Luis Manuel Esculpi 12 de noviembre de 2019
Aunque
fue un acontecimiento sorpresivo, era el resultado de una meticulosa labor
desarrollada durante años. Por lo general los hechos históricos son momentos
culminantes de acciones sucesivas. No son sucesos súbitos, aunque lo aparenten.
Suelen estar precedidos de esfuerzos silenciosos, sin escenografía y ruidosas
manifestaciones, ni fuegos artificiales.
Cuando
se desencadenan pueden erigirse en símbolos de una época. Me refiero en esta
oportunidad al derrumbe del muro de Berlín. A propósito de cumplirse el XXX
aniversario de ese acontecimiento, que marcó el principio del fin de la guerra
fría y a su vez de la caída del comunismo, releí un libro extraordinario donde
se relata " la historia secreta detrás de la caída del muro de
Berlín", leyenda que acompaña al título "El año que cambió el
mundo" de Michael Meyer, quien fuera corresponsal y editor de la revista
Newsweek; en Alemania, Europa Central y los Balcanes, entre 1988 y 1992.
La
extraordinaria coincidencia de la conjura de un grupo de dirigentes del Partido
Comunista húngaro, el relanzamiento de Solidaridad, dirigido por Lech Walesa,
proyectándose más allá del movimiento obrero polaco, el rol de Vaclav Havel el
escritor y dramaturgo checo líder de la "revolución de terciopelo" y
quien sería electo presidente ese mismo año, la presencia de Gorbachov al
frente de la Unión Soviética, con el glásnost y la perestroika, en otro sentido
el emplazamiento de Reaagan al primer ministro soviético "derribe ese
muro", en un acto realizado dos años antes en Berlín, la intensa actividad
del Papa Juan Pablo II, de origen polaco, fueron factores que se conjugaron
para que el 9 de noviembre de 1989 se derribara el muro.
En
los momentos decisivos, no es de extrañar, que la confusión, el surgimiento de un
imprevisto, en fin un error al leer un documento a la prensa, provocará el
desenlace y millares de berlineses se volcarán a tumbar la pared que cerca de
cuatro décadas simbolizara la represión y el fracaso de un modelo de sociedad
implantado en Europa oriental posterior a la Segunda Guerra Mundial, que se
vendría abajo poco tiempo después, incluyendo su precursora la URSS.
Esta
revolución, los cambios de fondo que se produjeron, fueron con una sola
excepción (Rumanía) totalmente pacíficos, todo el andamiaje represivo y de
persecución política se vino abajo, de una manera incruenta, no se produjeron
prácticamente ni siquiera escaramuzas, el sistema que había enarbolado
inicialmente banderas libertarias, de justicia e igualdad social, se había
transformado, en una negación absoluta de toda la prédica abrazada por millones
de seres humanos durante buena parte del siglo XX.
Una
camarilla dirigente se convirtió en "una nueva clase", imponiendo
regímenes dictatoriales, responsables de crímenes horrendos y de las famosas
purgas contra la disidencia de sus propios partidarios, además de sumergir a
sus respectivos países –más allá de las apariencias– en el atraso y el
oscurantismo.
Es
propicia la ocasión para recordar a quienes persisten aún en ver al mundo desde
la perspectiva del denominado "socialismo real", es decir los
partidos comunistas y los movimientos paracomunistas el fracaso de ese modelo y
la manera como ellos se disolvieron.
Parte
importante del núcleo central del régimen proviene de esa escuela (Liga
Socialista) aún emplean los códigos y patrones en su fraseología, no así en su
práctica política, parecieran ignorar que ya hace treinta años cayó el muro y
con él se derrumbó toda la mitología, la liturgia y los infames métodos que los
distinguió.
Algunos
no lo ignoran, pero se aferran al discurso para permanecer también aferrados al
poder y simulan actuar en nombre de una "ideología revolucionaria",
mientras que su desempeño se caracteriza por concebir el poder como un fin en
sí mismo, por un ejercicio que ha conducido al país al inmenso desastre que
vivimos, asociado a la corrupción ilimitada.
Debieran
recordar que todos los muros al igual que los mitos se derrumban.
Luís
Manuel Esculpi
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