Por Fernando Pereira
Finaliza un año escolar para
miles de estudiantes que junto a sus familias han recorrido un camino
de obstáculos. La crisis social ha venido apretando, año a año. Son
varios períodos en los cuales se han ido acumulando limitaciones de todo tipo.
“No hay nada que celebrar. Un
título de bachiller hoy no vale nada”. Hemos escuchado ese argumento repetido
por diferentes voces. No compartimos esa visión pues gestionar la cotidianidad
se ha convertido en un acto de resistencia. En un país donde más de un
millón de niños y adolescentes (3 a 17 años de edad) están fuera de las aulas
según la Encuesta de Condiciones de Vida, Encovi, hay que celebrar que miles de
estudiantes y familias no engrosen la lista de la exclusión.
En el país con la mayor tasa
de homicidios de adolescentes del mundo (26,9 por cada 100 mil
habitantes según reciente informe de Save the Children) hay que celebrar que
miles de estudiantes todavía se mantengan en las aulas en las que están menos
propensos a los factores de riesgo que envuelven a esa población, especialmente
en la adolescencia.
Venezuela está entre los
tres países de América Latina con más de 130 mil adolescentes que ya
son madres. Hay que celebrar que miles de familias sigan esforzándose
por el proyecto de vida de sus hijos así este no se vea claro.¿Cómo
no celebrar contar con docentes que han finalizado el período académico
esforzándose para cubrir su programación? Constituye una hazaña digna de emular
al constatar que lo han hecho ganando en un mes lo que un colega en un país
vecino puede obtener en una hora.
Contra todo pronóstico
Las dificultades para alimentarse, las deficiencias del programa de alimentación escolar, la falta de unidades de transporte público, de dinero en efectivo, el éxodo de docentes, la falta de agua… van ensartando una cuenta cada día más pesada.
La fuerza de la gravedad social impulsa a dejarse llevar por la corriente. Lo más fácil es quedarse en casa, ver qué se puede hacer para ganarse la vida, para sobrevivir.
Chemises raídas, pantalones
remendados, suelas gastadas, útiles que no pudieron reponerse valorizan la
gesta de lo cotidiano. Solo puede ser entendida en la distancia de quienes no
podrían mantenerse estudiando si esas fueran las circunstancias en otras
latitudes.
En momentos en que
los profesores universitarios y enfermeras reclaman de
manera enconada la mengua a la que están sometidos (ni siquiera podemos afirmar
que están “a pan y agua”), al igual que todos los gremios profesionales,
en contraste con el sector militar que es, por mucho, el mejor remunerado;
no es fácil incentivar el amor por el estudio y la superación.
El valor del
esfuerzo se hace esquivo cuando los estudiantes ven que docentes que han
trabajado toda la vida, que tienen varias carreras, no pueden comprar
un mercado con lo que ganan. No se constituyen en un referente a
quien emular. Las formas más exitosas y rápidas de “ser alguien en esta
sociedad” no pasan por la lectura y análisis de Doña Bárbara ni por
el Álgebra de Baldó.
Cuando los adolescentes de hoy
lucen desmotivados y abundan razones para sospechar de la bondades de
permanecer estudiando, de superarse y tener un título hay que celebrar que
miles de estudiantes, familias y docentes, contra todo pronóstico, sigan
apostando a la luz y no a la oscuridad.
12-07-18
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