Por Pedro Trigo S.J.
La tesis es que en Venezuela
hemos pasado de un régimen totalitario a una vulgar dictadura decimonónica, o,
si preferimos llamarlo así, a una tiranía.
Quisiera comenzar diciendo que
escribo con mucho dolor, con más dolor que indignación. Ante todo, porque lo
que está pasando es muy malo para el país y el país somos todos y por eso nos
afecta muy profundamente; pero además porque también son mis hermanos los
causantes de esta tragedia y quiero que caigan en cuenta del mal que están
causando y vuelvan sobre sí[1].
Las dos raíces del
totalitarismo chavista
Este régimen comienza siendo
totalitario, sobre todo por dos motivos. El primero, que Chávez, el caudillo,
tomó la presidencia de la república con una ideología militar según la cual, el
Presidente de la República, era para él como el Comandante en Jefe de las
Fuerzas Armadas, en el sentido preciso de que tenía que ser obedecido de modo
no deliberante. Esta manera de entender la conducción del país, asimilándola a
la de las Fuerzas Armadas, es absolutamente incompatible con la democracia.
Entró a gobernar con esta
concepción, pero no la pudo aplicar con toda consecuencia sino a medida que
tuvo el control de todos los poderes y, sobre todo, de la opinión. Fue tan
obvio para todos que el presidente ejercía la Presidencia de la República como
Comandante en Jefe, es decir, que ése era su talante, que lo empezaron a llamar
comandante, hasta que en la última década todos los suyos, tanto los
funcionarios como la gente popular, terminaron llamándolo así. Y, obviamente,
no era un insulto sino un reconocimiento y él lo recibía de ese modo.
Es el bonapartismo, que es el
modo como el estudioso de nuestra política, Juan Carlos Rey, caracteriza al
régimen chavista [2]. Por eso todo lo que planteó fueron misiones, campañas,
batallas. Como el enemigo principal era interno, aunque las ganara todas,
siempre perdían venezolanos, en definitiva, siempre perdía Venezuela. Ésta es
la tragedia, que él no tuvo en cuenta, porque en una guerra lo imperativo para
el que la vive como contendiente es vencer. Pero gobernar no es hacer la guerra
ya que el gobernante es mandatario de todos los venezolanos, es decir su
representante, que por eso tiene que responder ante ellos, incluso
administrativa y penalmente, no el que está sobre ellos mandando no
deliberantemente.
Hay que señalar, y es
importante hacerlo en esta coyuntura, que esta ideología militarista no viene
determinada por ser militar de carrera ya que durante toda la democracia y aun
antes ha habido militares que han distinguido el modo de relaciones
característico de las Fuerzas Armadas del de la sociedad civil, donde está
ubicada la política y en concreto la estructura democrática. También se puede
señalar el caso de políticos que se relacionan dentro de su organización de
modo caudillista, dificultando o impidiendo la verdadera democracia, aunque
subsistan las formas[3].
Decíamos que Chávez fue
obrando cautelosamente hasta lograr el control de la opinión. Ese control lo
obtuvo por hegemonía, pero no en el sentido democrático sino al modo del líder
carismático. Hegemonía significa, en el sentido original aristotélico, que los
dirigidos perciban que sus intereses están representados en el interés del que
gobierna porque en definitiva es parte de ellos[4]. Además, el modo como hace
ver esta coincidencia de fondo y que legitima la representación es el diálogo:
la propuesta limpia de lo que propone y actúa, y el examen por parte de los
representados y la discusión abierta y franca, orientados todos por la honradez
con la realidad. Ésa es la hegemonía democrática.
En cambio el líder
carismático, según la concepción clásica de Max Weber[5], encanta a las masas
de tal manera que en su entusiasmo siguen al líder, abandonándose a él. Así,
inconscientemente para ambos [6], el líder se los traga, de manera que él es la
patria y que todos son él. Así fue el liderazgo de Chávez. Por eso pudo decir y
dijo que él era la patria y por eso cundió el slogan “yo soy Chávez”, “todos
somos Chávez”. Realmente tuvo una capacidad de encantamiento de dimensiones
desconocidas en nuestro país y que apenas tendrá paralelos en la historia
republicana de Nuestra América[7].
La segunda fuente del
totalitarismo fue la adopción del modelo revolucionario cubano. Puede
discutirse si ya estaba en su mente desde el comienzo, por sus encuentros
sistemáticos con la parte más ortodoxa del Partido Comunista, con la que se
reunía sistemáticamente durante la década que duró la conspiración, que incluyó
dos intentos de golpe de Estado y que acabaría llevándolo al poder
electoralmente, o si fue arrastrado a ese modelo tras el paro patronal, el
golpe de Estado y la huelga petrolera. De todos modos, hay que reconocer la
responsabilidad de los dueños de los principales medios de comunicación y de
los grandes empresarios, obviamente que no todos, en ese corrimiento de la
política de Chávez. Aunque en definitiva la última responsabilidad la tuvo él.
Lo cierto es que él llegó a
creerse el hijo, el sucesor, de Fidel, en el sentido preciso del que ocuparía
su lugar en América Latina[8]. Y también lo es que Fidel alentó esa percepción
con la finalidad o al menos con el resultado del apoyo masivo del gobierno
chavista al gobierno cubano y de la cubanización del gobierno venezolano.
Toda revolución, al pretender
que todo lo anterior había sido negativo y que con ella comienza la positividad
política[9], es totalitaria. Y esa percepción negativa de nuestra historia,
incluida la democracia, la inculcó Chávez sistemáticamente. En efecto, ese
corte con la historia y ese nuevo comienzo, que distorsiona completamente la
realidad y en concreto que distorsionó nuestra historia republicana, sobre
todo, la de la democracia[10], trae como consecuencia que los revolucionarios
son el verdadero sujeto político y que los demás ciudadanos son o adherentes
que tienen que ser moldeados por la revolución para que se conviertan en
sujetos de ella y por tanto, según su percepción, en personas positivas, o
personas neutras que tienen que ser reeducadas por el Estado porque ellas son
incapaces de ver lo que les conviene y de ponerlo en práctica, o enemigos
porque por su obcecación o por defender sus intereses, que en el fondo para ellos
es lo mismo, se oponen a la revolución.
Esta manera de entender la
historia y la política trae como consecuencia que, bajo cualquier fachada
política, el Estado no sea democrático. Ante todo, porque no es responsable: si
con él empieza todo, no tiene sentido la rendición de cuentas[11]. Si, como en
el caso venezolano a causa de la hegemonía carismática del líder, eso se puede
llevar a cabo con elecciones y parlamento, mejor. Pero lo fundamental no es la
forma sino la conducción revolucionaria, que no es deliberativa. Por eso no es
democrático. Las deliberaciones quedan, en el mejor de los casos, para el
comité central del partido, aunque, si hay carisma, como es el caso venezolano,
el jefe lo resuelve todo[12]. Por eso Chávez tuvo claro que tenía que copar el
parlamento para asegurarse el control de todos los poderes. Y eso fue lo que
hizo. Una vez logrado, todo se hacía con fachada democrática, pero el
parlamento no era ningún foro de discusión abierta sino el modo de bajar la
línea del jefe y de elegir los cargos para los demás organismos del Estado, no
a personas aptas, moralmente solventes e independientes, según el mandato
constitucional, sino peones del jefe[13].
El momento en que se evidenció
que las elecciones eran pura fachada y absolutamente nada más, fue cuando
Chávez propuso el referéndum para la reforma de la Constitución en el sentido
de Cuba. Chávez perdió el referéndum (2007). Pero, como no era demócrata,
implementó, mediante decretos presidenciales, todo lo que le había sido negado
en el plebiscito. Con esto quedaba probado que su contacto con el pueblo era
sólo para convencerlo: para bajar la línea, según la jerga marxista. Se probó
que no era una interlocución abierta en la que él pudiera rectificar
obedeciendo su parecer. Él, como comandante en jefe y como líder de la
revolución, tenía la primera y la última palabra. Al pueblo le correspondía
entrar por su camino. No había más camino. Totalitarismo puro y duro.
Totalitarismo: imponer un
modelo total
Así pues, lo fundamental del
totalitarismo es imponer un modelo no sólo político sino económico e
ideológico, un modelo total que moldee a las personas y a las instituciones y a
toda la fisonomía del país. “El totalitarismo es un sistema en el cual el
liderazgo centralizado de un movimiento de élite esgrime sin limitación los
instrumentos tecnológicamente avanzados del poder político, con el fin de
promover una revolución social de carácter total, incluido el condicionamiento
del hombre, sobre la base de ciertos supuestos ideológicos arbitrarios proclamados
por el liderazgo, en una atmósfera de unanimidad impuesta a toda la
población”[14]. Descriptivamente Friedrich propone los siguientes elementos:
“una ideología oficial, un partido único de masas, un monopolio casi total y
condicionado tecnológicamente de todos los medios de combate armado eficaz y de
comunicación masiva eficaz, y un sistema de control policial terrorista”[15].
Un programa característico de un régimen totalitario que cumplió Chávez a
cabalidad es el que pone Juan Carlos Rey, citando a Neuman: “además contar con
el monopolio de la coerción y con el respaldo popular, como ocurre en el
bonapartista, necesita además “controlar la educación, los medios de
comunicación y las instituciones económicas y engranar así el conjunto de la
sociedad y de la vida privada del ciudadano con el sistema de dominación
política” (Neumann [1968]: 221)” (oc).
Para Aron, lo fundamental es
también el partido único con los mismos propósitos que los anteriores: “el
monopolio de la política reservada a un partido, la voluntad de imprimir la
marca de la ideología oficial en el conjunto de la colectividad, y, en fin, el
esfuerzo por renovar radicalmente la sociedad que tiene como culminación la
unidad y fusión definitiva de la sociedad y el Estado”[16]. Es claro que hacia
eso nos quiso llevar Chávez. Pero, como hemos indicado, la diferencia es que él
personalmente comandaba a las Fuerzas Armadas, él era el poder y no ellas, como
cuerpo, ni la policía; ni tampoco el partido[17], que no era más que correa de
trasmisión de sus dictados. Esta soledad del hombre fuerte al frente de todo es
para Arendt la marca de los totalitarismos. Chávez podía exclamar como Hitler:
“El destino del Reich depende solamente de mí”[18]. Madueño cita una expresión
muy significativa de Chávez: “Ustedes guiarán el gobierno que no será el
gobierno de Chávez, porque Chávez es el pueblo. Será el gobierno del pueblo”
(En Ramos, oc 60). Así lo dice también Guerrero: “de esta realidad móvil, no
simple, lo que ha resultado es una concentración y centralización del ejercicio
del poder real y del poder simbólico en una sola persona. Al Presidente Chávez
le ha tocado ese rol, por ser la personalidad relevante en el proceso desde
1992”[19].
Para Arendt la aquiescencia de
las masas es absolutamente imprescindible para que haya totalitarismo porque no
es cierto que el régimen se sostiene sólo por el copamiento de todos los
poderes y por tanto por la imposibilidad física de arbitrar una alternativa.
Estamos de acuerdo con esta apreciación; pero no en la caracterización de esta
masa como el populacho carente de toda calidad[20]. Creemos que esta dejación
de la propia responsabilidad y esa ebriedad del poder, al seguirlo como un solo
hombre siguiendo al líder, acontece en personas de cualquier clase social. Estamos
de acuerdo en que cuando se da, el hecho “demuestra que la transformación de
las clases en masas y la concomitante eliminación de cualquier solidaridad de
grupo eran la condición sine qua non de toda dominación total”[21]. En el caso
de nuestro país, al comienzo la conducción de Chávez no creo que masificó sino
que por el contrario, politizó, en el sentido preciso de llegar el pueblo a
tomar entre manos las cuestiones del país y en concreto la gestión del Estado,
deliberando sobre ella y evaluándola. Después de la crisis del 2002 y a medida
que se afianzaban las misiones, la conducción se fue tornando más ideologizada
y más monolítica hasta llegar a la implementación del referendum que perdió,
con lo que se puso al descubierto que su política sobre el país no era
democrática y que su tiranía iba en la dirección totalitaria.
Una característica del
conductor totalitario que pone de relieve Arendt ha seguido impertérrita en el
régimen chavista hasta hoy: “La calificación principal de un líder de masas ha
llegado a ser una interminable infalibilidad; jamás puede reconocer un
error”[22]. En el chavismo el problema viene siempre de la guerra del
imperialismo y el fascismo y de los vendepatrias criollos; nunca proviene de
ellos.
En el totalitarismo, la
Constitución y las leyes tienen dos fases distintas: en la primera parece
arribarse a una nueva legalidad, pero poco a poco se echa de ver que las leyes
no son importantes. En la Alemania nazi se respetó la constitución de Weimar y
en Rusia se hizo una nueva constitución, como en nuestro país, donde se dio un
proceso constituyente realmente participativo y muy cualificado, aunque en
último término todo lo rehízo Chávez a su regreso de China; pero de hecho lo
que funcionó fueron los dictados del Jefe. La constitución, dice Arendt, “fue
completamente marginada, pero jamás abolida”[23].
Hay otro paralelismo de la
Alemania nazi, con nuestra situación: la duplicación de organismos, en nuestro
caso cuando el puesto está en manos de un opositor[24]. Y otra mayor: el que la
administración fuera líquida, para usar el término de Baum: en nuestro caso los
ministros y otros funcionarios relevantes están constantemente rotando y apenas
duran en su cargo, por lo que no pueden hacerse cargo y encaminar solventemente
su ministerio. De este modo no se llega a un nuevo establecimiento sino que se
mantiene el “movimiento”[25].
A este “movimiento” contribuye
también el arte de la mentira, tanto para mantener a los simpatizantes y
aquietar a la opinión pública internacional, como para asegurar la supremacía
en el uso del poder[26]. Arendt habla de “una permanente y consecuente
discrepancia entre las palabras tranquilizadoras y la realidad de la
dominación, desarrollando conscientemente un método de hacer siempre lo opuesto
de lo que dicen”[27].
Al movimiento perteneció, como
una dimensión constitutiva, la lucha mundial contra el imperialismo y la
expansión del movimiento a toda la América Latina. Chávez nunca estuvo
confinado a Venezuela[28].
Las formas democráticas
(separación formal de poderes, algún canal de opinión libre, algún tipo de
protesta) pueden mantenerse en tanto sean buenas conductoras de ese modelo
(como en los totalitarismos mesiánicos) o en tanto se las pueda obligar a
servirlo en último término, ya que es más factible mantener esa dirección, en
definitiva, ese modelo, de manera que haya varios canales que si el canal es
único. Ya que en este último caso se evidencia más su carácter totalitario y
provoca más resistencias. Por eso en general los totalitarismos han conservado
las formas democráticas, es decir los distintos organismos de gobierno (poder
ejecutivo, legislativo y judicial), pero carentes totalmente de independencia.
Para que se comprenda mejor lo
que decimos, tomemos otro caso de totalitarismo: el de la dirección dominante
de esta figura histórica globalizada[29]. Esta dirección es comandada por las
corporaciones globalizadas y, en el fondo, el capital financiero. Es una
dirección totalitaria porque todo lo enfocan a su modelo y a su propuesta, que
no es mera propuesta sino imposición no deliberativa y con todas las
consecuencias, incluidas las vidas humanas sacrificadas masivamente. Y se
sirven de todas las instituciones para logarlo, mediatizándolas y por tanto
vaciando la democracia. Lo fundamental para ellos es que rija sin contrapeso el
esquema de la seducción de las mercancías y la imposición del sistema
mercantil, que tendencialmente se equipara al mundo ya que se extiende
progresivamente a todo: todo se oferta, no sólo cosas sino el éxito, la salud,
los amigos, la paz, hasta Dios y el amor y la posibilidad de orbitar la tierra
y la posibilidad de supervivencia cuando se vea cómo revertir la muerte. Pero
el mercado no es libre: es oligopólico. Ahora bien, cada vez más la primacía no
la tienen las corporaciones globalizadas, digamos los fabricantes, sino los
grandes financistas y ellos en definitiva dominan por el miedo que causa la
amenaza de no invertir o de que baje estrepitosamente la bolsa y todo se hunda.
Ante esta amenaza de que “los mercados han perdido la confianza” (en realidad
los grandes inversores, muy pocos, en definitiva), los políticos ceden a todas
sus exigencias: bajan los impuestos directos y desregulan el mercado de trabajo
y acaban con los restos de la seguridad social. Estamos, pues, ante un sistema
totalitario, más aún, fetichista, ya que vive de víctimas: millones de
víctimas, y no para instaurarse sino permanentemente[30]. Es inflexible en lo
que tiene que ver con el modelo; pero extraordinariamente versátil en todo lo
demás, para que no se polarice la opinión en torno a lo férreo de su imposición
y las consecuencias, no sólo deshumanizadoras sino atentatorias contra la vida.
Ahora bien, respeto de este
último punto tenemos que confesar que la postura personal de Chávez chocaba
frontalmente contra el atentado directo contra vidas humanas, característica
masiva de los totalitarismos históricos, como el de Stalin y el de Hitler[31].
La razón es que él empezó a insurgir contra el régimen a la vista del caracazo.
El que el ejército fuera usado en gran escala para reprimir a la población a
sangre y fuego lo llevó a la determinación de planear otro orden de cosas en
que eso no volviera a suceder. Sus sucesores se han visto implicados en casos
de asesinatos, sobre todo por parte de colectivos y, más todavía, de las OLP,
y, sobre todo, de detenciones sin juicio ni crimen en condiciones inhumanas y
atentatorias contra la salud mental y la vida. Aunque lo que logró el terror en
los regímenes totalitarios lo está logrando en éste de Venezuela, el hambre y
la falta de medicinas, la falta de trabajo productivo y de dinero y la
inseguridad impune, ya que somos el país más violento del mundo.
La incapacidad minó el
proyecto alternativo
En nuestro caso venezolano
quiero asumir la advertencia de Hannah Arendt en el prólogo a la tercera parte,
de la tercera edición de su obra Los orígenes del totalitarismo, que tiene por
título Totalitarismo[32]: “Lo que en nuestro contexto resulta decisivo es que
el Gobierno totalitario resulta diferente de las dictaduras y tiranías; la
capacidad de advertir esta diferencia no es en manera alguna una cuestión
académica que pueda abandonarse confiadamente a los ‘teóricos’, porque la
dominación total es la única forma de gobierno con la que no es posible la
coexistencia. Por ello tenemos todas las razones posibles para emplear escasa y
prudentemente la palabra ‘totalitarismo’”[33].
Desde esta sana advertencia
tenemos que reconocer que, aunque la pretensión de Chávez era totalitaria, no
llegó a serlo de hecho. Mientras se mantuvo la bonanza petrolera y el carisma
del líder, la propuesta totalitaria fue ganando terreno a la medida de su
capacidad para configurar lo que decretaban. El problema fue que esa capacidad
brilló por su ausencia[34]. En los primeros lustros de su existencia, la
revolución cubana pudo alardear de sus éxitos en salud, educación, seguridad y
atletismo y con ello contrapesaban las acusaciones que les hacían de encuadrar
tan férreamente a la población. Sin embargo, la revolución de Venezuela no
conoce más éxito que el de la propaganda y el de la capacidad de destruir el
aparato productivo, la institucionalidad y la cohesión social[35]. El primero,
pura imagen que enmascaraba la realidad, y el segundo, un éxito miserable ya
que el contenido es destruir, no construir. Aunque también subraya Arendt
respecto de la URSS que “el resultado de la deskulakización, la colectivización
y la Gran Purga no fue ni el progreso ni la industrialización rápida, sino el
hambre, las caóticas condiciones en la producción de alimentos y la
despoblación (…) los métodos de dominación de Stalin lograron destruir toda
medida y capacidad técnica que el país hubiese adquirido”[36].
Esa incapacidad ha sido tan
notoria, que lo único que han sabido hacer es ocupar espacios, no desarrollar
procesos productivos y humanizadores[37]. Pero espacios vacíos, sin vida, sin
convivencia, sin producción. El caso más significativo son las manifestaciones.
Me he cruzado cientos de veces con los funcionarios que van a la marcha porque
les toman lista, obligados, y por eso van sin hablar, sin mirarse, sin marchar,
sin ningún entusiasmo, sin ninguna causa. Sólo van, y en cuanto pueden se van.
Se ocupa la calle, pero no sucede nada. Una vez sentí tanta pena ajena que
estuve por meterme en el exiguo grupo que en Miraflores estaba debajo de la
tarima del Presidente Maduro, que hablaba. Era notorio que no escuchaban. La
mitad de la plaza de Miraflores, hacia la salida, estaba ya medio libre por los
que se iban yendo, en la Urdaneta la gente se iba hacia la Baralt o la Sucre o
conversaban o algún grupo bailaba. Entre tanto el Presidente seguía hablando en
la avenida a través de unas pantallas gigantes y no lo escuchaba nadie. Es el
símbolo de todo lo del gobierno: ocupan todo el espacio, impiden que otros lo
ocupen; pero no pasa nada, no hacen nada, no hay ninguna alternativa; ni
siquiera indoctrinación.
El resultado de esta
ocupación, no sólo de espacios físicos sino, sobre todo, de todos los poderes,
no sólo los pautados por la constitución sino fuerzas de choque fascistas[38],
es el desánimo de la gente, que se puede confundir con pasividad, pero que es
impotencia. Dice Arendt respecto de la URSS: “Un interesante informe de la
OGPU, que data de 1931, subraya esta nueva ‘completa pasividad’, esa horrible
apatía que produjo el indiscriminado terror contra personas inocentes”[39].
Insistimos en que en nuestro caso no es apatía sino impotencia, aunque también
perplejidad, por lo que resulta decisivo ayudar a los conciudadanos a que tomen
conciencia clara y distinta de lo que pasa y de las verdaderas alternativas y
no menos del camino hacia ellas, que pasa por la no resignación, aunque también
por no meterse en la misma vía del gobierno de actuar por la fuerza sino ir
agrupándose a diversos niveles para tomar la vida en sus manos.
En la dictadura no hay
proyecto, sólo poder para dominar y enriquecerse
Pero como el vacío no se
sostiene, el espacio se va ocupando, no ya en nada alternativo sino en pescar
cada quien, en esas aguas revueltas, es decir en la discrecionalidad, opacidad e
impunidad absolutas. En primer lugar queremos insistir que la diferencia entre
la dictadura y el totalitarismo consiste en que aquélla trata de congelar lo
existente para mantenerse en el poder, mientras que éste trata de subvertirlo
todo: “A diferencia de la mayoría de las dictaduras antiguas y actuales, los
movimientos totalitarios que detentan el poder no pretenden congelar a la
sociedad en el status quo; por el contrario, su objetivo es institucionalizar
una revolución en la cual la amplitud y a menudo la intensidad crecen a medida
que el régimen se estabiliza en el poder”. “El objetivo de las dictaduras es
impedir que la historia marche a la par de los tiempos”[40]. Es claro que
Chávez se propuso cambiarlo todo y reconfigurar a las personas de tal modo que
se llegara a instaurar una nueva Venezuela: “la patria bonita”. Estas consignas
son cascarones vacíos. No sólo no han construido nada nuevo, sino que han
llevado a los venezolanos a un grado de postración inédito en la Venezuela
moderna: no hay alimentos ni medicinas ni dinero ni seguridad ni cohesión
social ni esperanza.
Como no ha funcionado ningún
proyecto, lo que se propone sirve únicamente para repartirse el presupuesto. Se
dice no al comercio; las alternativas, desde las distintas cadenas de distribución,
todas bolivarianas, hasta los Claps sirven para lucrarse los encargados, para
dar a los suyos y para someter a los demás. Las horas perdidas en las colas son
incalculables; pero como para una mayoría creciente no hay nada más que hacer,
se les obliga a mendigar al gobierno. No hay pasaportes. Por tanto, se lo damos
por quinientos dólares. Así pasa con cada vez más cosas. La Guardia Nacional se
ocupa de requisar a los que circulan con algo o de cobrar a los agricultores
para que no les roben la cosecha. Todo esto es tristísimo, pero lo que ya
parece demencial es entregar cada día más parcelas del territorio nacional a
bandas, que ocupan el territorio, desplazando al Estado o en complicidad con
él, e imponen su ley, cobrando un impuesto mensual a vecinos, a los que no les
alcanza para comer. La incapacidad del gobierno lleva a que todo se haya
anarquizado y en primer lugar el propio Estado, en cuyas dependencias cada vez
funcionan más las cosas por los caminos verdes, es decir pagando al funcionario,
y con cuenta gotas. Las cárceles son el espejo de esta inversión total: los que
mandan son los presos, obviamente que los más peligrosos, se organizan como
bandas, que son la autoridad efectiva y cobran por imponer su orden y desde
ellas, con una seguridad absoluta, realizan todo tipo de extorsiones. Y todo,
con la anuencia de las autoridades centrales, que increíblemente exhiben
internacionalmente este infierno como un tremendo logro, y la complicidad de
los funcionarios. Este estado de cosas lo plasma Sanz con estos términos: “La
desideologización y despolitización del proceso global de organización de la
población, que ha dado origen a prácticas chantajistas y aberrantes,
profundamente deformadoras de la participación política del pueblo. A esto debe
agregarse una tendencia a la desmoralización ante el fracaso recurrente de
organizaciones que nacen y desaparecen sin explicación de ningún tipo, casi
como un proceso natural que nadie controla, explica o evalúa”[41].
Así pues, ya se ha abandonado
cualquier proyecto alternativo. De la revolución no existe ni la sombra. Pero
subiste el copamiento del espacio por parte del “proceso” para lucrarse, es
decir, mafiosamente. Si no hay ya ninguna pretensión alternativa, no hay
totalitarismo. Pero si la anarquización está copada por el gobierno, que se
lucra de ella e impide cualquier vía alternativa, y sobre todo que funcionen
los mecanismos institucionales, que son los canales de la democracia, ante todo
las elecciones, pero también la Asamblea Nacional, es que estamos en una
dictadura.
Podemos calificarla así
porque, aunque a nivel formal existen las instituciones, pero están copadas por
el gobierno y las que no controla, las neutraliza por argucias, en contra de la
Constitución. Lo típico de la dictadura es ponerlo todo en función, no de un
proyecto comprehensivo, como el totalitarismo, sino del poder, del poder
desnudo con el que dominan y se enriquecen. Como controla el espacio, no hay
manifestaciones. Como la gente está hambrienta y enferma y amenazada siempre por
la inseguridad impune ¿cómo se va a oponer al gobierno? Por eso la inmensa
mayoría de la gente está en contra de él; pero él sigue controlando todos los
espacios y desplaza sin contemplaciones a quien pretende ocuparlos. Es una
dictadura.
En lo que esta dictadura es
una vulgar dictadura decimonónica, algo, pues, muy inferior, muchísimo peor, a
las que hemos tenido en el siglo XX, es en que éstas tenían una pretensión de
echar adelante al país, al menos a nivel económico y con predominio indiscutido
de los propietarios. Por eso ponían orden, controlaban drásticamente el crimen,
con lo que se podía invertir con seguridad. Ésta se basa, por el contrario, en
que la inmensa mayoría está contra el suelo y es exprimida sin piedad por los
funcionarios y los aliados del gobierno. Su fortaleza se basa en que han
debilitado hasta el extremo a la mayoría de los ciudadanos. Una dictadura
miserable, abyecta, inhumana. En este sentido, peor que las del siglo XIX, que
ya es decir.
Queremos recordar, porque nos
falla la memora histórica, que en todas las dictaduras, menos en la de Castro
León y la de Páez, han persistido las formas democráticas. Por eso ninguna se
ha considerado dictadura. Pero nadie se ha engañado y sí las consideramos como
tales. En todos los libros de historia se habla, por ejemplo, de la dictadura
de Gómez. Y, sin embargo, había parlamento y elecciones y poder judicial. Así
pues, el gobierno no puede esgrimir que existen esos poderes para decir que
estamos en una democracia. Esos poderes están secuestrados y no creemos que se
vayan a permitir unas elecciones limpias con la concurrencia de candidatos
realmente de oposición, no capciosamente inhabilitados.
¿Qué podemos hacer?
Ante ese estado ¿qué podemos
hacer? Ante todo, no plegarnos a esta anarquía, ante esta propensión a
aprovecharnos de la situación, ante el mecanismo excluyente. Tenemos que
conservar nuestra propia humanidad. Para nosotros no tiene que valer todo. No
podemos aceptar entrar en esa guerra sin cuartel para acabar con el enemigo. No
podemos vernos como el enemigo, como nos ve el gobierno. Tenemos que conservar,
a costa de lo que sea, nuestra dignidad y tratar a todos con dignidad, hagan
ellos lo que hagan.
Frente al “con la revolución
todo y sin la revolución nada”, tenemos que colocar la polifonía de la vida, no
reductible a esos esquemas simplistas. Tenemos que valorar cada nivel de la
realidad y cultivarlo. Tenemos que seguir cultivando la convivialidad y tenemos
que convidar a ella a todos, sin etiquetas. Tenemos que seguir cualificándonos y
trabajar por hacer las cosas bien; tenemos que trabajar no sólo como medio de
vida sino, más todavía, como modo de vida: de habitarnos a nosotros mismos, de
poner a funcionar nuestras cualidades y de ayudar a los demás y prestar un
servicio a la sociedad. En la familia tenemos que suplir con cariño lo que
falta de pan. Y tenemos que hacer del grupo de trabajo una comunidad de
solidaridad. Todo esto lo podemos hacer, a pesar del mal ambiente. Y gracias a
Dios, no pocos lo hacen.
Aunque nos resulte muy cuesta
arriba, tenemos que hacer verdad que “no sólo de pan vive el hombre”, aunque
todos sintamos en esta hora que el pan es muy necesario porque tenemos hambre.
Tenemos que probarnos a nosotros mismos que se pueden hacer muchas cosas sin
dinero, o con poco, es decir que se pueden hacer más allá del mercado. Todo
esto tiene que configurar una vida alternativa.
Si esto no se da, si no
empleamos energías sustanciales en esta reconfiguración del sujeto y de la
cotidianidad, no habrá ninguna posibilidad de una solución alternativa. Hay que
decir que, gracias a Dios, esta subjetualidad y esta cotidianidad no se ha
destruido del todo. Ni mucho menos. Impacta mucho a quienes nos visitan
observar manifestaciones como las que hemos expresado. Son nuestro capital
humano y tenemos que consolidarlo[42].
Pero no basta. Sobre esta base
tenemos que volver a ocuparnos de las comunidades de base, de las de referencia
y de las de solidaridad. Las primeras son las más difíciles porque, como
dijimos, el chavismo tiene copado el terreno. Pero ya es hora de intentarlo,
porque cada vez es más patente que están secuestradas y en gran medida
rutinizadas, es decir que no existen como verdaderas comunidades. Y además
mucha gente está muy quemada. Las que todavía existen van viendo que lo del
gobierno es ya sólo rapiña, que en la realidad no hay ninguna propuesta
alternativa, ningún plan verdadero, que casi no queda ya ni la fachada. Y que
ellas no pueden seguir asociadas a ese megalatrocinio en que ha venido a parar
una propuesta en la que creyeron y que los movilizó.
No se puede entrar con
propuestas específicamente políticas porque eso es lo que está gastado y es muy
pronto para intentar un recambio. Hay que entrar por la vida para
salvaguardarla, tanto la vida física como su integridad humana y la convivencia
destruida. Eso es lo que hay que rehacer. Desde lo que está a su alcance hasta
soluciones más estructurales, haciendo ver que lo que propone el gobierno es en
cada caso una versión más infeliz de lo que nunca ha funcionado. Y que sólo
sirve para corromperlos.
Esto mismo hay que intentarlo
en grupos de referencia y solidaridad a nivel de clase media. El objetivo es
recrear la vida, tan disminuida, amenazada y escarnecida.
Desde ahí es que hay que
formar el ambiente para que todos nos aboquemos a que haya alimentos y poder
adquisitivo para adquirirlos y producción en el país con alta productividad,
porque en cualquier otro caso nunca alcanzarán las divisas. Nos tenemos que
poner de acuerdo para que eso se dé. Esto mismo respecto de las medicinas. Y
respecto de la seguridad. Todo esto es tan decisivo que todo lo demás tiene que
ser aparcado hasta después que se resuelva esto. En primer lugar, tiene que ser
aparcada la política partidista. Si no entienden esto los partidos políticos,
carecen de legitimidad, porque por su ceguera forman parte del problema y no de
la solución. La política es legítima, pero ésta no es su hora. Ésta es la hora
de lo que solemos llamar política con mayúsculas. En concreto, abocarnos todos
a resolver estructuralmente, no mediante operativos que lo que hacen es correr
la arruga, esos tres grandes problemas.
Para eso es necesario lograr
un acuerdo nacional. Es importante insistir a los chavistas que el país los
necesita y que para eso tienen que deslindarse de los ladrones ideologizados e
ineficientes que están en el poder. En caso contrario, al uncir su destino al
de ellos, caerán con el gobierno.
También es importante insistir
públicamente a los militares que no se han corrompido ni ideologizado, que
tienen que velar porque se respete la Constitución. Que eso no es un golpe de
Estado, que el golpe de Estado lo viene dando sistemáticamente el gobierno. Es
únicamente obligar al gobierno a que cumpla la constitución.
Los partidos tienen que
atenerse a acompañar y, si es posible, liderar a la ciudadanía a lograr esos
tres objetivos interconectados y a lograrlos, repetimos, estructuralmente, no
mediante operativos que no resuelven nada. Cuando eso se logre, volverá la
política partidista. Antes no tiene lugar. Ahora bien, los partidos tienen que
tener muy claro que su legitimidad futura dependerá de su desempeño en este
objetivo irreemplazable.
Notas:
[1] Para el discernimiento
histórico de la situación venezolana desde la perspectiva cristiana, ver Trigo,
¿Cómo vivimos los venezolanos nuestra situación? Aportes para la acción social
desde una perspectiva cristiana. Caracas: Centro Gumilla 2015. Un análisis de
un historiador desde la perspectiva política, Urbaneja, La política venezolana
desde 1958 hasta nuestros días. Temas de Formación Sociopolítica. Fundación
Centro Gumilla/ Universidad Católica Andrés bello, Caracas 2015,110-163
[2] “5. El caudillismo
carismático bonapartista como refuerzo del militarismo” En Militarismo y
Caudillismo: Pilares del Régimen y de la República Bolivariana (publicado en la
Revista Electrónica Investigación y Asesoría Jurídica, de la Asamblea Nacional
de la República de Venezuela, publica en su 7ª edición, correspondiente a Enero
de 2017: http://www.estudiosconstitucionales.com/REDIAJ/25-85.pdf). También
Gurrero se hace eco de esta apreciación y concede que tiene visos de realidad,
pero piensa que puede ser sólo una fase del proceso y señala cinco elementos de
los que depende su superación o consolidación; el autor sí ve peligro (12
Dilemas de la Revolución Bolivariana. El perro y la rana. Caracas 2010,311-330)
[3] De eso se acusó a los
fundadores de los partidos de la democracia, sobre todo a Rafael Caldera y
Jóvito Villalba, aunque no tanto a Rómulo Betancourt, que sí dio paso a la
siguiente generación
[4] Aristóteles, después de
establecer que “gobernar a hombres libres es más noble y se aviene mejor con la
virtud que gobernar despóticamente”, insiste que no tiene sentido que un pueblo
vaya a la guerra para dominar despóticamente sobre otros: “El fin adecuado de
las prácticas de entrenamiento militar no es que los hombres puedan esclavizar
a los que no merecen la esclavitud, sino, en primer lugar, que ellos mismos
puedan evitar ser esclavizados por otros; y luego para que puedan lograr una
hegemonía en beneficio del pueblo sometido, pero no en orden a conseguir el
dominio despótico de todo el mundo; y en tercer lugar para ejercer un domino
despótico sólo sobre aquellos que merezcan ser esclavos” (Política, libro IX,
cap, 14. Obras. Aguilar, Madrid 1982,963)
[5] Economía y sociedad. FCE,
México 1964, I 193-197,214-217,356-364; II 847-856
[6] La manera como creemos que
entendió Chávez su hegemonía es la que describe Aristóteles a propósito del
rey. Es obvio que en la realidad no fue así, pero nuestra hipótesis es que él
pretendió únicamente servir a sus súbditos y pretendió también que conocía su
bien mejor que ellos: “El tirano no mira más que a su interés personal,
mientras que el rey mira al de sus súbditos. El rey es, por definición, un ser
completamente independiente y que excede a los demás hombres en toda clase de
bienes. Un hombre así dotado no tiene necesidad de nada más; no podrá, pues,
interesarse por lo que personalmente pueda serle útil, sino solamente por lo
que pueda servir a sus súbditos. Sin esto no sería más que un rey designado por
suerte. La tiranía es algo completamente distinto; el tirano no busca más que
su propio bien. Está, pues, fuera de duda que la tiranía es la peor de las
formas de gobierno” (Ética a Nicómaco, VIII,10).
[7] Ramos analiza en el
contexto latinoamericano el liderazgo popular mesiánico de Chávez (La
transición venezolana. Centro de Investigaciones de Política Comparada. Mérida
2002,20-30). Dice Guerrero, desde dentro del chavismo, “casi el único
comunicador nacional creíble es Chávez en persona. Este hecho habla bien de
Chávez, pero resulta un desastre político”. Cita la afirmación de Sader: “el
único intelectual político de Venezuela es Chávez” y comenta: “Es una
exageración, sin duda, pero sirve para aproximarse a nuestra realidad” (Oc
,281). Ver en el mismo libro el artículo de Madueño, El populismo quiliástico
en Venezuela, 47-76
[8] Así lo dice fervorosamente
él mismo (Elizalde/Báez, Chávez nuestro, Casa Editora Abril, La Habana, sin
fecha, 365-3669)
[9] Para Ramos la figura de
Chávez como “presidente personal”, se presenta desde el comienzo como “un nuevo
poder que es asumido en el imaginario colectivo bajo las características de un
poder innovador, popular mesiánico y revolucionario. De aquí que el mismo se
presente primero, como liderazgo desarticulador del pasado político y
articulador de un ‘nuevo comienzo’. Luego, como liderazgo popular mesiánico se
encarna en el carisma de su titular, en la medida en que éste dice expresar -y
encuentra un público cautivo que lo considera poseedor de ‘dotes
excepcionales’- la soberanía del pueblo que sigue a su jefe, particularmente
bajo la forma de séquito weberiano. Y, en fin, como liderazgo revolucionario,
el mismo se presenta como el legítimo regime builder, que se pone a la cabeza
de una proclamada ‘nueva’ república obedeciendo así a las aspiraciones
políticas y sociales de cambio” (oc, 16-17). El rechazo del pasado y el nuevo
comienzo lo desarrolla en las páginas17 a 20
[10] Para un balance de la
democracia ver: Trigo, Cincuenta años de democracia: balance. ITER Humanitas 9
(2008)61-81
[11] Ramos, oc 335-37
[12] También Arendt,
refiriéndose al régimen de la Rusia de Stalin señala “que su estructura
grotescamente amorfa era conservada unida por el mismo principio del führer -el
llamado ‘culto de la personalidad’” (Los orígenes del totalitarismo. Taurus,
Madrid 1974,36)
[13] Es interesante para
hacernos cargo de la coyuntura en la que nos encontramos que, por primera vez,
una funcionaria de alto rango, elegida a dedo por el jefe, se ha atrevido a
discrepar pública y frontalmente de él. En efecto, Luisa Ortega, Fiscal
General, acaba de declarar que la sentencia de la Sala Constitucional que
otorga al Presidente todos los poderes para subsanar el vacío de poder por la
ausencia del poder de la Asamblea por desacato a la Corte, rompe el hilo
constitucional
[14] Brzezinski, Ideología y
poder en la política soviética. Paidós, Buenos Aires 1967,37. Belda, Modelo de
sociedad. En Vidal, Conceptos fundamentales de ética teológica. Trotta 1992,685-687
[15] Id.
[16] Démocratie et
totalitarisme. Gallimard, Paris 1965,92-93
[17] Juan Carlos Rey subraya
esta ausencia del partido como aparato disciplinado y eficaz: “En el caso de
Venezuela, el rasgo más importante que ha faltado ha sido la existencia de un
partido de masas totalitario, con una adecuada ideología, y la estructura y
organización propia de una partido de masas, pues es evidente que el MVR fue un
partido típicamente electoral y personalista, sin una ideología ni una
estructura adecuadas[17]. El nuevo PSUV, de acuerdo a los planes de Chávez,
pretendería a responder a esa necesidad, pero no está clara cuál sería su
ideología y su organización, y si en definitiva respondería al modelo de un
partido del tipo totalitario” (oc).
[18] Oc 500
[19] Oc 308
[20] Oc 385-408
[21] Oc 36
[22]Oc 433
[23] Oc 486
[24] Oc 487-488
[25] Oc 486-498, 501; No hay
derecho. SIC 792(mar 2017)50-51.
[26] La última fue antier,
domingo, 2 de abril: “Como cualquier país, Venezuela tiene sus problemas y los
resuelve en paz y constitucionalmente (…). Tenemos poderes públicos autónomos e
independientes que no responden a los intereses del imperio. La única manera de
solucionar los problemas del país es de forma soberana” (Ultimas Noticias,
lunes 3 de abril, pg. 8)
[27] Oc 507
[28] Para Urbaneja ésta es “la
razón de la revolución” (0c 117-118). Para Arendt es un aspecto infaltable en
los totalitarismos: oc 503-504. Como confirmación de la pertinencia de la lucha
antiimperialista y de sus efectos, ver Golinger, El código Chávez. Ed. Ciencias
Sociales, La Habana 2005, que contiene multitud de documentos desclasificados
de la agencia de inteligencia de USA
[29] Este totalitarismo,
desenmascarado y fustigado sin cesar por el papa Francisco, había sido
denunciado ya el año 1987 por Hinkelammert, Democracia y totalitarismo. DEI,
Costa Rica 19902,187-209.
[30] Es la realización de la
advertencia que lanza Arendt a nuestro mundo que vive el fin de la historia en
el capitalismo salvaje y la democracia liberal: “el peligro de la fábricas de
cadáveres y de los pozos del olvido es que hoy, con el aumento de la población
y de los desarraigados, constantemente se tornan superfluas masas de personas,
si seguimos pensando en nuestro mundo en términos utilitarios (…) Las
soluciones totalitarias pueden muy bien sobrevivir a la caída de los regímenes
totalitarios bajo la forma de fuertes tentaciones, que surgirán allí donde
parezca imposible aliviar la miseria política, social o económica en una forma
valiosa para el hombre” (oc 557, última frase del libro)
[31] Arendt 512-580
[32] Taurus, Madrid 1974
[33] Oc, 32
[34] Rodolfo Sanz reconoce que
“las fuerzas de la Revolución Bolivariana somos hoy fuerzas dominantes, pero no
fuerzas hegemónicas”. Por eso asienta que lograr la hegemonía supone que “el conjunto
social perciba y acepte como viable el discurso ideológico, ético y cultural de
las fuerzas socialistas dominantes. Pero además, que logren asociar
coherentemente las realizaciones económico-sociales de la acción de Estado y
Gobierno con la naturaleza ético-cultural del discurso político y teórico”
(Hugo Chávez y el desafío socialista. Ed. Nuevo Pensamiento Crítico, Los
Teques, 2007,165,166). Es claro que esas realizaciones no se dieron ni siquiera
en el tiempo de máxima bonanza de recursos. Y sin embargo, él tiene claro que
“la existencia del Estado socialista es precondición para el advenimiento real
de una sociedad socialista” (oc 169). Este Estado, vivo, articulado y
productivo brilló por su ausencia. Por eso se pregunta: ¿O será que la imposibilidad
de construcción de un poder popular estable es una de las más visibles
debilidades de la Revolución Bolivariana?” (oc 172)
[35] Por esto la calificación
del régimen chavista que hace J.C. Rey: “la categoría de totalitarismo fallidos
(failed totalitarisms), como aquellos regímenes políticos que imitan a los
totalitarios, y que son obra de “líderes políticos que tienen la ambición
necesaria pero a los que les falta una verdadera vocación y capacidad para la
política totalitaria”, de tal manera que “el resultado es alguna forma de
tiranía chapada a la antigua, pero disfrazada con un ropaje fascista o
comunista y, si acaso, imitando alguno de los aspectos de la ideología fascista
o de la comunista” (Walzer 1984: 191). Me inclino creer que el caso de Chávez
es de este último, pero esto no pasa de ser una conjetura cuya confirmación va
a depender de la suerte del PSUV” (oc).
[36] Oc, 38
[37] Esta contraposición es un
tema favorito del papa Francisco. Dice, por ejemplo, a los movimientos
sociales: “Ustedes son sembradores de cambio. Aquí en Bolivia he escuchado una
frase que me gusta mucho: ‘proceso de cambio’. El cambio concebido no como algo
que un día llegará porque se impuso tal o cual opción política o porque se
instauró tal o cual estructura social. Dolorosamente sabemos que un cambio de
estructuras que no viene acompañado de una sincera conversión de las actitudes
y del corazón termina a la larga o a la corta por burocratizarse, corromperse y
sucumbir. Hay que cambiar el corazón. Por eso me gusta tanto la imagen del
proceso, los procesos, donde la pasión por sembrar, por regar serenamente lo
que otros verán florecer, remplaza la ansiedad por ocupar todos los espacios de
poder disponibles y ver resultados inmediatos. La opción es por generar
procesos y no por ocupar espacios. Cada uno de nosotros no es más que parte de
un todo complejo y diverso interactuando en el tiempo: pueblos que luchan por
una significación, por un destino, por vivir con dignidad, por “vivir bien”,
dignamente, en ese sentido” (Participación en el II Encuentro Mundial de los
Movimientos Populares, Santa Cruz de la Sierra 9 de julio de 2015). “Un buen
político opta siempre por generar procesos más que por ocupar espacios (cf.
Evangelii gaudium, 222-223)” (Visita al congreso de los Estados Unidos de
América, Washington 24 de septiembre de 2015). “No hay que dar preferencia a
los espacios de poder frente a los tiempos, a veces largos, de los procesos. Lo
nuestro es poner en marcha procesos, más que ocupar espacios. Dios se
manifiesta en el tiempo y está presente en los procesos de la historia”
(Entrevista al director de la Civiltá Cattolica 19/8/2013)
[38] Esto mismo recalca Arendt
respecto de Alemania nazi: las formaciones paramilitares “estaban organizadas
según el modelo de las bandas de delincuentes y eran empleadas para el crimen
organizado” (Oc 459-460). Hay que reconocer que esto es más verdad en tiempos
de Maduro que en los de Chávez
[39] Oc 37, nota 20
[40] Brzezinnski, oc 34,35
[41] Oc 172
[42] No me resisto a copiar
parte de lo que escribió como despedida el peruano Daniel Pardo de la BBC
Mundo, ya que expresa que quienes conviven con nosotros de modo abierto son
capaces de percibir esta humanidad en medio del desastre: “A veces no me queda
claro si Venezuela es un lugar feliz o infeliz. Porque parece ambas cosas. Más
allá de las penurias que sufre el país, y por muy pesimista que esté, el
venezolano anda por la vida regalando gestos fraternales. / La gente más alegre
del mundo puede encontrarse en una cola kilométrica en el supermercado o en un
hospital quebrado y sin insumos. Y ese no-sé-qué que puede transformar
desgracias en un festín de risas es lo que más voy a extrañar de Venezuela./
Temo que pronto vaya a suscribir lo que decía Gabriel García Márquez, quien en
su “Memoria feliz de Caracas” (1982) escribió que “una de las hermosas
frustraciones de mi vida es no haberme quedado a vivir para siempre en esa
ciudad infernal”. Hasta Gabriel García Márquez se enamoró de Caracas. / En
Venezuela, donde estuve tres años como corresponsal de BBC Mundo, encontré el
reto más grande de mi vida. En este tiempo la crisis pasó de grave a alarmante,
la calidad de vida cayó en forma estrepitosa y la inflación se disparó. Entre
otros ejemplos, el litro de jugo de naranja subió 4.600%, los cigarrillos
aumentaron 3.900%, y legalizar documentos en consulados un 12.000%. Vi tres
cadáveres, viví 11 apagones y la policía me detuvo dos veces. Me salieron tres
canas y me dio alopecia en dos oportunidades./ Pero el recuerdo que me llevo es
más feliz que infeliz./ Incluso en las kilométricas colas es posible encontrar
sonrisas y gestos fraternales./ Porque en la esencia del venezolano, en ese
limbo entre felicidad e infelicidad, encontré enseñanzas para el resto de mi
vida, aquellas en la raíz de instituciones como “poco a poco se llega lejos”,
“esto es lo que hay” y “al mal tiempo, buena cara” (5 set. 2016).
Fuente:
http://www.teologiahoy.com/secciones/mirada-global/venezuela-del-totalitarismo-a-la-dictadura
29-05-17
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