Por Julio Materano
En un país donde la pobreza
multidimensional abraza a 48 % de la población, los voluntarios reivindican su
trabajo y coinciden en el poder que la ciudadanía tiene para mejorar su
entorno. Para honrar el entramado de organizaciones sin fines de lucro y
movimientos filantrópicos, la ONU celebra cada 5 de diciembre el Día
Internacional de los Voluntarios.
En un contexto social en el
que fallan las garantías de los Derechos Humanos, los voluntarios y
organizaciones civiles se toman en serio el propósito de socorrer a la
población más vulnerable, a las familias erosionadas por la incapacidad del
Estado para procurar las condiciones básicas para la vida: el bienestar
personal, la educación y la salud. En la Venezuela en crisis, donde la
institucionalidad flaquea y los actores políticos lucen esquivos, los
voluntarios parecen tomar la delantera en la escena pública y tienen,
sobre sus manos, el diagnóstico más lúcido de la emergencia humanitaria
compleja.
Quienes colaboran de manera
activa en diferentes causas consideran que la participación de la sociedad
civil es fundamental para transformar la crisis del país. A propósito del
Día Internacional de los Voluntarios, que la Organización de las Naciones
Unidas honra cada 5 de diciembre, en Venezuela, hay que decirlo, existe todo un
entramado de organizaciones sin fines de lucro y movimientos filántrópicos que
trabajan sigilosamente para transformar cada metro cuadrado de humanidad.
De acuerdo con un estudio
realizado por ConMuévete, una organización sin fines de lucro que visibiliza a
los voluntarios y sus causas en el país, 72,8 % de quienes ejercen algún tipo
de servicio desinteresado cree en el voluntariado como un medio para ayudar a
solucionar los problemas. Entre las actividades con mayores adeptos destacan
las dirigidas a fomentar el desarrollo y aprendizaje comunitario,
la atención a niños y la recolección de bienes y artículos esenciales como
ropa, enseres y medicinas. En medio de todo ello, hay una labor que sobresale y
es la de alimentar a personas en pobreza extrema, muchas de ellas en situación
de calle.
En una atmósfera dominada
por la polarización política, en Venezuela el voluntario se desvincula de las
plataformas partidistas e ideológicas. Según el estudio de
ConMuévete, 77,8 % de los colaboradores rechaza la idea de usar su
labor para dar a conocer a personalidades artísticas, políticas o líderes. No
se trata de un dato superfluo en un momento en el que algunos políticos se
abren espacio en las actividades de cooperación humanitaria y se estrenan como
“voluntarios”.
En un país donde la pobreza
multidimensional abraza a 48 % de la población, según la Encuesta Sobre
Condiciones de Vida (Encovi) 2018, los voluntarios reivindican su trabajo
y coinciden en el poder que la ciudadanía tiene para mejorar su entorno,
en medio de un fuerte deterioro social. Durante el estudio de campo, en el que
ConMuévete consultó a 81 voluntarios de 30 organizaciones
privadas, 97,5 % de los encuestados contestó que no realiza
voluntariado por razones políticas ni por motivaciones religiosas (69,1
%).
En medio del abanico de
actividad, destacan historias como la de Beisy Valdespino, hija de líderes
comunitarios de Catia, quien preside Funvibra, una organización que le gana la batalla al hambre
y organiza torneos interparroquiales de fútbol sala, clases de danza y
voleibol. También existen organizaciones como Dr. Sonrisa-Payasos de
Hospital, que alegra a niños con enfermedades crónicas en los hospitales del
país.
Luego están los que se consagran
a la salud, como Nivia Mederico, quien suele decir, en tono jocoso, que su
voluntariado se convirtió en una labor obligatoria. Y enseguida explica la
contradicción: es que si faltamos, los médicos quedan desasistidos. Nivia es,
desde hace 10 años, voluntaria en el Hospital San Juan de Dios, en Valle
Arriba. Durante ese tiempo ha pasado por varios servicios y ha aprendido de
todo un poco: a abrir y organizar historias médicas, a lavar instrumentos, a
pesar y tomar la presión arterial, a colocar gotas oftalmológicas.
“No somos las secretarias de
los médicos, pero cumplimos una labor asistencial”, dice esta abogada que cada
lunes acude con su uniforme azul al servicio de Oftalmología del San Juan de
Dios con la única intención de facilitar el trabajo del médico y aliviar las
necesidades del paciente.
Según Naciones Unidas, cada
día miles de personas se ofrecen como voluntarias para contribuir a la paz y el
desarrollo sostenible. En las comunidades más desasitidas, reconoce la ONU, el
voluntariado permite construir mecanismos de resiliencia y amplía el sentido de
la responsabilidad. “El voluntariado consolida la cohesión social y la
confianza al promover acciones individuales y colectivas”.
La voz de los voluntarios
Carlos Cajías es también
ejemplo de constancia. Tiene 38 años como voluntario del grupo de rescate Guai
Chester, que tiene su sede detrás de la Escuela de Medicina Vargas, en la
parroquia San José. Este ingeniero, instructor y fundador de Protección Civil
Libertador, junto con un grupo de voluntarios, ofrece charlas, cursos y
simposios de autoprotección a los vecinos de San José y a las comunidades
aledañas de San Bernardino, Altagracia y Candelaria.
La principal razón que
impulsa la labor del voluntario es ayudar a otros y hacer cambios en la
vida de otras personas. De la encuesta destaca, además, la valoración que hacen
los voluntarios de la propia experiencia: un 92,6 % considera que el
voluntariado le proporciona capacidades para superar dificultades en su vida
cotidiana pues les permite desarrollar empatía, resiliencia y tener
herramientas para solucionar problemas.
Niños duermen bajo techos
improvisados. Cristian Hernández/Crónica Uno
Isabel Arenas, por ejemplo,
una joven que aún no alcanza la mayoría de edad, quiere ser bióloga y luchar
por Venezuela. Su voluntariado, que transcurre en la Fundación La Salle, le
permite trabajar para conquistar ambos planes, con inteligencia y buena
energía. “Aquí ayudo y aprendo al mismo tiempo. Me da satisfacción el no
quedarme de brazos cruzados, trascender el conformismo y la queja”, dice. “Yo
hago de todo un poco, lleno de alcohol los frascos donde están los peces, hago
inventario de las especies, digitalizo documentos”, cuenta la estudiante, quien
maneja con propiedad los nombres técnicos de la flora y fauna venezolana.
A sus 20 años, Ana
Letizia Ibarra está por graduarse de Administración en Recursos Humanos
y dirige el programa Papagayos por la Paz de Funda Epekeina. Se trata de
una organización que promueve valores entre los niños de zonas populares.
También es la coordinadora del Centro de Proyectos de la Red Joven
Venezuela, programa que forma a universitarios, entre 15 a 30 años, para que
lleven a la práctica proyectos en favor de su entorno. “Apuesto por el
voluntariado que capacita y forma a la persona y no por aquel que solo se
dedica a satisfacer necesidades, regalando cosas“.
Cada miércoles, Milagros
Loreto hace un alto en su trabajo y vuelve a su casa de estudios, la UCV, para
hacer lo que más disfruta: escuchar sin juzgar y dar esperanza en tiempos que
lucen desbordantes, donde se buscan soluciones rápidas y apremiantes y muchas
veces se descuida la salud mental.
Milagros se graduó de
Psicóloga en 2017 y trabaja en Fundana, en la parroquia Caucagüita, pero los
miércoles de 1:00 a 5:00 p. m. es voluntaria en el Centro de Orientación de
Psicología que funciona en la Parroquia Universitaria. Allí escucha a abuelas
preocupadas por sus nietos, a madres con dificultades para tratar con sus hijos
adolescentes, a familias golpeadas por la pobreza y la violencia.
“Yo los ayudo con mis
herramientas pero al mismo tiempo aprendo de cada paciente, respeto sus
creencias, no me impongo. Es un espacio alternativo para escuchar al otro sin
que se sienta amenazado o juzgado“, dice Loreto, quien ha visto emigrar a la
mayoría de sus compañeros de promoción.
Foto: Crónica Uno / Mariana
Mendoza
05-12-18
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