Fernando Mires 24 de mayo de 2017
Existen
dos chavismos: el chavismo madurista y el chavismo antimadurista. El primero en
tendencia descendente. El segundo es ascendente y apareció antes de la gran
victoria obtenida por la oposición el 6-D.
Originariamente
fueron ramas críticas internas pero pronto aparecieron otras más inpendientes
al tronco común. Paralelamente, antiguos personeros, sobre todo ex ministros
fieles al chavismo originario comenzaron a mostrar públicas diferencias con el
modo y la forma como eran conducidos los asuntos de gobierno (Giorgani,
Navarro, entre otros) Más notorias han sido las disidencias de ex altos
oficiales de las FANB (desde Baduel hasta Cliver Alcalá). Hay muchos. Ellos han
sido objeto de duras represiones. Pero Maduro no ha logrado callarlos.
Probablemente no están muy solos al interior de las FANB.
Difícil
y largo sería intentar una radiografía de las rupturas producidas al interior
del bloque del chavismo. Menos difícil es precisar las razones que están
llevando a su disociación. Una de ellas reside en la persona del sucesor.
Maduro
está muy lejos de ser un líder carismático. Todo lo contrario: su persona
genera anticuerpos por donde vaya. Su alianza con Cabello, el hombre más odiado
de Venezuela (incluso por los chavistas) ha terminado por deteriorar aún más su
imagen política, si es que alguna vez la tuvo.
La
segunda razón es objetiva: reside en la gran crisis económica, incluyendo
hambrunas, que asola a toda Venezuela. El llamado pueblo chavista sindica a
Maduro y su grupo como el gran culpable. Se ha originando así una demanda de
conducción política capitalizada solo en parte por la oposición. Hay otra parte
que, no siguiendo a Maduro, mantiene cierta fidelidad religiosa con el
presidente muerto. Para los chavistas-antimaduristas dichos sectores representan
una posibilidad de reinserción futura del chavismo en la política, algo así
como lo que sucedió con el peronismo en Argentina, después de Perón.
Bajo
esas condiciones ya no son pocos los chavistas que se hacen preguntas acerca
del futuro, tanto personal como nacional. De ahí que las disidencias
inter-chavistas equivalen en gran medida a una estrategia de sobrevivencia. No
es errado suponer que hay chavistas preparando condiciones para actuar
políticamente en un periodo post- Maduro.
Ha
sido el mismo Maduro quien al intentar destruir la Constitución de 1999 –la
constitución de Chávez – mediante un proyecto corporativo-fascista (castrista
dicen otros: es lo mismo), ha terminado por acelerar el proceso de
descomposición interna del chavismo. Desde sus filas se escuchan voces pidiendo
elecciones (que terminarían por enterrar a Maduro). La posición estrictamente
constitucional asumida por la fiscal Ortega Díaz es seguramente la punta de un
iceberg profundo. Antiguos chavistas como la dubitativa Maripili Hernández y
los magistrados del TSJ Antonio Mojica Monsalve y Marisela Godoy; se han sumado
al chavismo constitucionalista (hay que llamarlo de algún modo) denunciando la
inconstitucionalidad de la constituyente propuesta por el madurismo. No serán
las últimos. Ellos han hecho suyas las palabras de Chávez, ignoradas por
Maduro: “No se puede cambiar una coma, una letra de la Constitución, sin
consultar al pueblo”. Y todos, mal que mal, se ven confrontados ante la misma
pregunta: ¿Cómo evitar que la debacle del madurismo se convierta en la de todo
el chavismo? La respuesta de los grupos disidentes, a pesar de sus diferencias,
parece ser una sola: es necesario separar al “chavismo verdadero” del
madurismo.
Para
perfilarse políticamente ante los suyos los chavistas antimaduristas requieren
marcar diferencias con la oposición. Pero por otra parte, si no son ingenuos,
saben que la defensa de la Constitución no puede tener lugar sin el concurso de
esa oposición. A la vez, la oposición, a pesar de que rechaza el culto a Chávez,
tan propio al chavismo antimadurista, sabe que las rupturas internas del
régimen son síntomas que anuncian su ocaso. Tanto más importantes si se tiene
en cuenta que en todos los procesos anti-dictatoriales los aparatos militares
que sustentan al régimen tienden a dividirse solo después de una división de
los aparatos civiles. Al revés no ha ocurrido nunca.
La
lectura que cada oposición hace del proceso histórico venezolano es por cierto
muy diferente. Incluso opuesta. Pero a la vez, sus representantes, como son
políticos, saben que este no es el momento para iniciar una discusión académica
acerca de cuando se jodió Venezuela (si con Chávez o con Maduro).
La
oposición antichavista y el chavismo antimadurista se necesitan mútuamente.
Pero una alianza entre el chavismo antimadurista y la oposición democrática es
algo muy difícil por el momento. Y si se piensa bien, tampoco es necesaria. Lo
importante es que, a través de los diferentes caminos elegidos, logren
converger en un solo punto. Ese punto lo ha marcado el propio Maduro. Ese punto
es la defensa de la Constitución. Si coordinan solo en ese punto (no se
requiere de ningún otro) tanto la oposición interna como la externa habrán
prestado un enorme servicio al país común que habitan.
“Entre
gitanos no nos vemos la suerte”, dice el dicho. Entre políticos tampoco, podría
agregarse. Por esa razón las dos oposiciones deberán dialogar, si es que no lo
han hecho ya. Ese y no otro es el verdadero –y quizás único- diálogo que
necesita Venezuela. Un diálogo entre políticos constitucionalistas que divergen
en todo menos en la defensa de esa Constitución que les permite unirse y
desunirse entre sí.
O en
otros términos: si esa convergencia mínima se diera sobre la base de un frente
único, por muy provisorio que sea, la Constitución chavista de 1999, refrendada
por la oposición en el 2007, estaría a salvo. Julio Borges lo entendió muy bien
al hacer el siguiente llamado:
...... la Asamblea Nacional abre sus espacios para
la creación del Frente por la Constitución que reúne a todos los sectores de la
sociedad: trabajadores, estudiantes, gremios profesionales, empresarios,
académicos.
Dentro
de la Constitución todo, fuera de la Constitución nada. Ese podría ser un lema
tácito en el proceso que llevará, más temprano que tarde, a la formación de ese
frente constitucional propuesto por el
Presidente de la Asamblea Nacional.
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