Juan Guerrero 04 de octubre de 2018
@camilodeasis
La
tercera gran catástrofe humanitaria en toda la historia venezolana es esta que
vivimos en el siglo XXI. Antes, la Guerra de Independencia y luego, la Guerra
Federal, marcaron un antes y un después en la sociedad venezolana.
No
podemos obviar las marcas que están dejando en el alma venezolana este inmenso
sufrimiento humano, tanto en víctimas como en costos materiales e
infraestructura. Quienes somos protagonistas de esta destrucción sistemática
sabemos que será incalculable estimar los costos de semejante hecatombe.
Sin
embargo, existen estadísticas, mediciones y cálculos que desde hace unos años
se están haciendo para contribuir a la recuperación de la sociedad y levantar
la república. Porque es evidente e inminente el cambio y superación de este
desastre.
De
todo este descalabro socioeconómico y moral, voy a centrarme en la migración de
venezolanos que se ha acelerado en este último año. Las estimaciones oficiales
de la ACNUR-ONU la sitúan en 1,9 millones (-supongo que solo miden la de este
año). Otras fuentes indican, entre 3,5-4 millones, desde 2015.
En
fin, que de ese inmenso grupo humano que deambula, entre autobús, auto-stop y a
pie, por las carreteras sudamericanas, más allá del sufrimiento y el dolor, muy
seguramente se levantará una sociedad fuera del país, que en los próximos años
se convertirá en una extraordinaria fortaleza cultural.
Porque
entre los pocos pícaros y vividores de oficio, -que nunca faltan e inclusive se
tienen noticias desde la época de Colón, con polizontes “encarabelados”- la
inmensa mayoría que han debido partir, son gente de bien. Industriosa,
trabajadora e ilustrada.
Esto,
en sí mismo, ya es una ganancia para cualquier país necesitado de personal
profesional, capacitado y con formación en valores familiares. Pero aún, en
esta poca gente compuesta por el malandraje y de malas mañas, habría que verlos
en lo positivo que resultará en lo más libre que tiene todo ser humano: su uso
idiomático.
Aquí
quiero indicar que veamos el uso del español venezolano en boca de esta gente,
más allá de las connotaciones morales que puedan tenerse. Porque realmente lo
que resultará dentro de los próximos diez años, -por solo marcar una década- es
de una significativa y decisiva expansión de nuestro idioma y su fortalecimiento
mientras se somete a la contrastación idiomática, creando, muy seguramente, una
serie de neologismos que ampliarán la lengua española de América.
Esto
va a ser así porque a través de ese trascendente cuerpo idiomático transita
toda una experiencia cultural, que va desde las expresiones en los ademanes,
giros lingüísticos, modos y formas en la nomenclatura de regionalismos, hasta
el uso idiomático mientras se procesa esa lengua en sus saberes e,
indudablemente, sabores de una lengua que ofrece su principal embajador
gastronómico, en la redondez de la noble arepa que ya recorre el mundo como
rueda culinaria, llena de carne, pollo, quesos de topo tipo, y ahora con los
gustos locales en cada país donde se inaugura una taguara por venezolanos.
A
mediano y largo plazo apuesto por mi cultura en boca de esos usuarios, de
cualquier estatus social y formación académica. Unas veces refinada en boca de
sus profesionales, en otras, arrabaleras, entre manotazos de sus obreros, o
quizás empiernada con las cadenciosas caderas caribeñas que arropan con sus
azabaches cabelleras al amante de turno.
De
esos anónimos hablantes, de esas bocas seductoras y traseros empinados y
agigantados, transita una lengua, un idioma que se encuentra con otros y se
hermana en los callejones del mundo, sea en aulas de universidades como en
antros de prostíbulos o mientras se planifican asaltos a bancos o se trafican
inmensos bultos de drogas.
Pueda
que sea triste, doloroso saberlo así. Quisiéramos que todos los migrantes
salieran bien vestidos y perfumados. Pero la realidad es así. Así ocurrió en la
Primera y Segunda Guerras Mundiales. Igual en la última hambruna en China. O
las oleadas de árabes y africanos que inundan ahora a Europa. Vienen en tropel.
Con una mano atrás y otra adelante. Huyen unos, otros suplican. Otros pocos,
viajan en avión en primera clase. Otros se disfrazan. Algunos ya tienen dónde
llegar. La mayoría sufre y otros mueren en el camino a su destino incierto.
Pero
lo más significativo será esto que indicamos. Apuesto a la fortaleza de la
cultura venezolana. Sus hablantes en pocos años serán referencia en el mundo,
si ya no lo son. La gastronomía, el diseño, el arte, la literatura, los
profesionales haciendo academia en otras universidades. Los artesanos, los
inversores, los industriales en sus proyectos de expansión.
Esta
es la fuerza de los venezolanos fuera de su matria. Esto se traduce en fuerza
idiomática. En expansión de unas fronteras, inmateriales/espirituales, que en
los próximos años serán referencia en el mundo y nos darán, a quienes estamos
sobreviviendo, hoy, en esta inmensa cárcel, la solidaridad necesaria para
seguir de pie resistiendo y persistiendo.
Creo
en mi gente. Sin mayores explicaciones. Me soporto en nuestra fuerza cultural y
civilizatoria. Porque nuestra unidad más trascendente, lengua/historia/religión,
es superior a este instante ideológico/político. Buen viaje, hermanos idiomáticos.
Juan
Guerrero
@camilodeasis
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