus familias, sus empleos, y
su derecho al futuro pasa necesariamente por salir del régimen.
LA
AMENAZA INMINENTE
Esta situación impone un reto
complejo a la sociedad democrática y a la dirección política de la Unidad, reto que hasta ahora ha sido enfrentado
correctamente, con combativa firmeza: Al gobierno de una secta minoritaria
y armada, que desconoce las instituciones que no le son sumisas y que cierra
los canales de participación política del pueblo como referendos y elecciones,
sólo se le puede enfrentar con la movilización pacífica y contundente de la
ciudadanía democrática. Y así ha sido, a
un costo altísimo y con un impacto nacional y mundial del cual la dictadura no
podrá ya recuperarse.
Pero
la nueva pregunta es: Tras la amenaza de corto plazo que representa la
convocatoria inconstitucional de una falsa constituyente, ¿Cuál es ahora el
objetivo de la resistencia pacífica, de la heroica movilización del pueblo y en
particular de la juventud venezolana? ¿Es posible seguir exigiendo
“elecciones generales”, cuando para esta semana el binomio Maduro-Lucena está
convocando a inscribir las “postulaciones” para la Constituyente Fascista? ¿Es
posible simplemente ignorar tal convocatoria? ¿Tiene sentido boicotear ese
proceso, y darle así a Maduro la oportunidad preciosa de presentarse ante el
mundo como un “demócrata” y exhibir a la oposición como “violentos que no
quieren permitir que el pueblo vote”? ¿Cómo actuar?
MOVILIZACIÓN
SI ¿HACIA DÓNDE?
Obviamente,
la movilización pacífica del pueblo en la calle tiene que continuar. Ya en un mensaje
anterior (“Del dolor y la rabia a la victoria y el reencuentro”, domingo 7 de
mayo 2017, http://radardelosbarrios-fuerzavenezuela.blogspot.com/2017/05/del-dolor-y-la-rabia-la-victoria-y-el.html
) planteamos humildemente algunas ideas sobre como ampliar y profundizar esa
movilización. El asunto ahora es definir CON PRECISIÓN que es lo que
buscamos con la presión social del pueblo en la calle.
Porque
no basta ahora con decir que “queremos elecciones”, “exigimos cambio” o “Maduro
vete ya”.
La crisis venezolana llegó a un momento extremadamente peligroso, y lo que se
haga ahora determinará si la situación involucionará a una guerra civil o a un
golpe de estado, o si evolucionará hacia la construcción de una transición a la
democracia. Quizá a esto se refería el Secretario General de la OEA, Canciller
Luis Almagro, cuando en su mensaje sobre Venezuela emitido el pasado 20 de mayo
( http://www.oas.org/es/centro_noticias/comunicado_prensa.asp?sCodigo=C-045/17
) afirmó textualmente: “Es la hora de la
negociación definitiva para acordar los términos del restablecimiento de la
democracia”.
¿GANAR
LA GUERRA? ¡NO: IMPONER LA PAZ!
¿En que “negociación”, para usar
el término empleado por Almagro en su mensaje, esta dispuesta a participar la
dirección política de la oposición venezolana? ¿Qué “negociación” esta
dispuesta a respaldar desde la calle, desde el fragor de la lucha, desde el
dolor de sus muertos, la sociedad democrática venezolana? Eso es indispensable definirlo, asumirlo con valentía y explicarlo con
pedagógico coraje.
Porque una cosa está clara: Así
como el régimen incurre en banalización de la violencia cuando cree que
puede eternizarse en el poder con bombas, disparos y juicios militares, ignorando
la realidad social y prescindiendo de la política, la oposición podría
incurrir en una banalización similar si frente a una situación tan compleja
como ésta se responde con la sola repetición de las mismas convocatorias que
hasta ahora efectivamente han arrebatado al régimen la iniciativa.
La
calle movilizada ha sido exitosa, si, pero ella sirve para apoyar la estrategia
de cambio, NO PARA SUSTITUIRLA. El desafío de los demócratas no es
“ganarle la guerra al régimen”, sino promover su fractura, aislar a sus
sectores radicales e imponerles la paz. Poder hacerlo es un asunto de
fuerza, que duda cabe. Pero saber hacerlo es un asunto de conducción.Y estamos
seguros de que nuevamente la Venezuela Democrática encontrará el camino
adecuado.
¡Palante!
Tomado de:
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