Por Froilán Barrios
Venezuela se celebraría por
todo lo alto el centenario de la Revolución rusa, con la intención de
congraciarse con el mandatario ruso, Vladimir Putin, en la víspera de su gira
para pedirle apoyo ante el inminente derrumbe de la economía venezolana,
ocasionado por el saqueo sistemático de los bienes nacionales ejercido por su
gobierno.
Lo cierto del caso es que
tanto en Caracas como en Moscú los eventos conmemorativos del centenario
resultaron ser lo más parecido a un funeral, donde las viudas del estalinismo,
representadas por reducidos partidos comunistas del mundo e individualidades
mercenarias, aprovecharon la ocasión en escuálidas marchas para mostrar
retratos de Stalin, Lenin, Brézhnev, Che Guevara y alguna que otra estelada
catalana. Para el Kremlin solo fue un evento más; de hecho, Putin mantuvo una
reservada participación; entre tanto, para Miraflores fue una oportunidad de campaña
publicitaria de ser la “víctima del imperialismo” y solicitar la
reestructuración de la deuda venezolana con Moscú.
En realidad, al finalizar la
posguerra, nadie en el mundo deseaba emparentarse con el horror soviético,
luego del llamado “Discurso secreto” presentado por Nikita Jruschov durante el
XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, en febrero de 1956. En
este se denunciaron los crímenes de Stalin y la represión durante la llamada
Gran Purga (los procesos de Moscú) en los años anteriores a la Segunda Guerra
Mundial. Luego, en la segunda mitad del siglo XX, sucedieron sublevaciones
populares contra el control soviético, la Revolución húngara en 1956, la
Primavera de Praga de 1968, el surgimiento de Solidaridad en Polonia en 1980, y
la posterior caída del gobierno comunista de Jaruselzki en 1990. Finalmente,
la perestroika y el glasnost (1985-1991) de Gorbachov
pusieron la lápida a la URSS y la apertura del retorno del capitalismo a la
Rusia actual.
El repudio al estalinismo
soviético recorrió todo el planeta, determinando el desmarque de importantes
partidos comunistas con el eurocomunismo; este se oficializó en marzo de 1977,
cuando los secretarios generales Enrico Berlinguer del PCI, Santiago Carrillo
del PCE y Georges Marchais del PCF se reunieron en Madrid y presentaron las
líneas fundamentales de la “nueva forma”. Reacción tardía al ser descalificados
por sus pueblos, al extremo de que los otrora grandes partidos obreros habitan
hoy en casas muertas, aun cuando lanzaran los símbolos de la hoz y el martillo
al cesto de la basura.
En América Latina la ruptura
más importante con la URSS la representó Teodoro Petkoff, con su
libro: Checoslovaquia, el socialismo como problema, (1969) y se sumó
la extensa obra de Moisés Moleiro sobre el tema. Ellos remarcaron la ruptura de
la izquierda democrática en Venezuela con la URSS y el castrocomunismo.
Hoy, asumido plenamente en la
conducta de Maduro y su Estado comunal, quien se ufana de su parecido con
Stalin y su ejercicio dictatorial, no solo contra un país, también con sus
aliados del Polo Patriótico, al no permitirles representantes en la montonera
del PSUV identificada como ANC; con los gobernadores electos en octubre, todos
del PSUV; y ahora con los candidatos a alcaldes en diciembre, les ordena al
retiro inmediato de toda candidatura que no sea la del partido oficialista en
las 335 alcaldías.
Como premio de la
incondicionalidad a un régimen, cuyo modelo es el PCUS, el PC cubano y la
extinta URSS, hoy felizmente execrados por la historia, siendo hoy su última
apuesta, unos ignaros retoños sin destino y candidatos a la extinción.
15-11-17
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