Por Rodolfo Izaguirre
En un libro suyo muy atractivo
titulado El loro de Flaubert, su autor Julien Barnes explica qué es una
red. “Se puede definir de dos maneras, según cuál sea el punto de vista que se
adopte. Normalmente, cualquier persona diría que es un instrumento de malla que
sirve para atrapar peces. Pero, sin perjudicar excesivamente la lógica, también
podría invertir la imagen y definir la red como hizo en una ocasión un jocoso
lexicógrafo: dijo que era una colección de agujeros atados con un hilo”.
La red es tan antigua como lo
pudo haber sido el arte de la pesca al tirar la red. No en balde fueron
pescadores los discípulos de Cristo lanzados luego al mundo para que tendieran
sus redes y convirtieran al cristianismo a los peces humanos.
Se llamaban reciarios los
gladiadores que combatían en el circo romano armados de una red, un tridente y
un puñal. Eran ágiles y desconocían la misericordia. Lanzaban la red para
inmovilizar al oponente y clavarle el tridente a través de la malla. El puñal
servía igualmente para la agresión; el reciario lo utilizaba para ultimar al
adversario o para deshacerse de la red que llevaba atada a la muñeca.
Siglos más tarde, azuzados por
Franklin Schaffner, unos simios de asombrosa inteligencia lograron en 1968
atrapar a Charlton Heston lanzando sobre él una red como si fueran cazadores de
fieras humanas o los nuevos reciarios de la ficción cinematográfica.
La red, concebida como arma
ofensiva, pasó a ser con el tiempo un arma psicológica poderosa y eficaz,
porque se hizo experta en el manejo de las pasiones: es la que tiende Yago para
encender y envolver a Otelo despertando en él los célebres aunque
desafortunados celos que causaron la muerte de Desdémona y el inmediato
suicidio del moro.
La araña teje su tela, pero al
hacerlo está tendiendo una red para atrapar y devorar a los que caen en ella,
insectos, pájaros de vuelo errático o, si se quiere, a Urcos desorientados o al
propio Frodo Baggins, el personaje de The Lord of the Rings en la
épica y apasionante misión que lo lleva a la Tierra de Mordor donde se
extienden las Sombras obligado a destruir por fuego el anillo poderoso. La red
que teje Ella-laraña, la monstruosa guardiana de la frontera de Mordor y en la
que atrapa a Frodo, es una gigantesca espiral de agresión y de destrucción;
pero cuando Ella-laraña se coloca en el centro de la red imita a Medusa
Gorgona, la madre terrible, el asombro mortal de la malignidad, el verdadero
enemigo que debemos enfrentar y vencer; el más despiadado de los monstruos de
la Antigüedad cuyo poder residía en petrificar a quien tuviese el infortunio de
recibir su mirada.
Se me antoja que, como una
inesperada Ella-laraña, Penélope no teje el chal para homenajear al esposo
aventurero, sino la mortaja del guerrero en castigo por regresar a Ítaca luego
de una ausencia de veinte años.
Nacemos, crecemos y vemos
transcurrir nuestras vidas prisioneros en una red de imposibles que algunos
llaman destino, y otros, existencia humana. Y mientras más tratamos de
librarnos de los hilos que nos aprisionan, más enmarañada resulta la maleza que
limita o impide nuestros movimientos: la educación, la familia, el pacto
social, la ideología, el sexo, la mente y el corazón. Y, con ellos, el peso de
la barca puede ser tal que, siendo opositores a toda clase de redes, nos
hundimos con ella en los océanos de las incertidumbres.
Desde el palacio, el
mandatario corrupto e irresponsable convertido en reciario inmisericorde lanza,
una y otra vez, redes de abominaciones que convierten cada agujero de las
mallas en ojos de Gorgonas petrificadoras. No requiere el autocrático reciario
del uso del puñal que sirve a la agresión o del tridente que es réplica
infernal de la Trinidad o de las tres cabezas de Cerbero, el montruoso perro
que vigila la entrada del inframundo, porque con la sola red causa diáspora,
hambre, inflación, muerte, tristeza en los corazones y mucho desaliento en
quienes aún sobrevivimos regando los helechos del país.
Cae la red sobre nosotros y
nuestra alegría de vivir queda suspendida; vueltos piedras no logramos vernos a
los ojos; no atinamos a reconocernos en la ruina en que se está convirtiendo al
país que alguna vez fuimos, antes de que aparecieran en el horizonte, para
nuestro infortunio, pero no para la “izquierda” prechavista que aplaudió la
invasión cubana en Machurucuto, admiró las barbas “revolucionarias”, codició el
uniforme verde olivo, aspiró el humo del tabaco en la boca del comandante y
aceptó complacida la posterior pesadilla del narcoestado.
No es solo la red de trampas,
mentiras y agresiones que el poder político, las armas y la dominante presencia
de la droga manejan con perfección empresarial. Lo que traba e inmoviliza al
país venezolano es la traición militar, la felonía, el hambre, la viscosa
mediocridad del régimen, el grado de envilecimiento de las conciencias, el
delito impune, la corrupción de las almas, el fracaso de la honestidad, el
fraude de la educación, la asfixia cultural y universitaria, la imagen
distorsionada del ego.
¡Se puede recuperar
determinado ministerio o institución! Es cuestión de disponer de la energía y
voluntad necesarias, pero recuperar la dignidad perdida llevará al menos cien
años de heroicos esfuerzos. ¡Volver a mirarnos a los ojos sin temor a
petrificarnos! ¡Eliminar las redes! Devolver al soldado al cuartel y hacerle
ver al patriota cooperante y al delincuente pagado o no por el régimen militar
que la vida que navega en ellos es sagrada y deben venerarla, porque es la
única manera de no ser delincuentes o matones de barrio! De no ser reciarios,
arañas de peligro, tabacos humeantes o Medusas Gorgona.
15-07-18
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