Miguel Méndez Rodulfo 20 de mayo de 2017
Cuando
consideramos que en mes y medio de protestas contra este régimen han fallecido
más de 50 venezolanos y de ellos la inmensa mayoría jóvenes, debemos concluir
que este movimiento no tiene vuelta atrás. No lo tiene no solamente porque
sabemos que estamos cercanos al fin de esta pesadilla y por ello debemos asestar
el golpe de gracia, sino que no nos está permitido que la muerte de estos
valientes jóvenes, de estos mártires, sea en vano. En su nombre debemos
concluir el mandato del pueblo que no es otro que darnos una nueva
gobernabilidad y una nueva esperanza para reconstruir nuestro bien amado país.
La historia reivindicará el heroísmo y la entrega de estos valientísimos
jóvenes a los que no les importó poner su vida en riesgo para darnos un país en
libertad. A sus familias, a sus amigos, el reconocimiento por su entrega y
desprendimiento. El país siempre tendrá una deuda impagable con ellos. Todos
conocemos alguna madre que perdió a su hijo en estas jornadas históricas pero
definitivas. Nos embarga la tristeza por esos padres o hermanos que han
experimentado la pérdida de un ser querido en la flor de la vida, sin haber
podido realizarse como personas en un país libre que les brindara oportunidades
y materializara sus sueños.
Si el
gobierno piensa que arreciando la represión detendrá la protesta, se equivoca como
se equivocó creyendo que con eliminar RCTV, comprar Globovisión o cerrar CNN,
aumentaría su control sobre los venezolanos. La experiencia demostró lo
contrario y hoy un pueblo sublevado clama por la salida de Maduro. Los
pronunciamientos, casi simultáneos, de la Unión Europea y de los EEUU, este
último en el seno del Consejo de Seguridad de la ONU, resaltan la gravedad de
la crisis venezolana y su impacto mundial; sobre todo la preocupación por una
escalada del conflicto y la posibilidad de que ocurra algo similar al horror de
Siria. El gobierno sabe que ha perdido la batalla en el seno de la opinión
pública internacional y que ya no puede mentir como antes. Ni siquiera cuentan
con un apoyo abierto de Rusia y China; esto sólo lo logra con Cuba, Nicaragua,
Bolivia, Ecuador y Bielorrusia. Por lo demás, ninguna otra nación apoya a este
régimen represor y dictatorial.
Aunque
las protestas están variando en intensidad y todo apunta a su sostenimiento,
los rusos también juegan. Se está notando la presencia en sitios públicos como
el Metro, de personas humildes que en alta voz manifiestan su descontento
contra las protestas, argumentando que limitan el libre tránsito, impiden el
trabajo, causan el descuento por nómina de los días no trabajados, dañan el
aire que respiramos, generan zozobra e intranquilidad y que impiden que la
gente de pocos recursos pueda levarle al pan a sus hijos, todo lo cual
generaría un rechazo que se puede volver en una lucha del pueblo contra los
protestantes. Esto podría ser una queja genuina, que por supuesto no deja de
tener su base, pero como conocemos las artimañas del gobierno y del G2 cubano,
no parece descabellado suponer que es parte de una estrategia de desinformación
que busca confundir a la gente y desmotivar la protesta.
En todo
caso, la variación de los sitios de protesta y del horario de la misma, así
como de su intensidad, indican que la MUD está monitoreando bien el tiempo
político; sin embargo, ni la cuota de sacrificio de los venezolanos ni su
paciencia, es infinita; hay que definir hitos que supongan una progresión de la
protesta y articular la incorporación efectiva de los sectores populares en la
lucha contra el régimen para propiciar su salida.
Mientras
más tardemos en desalojar al régimen del poder, más personas inocentes morirán.
En esto el gobierno ha sido astuto y gradual, como siempre ha sabido hacerlo.
La contabilidad macabra de los muertos es de más de uno por día, pero se cuidan
de elevar el promedio para no generar un rechazo visceral de la población. Su
intención clara es desmotivar y causar un terror controlado.
Caracas 18 de mayo de 2017
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