Américo Martín 12 de abril de 2019
@AmericoMartin
Juan
Guaidó y su principal soporte institucional, que es la Asamblea Nacional, se
consolidan con los días. Tanto el presidente interino como el poder legislativo
han sido arbitrariamente inhabilitados al tiempo que enaltecidos aquí y en el
mundo. Mientras más agredidos, más pulido el acero de su cauce. Guaidó es
mandatario provisional conforme al artículo
233 constitucional y la Asamblea Nacional es la única rama del Poder
Público que puede jactarse de su constitucionalidad formal y su legitimidad
real: goza de legalidad por emanar de una elección irreprochable, y de
legitimidad por contar con la aceptación ampliamente mayoritaria del país, del
Hemisferio americano y de, hasta ahora, más de 50 Estados-miembros de la ONU.
La
volcánica tragedia y la desesperada resistencia de los venezolanos no permiten
que semejantes convicciones sean relegadas. El régimen alterna perversidades
contra Guaidó y la Asamblea Nacional. Sabe que arriesga todo si materializa su
plan de exterminio, pero persiste. Deshoja la cebolla con el joven líder, le
atribuye falsos delitos y complicidades,
Cualquier
carrera presidencial suscita rivalidades. Es posible que los méritos de Guaidó,
conjugados con circunstancias que él y la AN han aprovechado con maestría,
alienten enfrentamientos. El drama del oficialismo es que no puede
incentivarlos mucho sin descubrir el juego al poder sancionatorio
internacional. Guaidó es una realidad, su articulación con la Asamblea es
universalmente apoyada. No por casualidad es víctima principal del encolerizado
oficialismo. La victoria democrática pasa por defenderlo a todo dar. ¿Cómo
escapan, a valiosos opositores, esas obviedades? Enervar los actos del
liderazgo reconocido solo conviene a la cúpula de Miraflores. El fracaso de
Guaidó arrastraría a todo el país
Buscando
en el carácter hispanoamericano la razón de la sinrazón que vela el juicio de
gente inteligente, releí mis fichas de Américo Castro, Ortega y Gasset,
Menéndez Pelayo y José Enrique Rodó. Encontré respuestas al ilógico regodeo en
fórmulas que no aceptan el renacimiento de Venezuela si “malas compañías”
(¿quién probó que lo fueran?) lo manchan con su presencia. Ganar la más grande de las causas no es más
importante que dejar la reputación en alto, al punto de sacrificar primero
aquella que ésta. En la misma vía va la pasión por restar y dividir con el
objeto de reducir el movimiento al exclusivo club de quienes piensen como uno y
confundan la justicia con la venganza. “Si se incluye a chavo-maduristas
decepcionados, renacerá automáticamente
la dictadura” Ese “eticismo” nada tiene
en común con la Moral, siempre abierta a sanas rectificaciones, ni con la
Historia, si solo recordamos que los grandes virajes político-sociales
tendieron la mano a oleadas de disidentes de la corriente rival. No se
autocondenaron a la derrota por la absurda intolerancia de rechazar a quienes,
asumiendo el riesgo de romper con el Poder, decidieron sumarse a la causa democrática. Es, en otro
sentido, la ilusión de trascendencia del sabio atorrante que no se “ensucia las
manos” apoyando, llegado el caso, al mejor aviado para triunfar.
Cervantes resalta otro ángulo, más bien cómico: luchar para que nos vean
luchar y no para vencer.
– ¡Dichoso el soldado que cuando
combate sabe que su príncipe lo está mirando!
Pelear,
pues, no es nada; que lo miren pelear, es todo. Incluso se enaltece a quien se
abstiene cubierto de frases rotundas que protegen su dignidad. Juan de Austria probablemente
no vio batiéndose al célebre manco. Si fue así, Cervantes no lo olvidó. Era
hispano. El mejor.
¿Habrá
quien crea que Guaicaipuro está más en nosotros
que el milagro literario de don Quijote?
Américo
Martín
@AmericoMartin
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