Por Carolina Gómez-Ávila
Parece mentira que un sentir
tan generalizado en la población -me refiero al de la necesidad de cambiar de
Gobierno- no logre representación efectiva en el mundo político opositor.
Achacárselo a que los líderes se vendieron a la dictadura para sostenerla no
sólo es imposible de demostrar sino un argumento que se desmorona con el paso
del tiempo; si fueran tan corruptos como se les quiere hacer ver, mucho más les
interesaría ser Gobierno pues 20 años de chavismo han demostrado que desde allí
se logra enriquecimiento sin parangón.
La verdad es que no hay
político que quiera más el dinero que el poder; puede querer ambas cosas y ser
un corrupto pero querrá el dinero para llegar poder o el dinero como
consecuencia de tener el poder, no en vez del poder
La visión del enchinchorrado
que cobra mientras finge ser opositor es incompatible con la naturaleza de los
políticos. Si no lo han logrado no es porque prefirieron propinas sino porque
han sido incompetentes y con esto se debe detener cualquier juicio precipitado.
Algo más está pasando y no lo estamos viendo.
Por otro lado, representando a
la cara oscura de nuestra idiosincrasia se practica el linchamiento del caído.
No hay perdón para quien fracasa después del éxito, más bien representa una
oportunidad para dar rienda suelta a la envidia y vengarse de las expectativas
defraudadas. Como los mismos que encumbran al líder lo destrozan, hemos ido
perdiendo a todos los que podían representar una esperanza de cambio. Ya se
acerca la hora de linchar a la imagen del espejo.
Con esto en mente, la salida
de Acción Democrática de la Mesa de la Unidad Democrática es el último
campanazo. No se trata de la salida de un movimiento de revoltosos ni de un
partido con 3% de aceptación. Nos guste o no, estamos hablando de unos de los
partidos políticos con más arraigo en la historia de Venezuela. Uno que tiene
ideología y doctrina, por cierto, cosa de la que no pueden presumir todos. Otro
golpe más a la coalición, entendida como la forma de enfrentar a la dictadura.
Claro que coaligarse no es
suficiente. Nada funcionará si a la meta compartida de llegar a ser Gobierno no
le acompañan un conjunto de tácticas consensuadas para lograrla. Y aquí está el
problema que nadie parece querer abordar: en la MUD intentan consensuar una
estrategia quienes en 2014 impusieron “La Salida” y quienes defienden la vía
electoral.
Los segundos, por mantener la
unidad, han ido cediendo a las ideas de agitación a las que los “salidistas”
nunca han dejado de apostar, como si el caos y la consecuente represión pudiera
acelerar un quiebre en el estamento militar que es el único (nadie se engañe)
que puede lograr “la dimisión” del presidente de la República.
Esta apuesta que ya era grave
en 2014 es insoportable en 2018 con las inhabilitaciones electorales de casi
todas las tarjetas de los partidos que la conforman, incluida la propia tarjeta
de la MUD.
Pero Acción Democrática y Un
Nuevo Tiempo, aunque en situación frágil, dividen a la MUD entre quienes pueden
participar -como es su deber- en elecciones y quienes están siendo empujados a
conspirar porque no tienen un camino legal para llegar al poder.
Los asuntos administrativos
son excusas. El gran divisor es que aún están dentro de la MUD quienes proponen
métodos antidemocráticos. Se les acaba de ir una tarjeta para participar en
elecciones, seguramente pronto se les irá la de Un Nuevo Tiempo y ya no tendrán
manera de decir que son demócratas. Eso es lo que queda de la MUD.
07-07-18
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