Por Eleazar Narváez
“Una noche de aquel tiempo
luctuoso en que me sentía especialmente abatido, recordé de pronto una máxima
que años atrás escuché decir al historiador mexicano Enrique Krauze. No sé por
qué la atribuyo a Heine: ‘Perder el ánimo es irresponsable y además es inútil’.
La recordé y al instante experimenté un fuerte remezón”, Ibsen Martínez.
Es decaimiento del ánimo,
desfallecimiento de las fuerzas, de acuerdo con el DRAE. Todas las personas lo
hemos experimentado a lo largo de nuestras vidas. En diferentes ámbitos de
nuestro desempeño o actuación. En menor o mayor medida. Con consecuencias de
menor o de mayor impacto. Se hace notar, sobre todo, en casos extremos en los
cuales el abatimiento es tal que quien lo padece pierde el contacto con la
realidad y está dispuesto, incluso, a dejar de seguir viviendo. También se
manifiesta cuando la persona se anula, cuando se rinde y pierde la esperanza de
que pueda contribuir a cambiar aquello que lo oprime.
Tomar conciencia de ese
desaliento y de los factores que lo causan desde dentro y fuera de cada uno, es
de suma importancia. Es un primer paso necesario para afrontarlo. Convencerse
de su inutilidad y de la irresponsabilidad que conlleva, resulta igualmente
indispensable. Esto supone otra toma de conciencia no menos importante,
referida la misma a la parálisis y al abandono de ciertas obligaciones y
compromisos que el desánimo origina tanto en la vida personal como en la vida
social en general.
De particular interés es el
caso del desaliento cuando es causado inescrupulosamente con propósitos
políticos, tal como lo ha hecho y sigue haciéndolo hoy el régimen opresor en
Venezuela. Además del enorme decaimiento anímico que ha producido con políticas
públicas que han sumido la vida de los venezolanos en un verdadero infierno
cotidiano, hay otro que conscientemente, y de manera específica, ha dirigido a
quienes se han atrevido a cuestionar sus ejecutorias. Es el desánimo para
sembrar impotencia y desencanto en aquellos que luchan contra un régimen que
pretende eternizarse en el poder a como dé lugar y a cualquier costo. Es el
desánimo para crear engañosamente una apariencia de normalidad y tranquilidad
en un país devastado.
Se habla mucho del impacto
negativo que en la lucha política tiene ese desaliento que el régimen genera
por distintas vías. Algunos comentan que es necesario cubrirse con una especie
de manto protector para evitar su influjo y resistir. Se trata de ser
impermeables al mismo, dicen. Lo cierto es que se requiere mucho más que eso,
es preciso combatirlo; luchar contra aquello que lo origina y lo potencia.
Tanto en el lado gubernamental como en el mundo opositor. Hacerlo con un
discurso, una actuación y una actitud que conecten realmente con la gente, con
perseverancia, con organización, con espíritu unitario y con estrategias que
apunten al rescate del ánimo y a la generación de la confianza necesaria para
enrumbarnos con mayor firmeza por la ruta del cambio posible.
Esa lucha nos concierne a
todos y a cada uno de nosotros como ciudadanos venezolanos. No la deleguemos en
otros.
25-11-19
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