Por Oscar Hernández Bernalette
Mientras que la mayoría de los
consumidores del mundo que se detienen frente a un anaquel de supermercado
tienen como objetivo tomar un producto entre múltiples ofertas o revisar
la reseña de calidad, la marca, contenido proteico o de azúcar, cantidades
exactas o cualquier otra indicación que sea de su interés; aquí en
Venezuela, el país con la más alta inflación del mundo, la gente corre a tomar
cualquier cosa que se encuentre si la puede pagar y sin ninguna otra
opción de decisión basada en la oferta permanente y abundante.
“Agarre aunque sea fallo” es
la respuesta a miles de consumidores que se sujetan a un producto sin estar
pendiente de la calidad, contenido exacto, característica del envase o
salubridad, porque al parecer si algo dejó de existir en este país son los
controles de calidad.
Las golpeadas empresas
agroindustriales que aún sobreviven y mantienen estos controles son las que de
alguna manera nos dan garantías; del resto, las condiciones de salubridad y
calidad de los alimentos les generan una gran sospecha a los consumidores.
Existe a vox populi la incógnita de quiénes supervisan, quiénes garantizan la
salubridad y quiénes debidamente y sin matracas otorgan los permisos
sanitarios. Muchos productores de alimentos artesanales han tenido que recurrir
al expediente de “permiso en proceso”, que no es otra indicación de que no hay
manera de que los otorguen por vía regular y expedita.
En fin, no son pocas las
razones para tanta frustración. No hay sector organizado del país que no nos
pinte un cuadro desolador y dé muestras de cómo Venezuela ha retrocedido
considerablemente en comparación con otros países de esta misma región. Es
por ello que, para recuperar la sindéresis y relanzar al país a las mejores
prácticas de eficiencia y modernidad, hay que salir de este modelo fracasado.
La opción es votar y seguir abriéndonos camino en esta selva hasta reencontrar
de nuevo a la Venezuela de oportunidades.
13-10-17
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