Por Gregoria Díaz
Aunque sus ancestros son
italianos, portugueses y colombianos, Andrés Salvador de Oliveira Di
Bernardo es tan criollo como una arepa. Aragüeño de nacimiento, el segundo
finalista del reality show Master Chef Latino habló desde España en exclusiva para Crónica.Uno,
sobre la experiencia en el concurso y sus ganas de regresar algún día a
Venezuela.
Maracay. Cuando le preguntan
qué recuerdo guarda de Venezuela, no titubea en afirmar que el ácido sabor de
la parchita lo remonta a sus años de infancia y adolescencia entre El Limón,
estado Aragua, y los Altos Mirandinos.
El segundo finalista del
famoso reality show Master Chef Latino, transmitido por la cadena Telemundo,
fue Andrés Salvador de Oliveira Di Bernardo. Y aunque sus apellidos pudiesen
detonar que nada lo vincula a Venezuela, es tan criollo como la arepa, el
casabe, el rompe colchón o la empanada. Nació hace 36 años en la clínica
Calicanto de Maracay, detrás de la icónica Plaza de Toros de la ciudad jardín,
aunque su familia se estableció desde el primer momento en El Limón, en el
municipio Mario Briceño Iragorry, a escasos minutos de la capital aragüeña.
Sus padres son esa mezcla de
razas que nacieron en este país luego de que Venezuela se convirtiera en el
predilecto refugio para inmigrantes. Su madre es hija de italianos y su padre
nació del matrimonio entre un portugués y una colombiana. Ambos nacidos en
Venezuela.
Andrés es, entonces, el
producto del mestizaje de las migraciones que se establecieron en Venezuela y
que hicieron suyo este país. Su madre, Marucha Di Bernardo, por ejemplo,
arquitecta egresada de la Universidad Central de Venezuela, fue la
diseñadora de la puerta de entrada de la casa Italia de Maracay. Su padre,
Domingo de Oliveira, nació en Caracas y forma parte actualmente de esa diáspora
venezolana. Hoy reside en Kissimmee, Estados Unidos.
Sus abuelos maternos, los Di
Bernardo, fueron propietarios de una estación de servicio ubicada en la entrada
de El Limón y también de una pizzería ubicada en plena avenida Caracas que con
el tiempo y luego de venderla, se convirtió en una cachapera. Andrés comenzó a
temprana edad a disfrutar de la diversidad de sabores que reinaba en su familia
y que, como la mayoría de los miles de inmigrantes, forjaron futuro para sus
hijos y nietos.
Andrés de Oliveira guarda
intactos sus recuerdos infantiles en Aragua y, particularmente, el olor y el
sabor de las empanadas con jugo de parchita que compraba todos los días en la
cantina de la escuela mientras estudiaba primaria, antes de que sus padres
decidieran mudarse a los Altos Mirandinos.
Establecidos en el estado
Miranda, decide estudiar Informática, pero aclara inmediatamente: “no era lo
mío”. El triunfo de Hugo Chávez prendió las alarmas en su familia, que ya
intuía que las cosas en Venezuela no serían igual. En 1999, su madre toma la
decisión de abandonar Venezuela, mientras que su “nonna”, junto con el resto de
su familia materna, reedita el amargo sabor de la migración y retornan a
Sicilia, Italia. Su abuelo, ya fallecido, quedó en tierra venezolana.
Ha sido muy duro para ella y
para la familia —dice Andrés— extrañan y añoran a su verdadero país: Venezuela.
No ha perdido la jerga ni el
inconfundible acento venezolano, aun cuando vive en Estado Unidos desde hace 19
años. De Oliveira, accede muy amablemente a conversar telefónicamente con la
corresponsal de Crónica.Uno apenas aterriza en Madrid, a donde acaba
de llegar para disfrutar de unas vacaciones y descubrir nuevos sabores.
Cuando me preguntan qué
recuerdo de Venezuela —dice sonriente— lo primero que viene a mi memoria son
las empanadas y el jugo de parchita, sobre todo el de la parchita, fruta que
adoro y que en Estados Unidos es sumamente difícil encontrar“.
En Miami, Andrés de Oliveira,
comienza a incursionar en la actuación. Desde entonces ha grabado comerciales
para marcas importantes como Wendy´s o Toyota y como actor ha participado
en Crime School (2011) y en Tony Tango (2015), escrita por
él y en la que participó con el personaje de Pablo.
Desayuno criollo | Captura de
pantalla
Mudado a Los Ángeles, descubre
una multiplicidad culinaria exquisita, producto de la confluencia y fusiones de
razas que despiertan su curiosidad por la cocina. Su aprendizaje ha sido
autodidacta. Algunos libros de cocina y videos en Youtube solo despertaron en
él su otra pasión, que muestra y demuestra con su familia y amigos.
Uno de ellos, quien aspiraba
entrar a Master Chef Latino, fue quien lo convidó para la audición.
“Semanas después, fue a mí y
no a Pedro a quien seleccionaron para el reality”, dice entre carcajadas
mientras asegura que aunque nunca estuvo en su “menú” de vida participar en
este tipo de programas, Master Chef Latino le dejó una grata experiencia.
Hoy, sigue recibiendo halagos
y felicitaciones y confiesa que las más sentidas y especiales son las de sus
compatriotas. Es que en medio de tanto caos, la noticia de su clasificación y
su segundo lugar en el reality show, han dejado un gran gusto en el
corazón de los venezolanos.
La fama que por extensión le
ha traído haber participado en Máster Chef Latino, se la disfruta con calma. Al
fin y al cabo, Andrés está acostumbrado a las bambalinas y a los
reflectores. No puede hablar sobre los intríngulis del concurso porque así
lo acordaron los participantes en una cláusula de confidencialidad. Pero
desmiente categóricamente cualquier supuesta rivalidad entre él y la ganadora,
Sindy Lazo, y una supuesta demanda contra Telemundo.
“A Sindy —comenta— le cociné
arepas varias veces y siempre fue agradable compartir con ella“.
Muchos son los planes y
proyectos en puerta. Asoma su participación en una revista donde tendrá a su
cargo la sección gastronómica, pero mientras tanto, sigue dedicado a la
reciente soltería, a la actuación y a los negocios. “El espectáculo es
efímero”, agrega.
Por eso sigue apostando a la
empresa de cuidado de mascotas Sitter4Paws.com, que emprendió como parte de su
supervivencia financiera. Hoy, Andrés de Oliveira también saborea el éxito, al
posicionar su franquicia en 5 estados de EE. UU.
En los 19 años que lleva
radicado en el país norteamericano, solo regresó una vez a Venezuela. Pero esa
distancia no le ha expropiado su arraigo. De los tres hermanos, solo él no ha
dejado de hablar español. Además no ha perdido el acento y durante la
conversación siempre afloraron típicas palabras que solamente los venezolanos
saben traducir.
¿Cuál usas con más
frecuencia?
—”Rata”. A mis amigos siempre
les digo así. Y entienden que solo un venezolano sabe lo que significa.
¿Volverías?
—Si la situación del país
cambia, ojalá que pronto, regresaría a mi país.
29-04-18
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