Según el Mercer Quality of
Living Ranking, el más prestigioso indicador en la materia, durante los últimos
diez años Viena, la capital austríaca, ha ocupado sin interrupciones el primer
lugar como la ciudad con mejor calidad de vida en el mundo. El estudio incluye
231 ciudades de todos los continentes, colocándose Montevideo, en el lugar 78,
como la mejor clasificada de América Latina. En cambio, triste pero no
soprendentemente, la Sultana del Ávila avanza como el cangrejo: del
escasamente honorable puesto 193 el año pasado retrocedió al 202 en 2019,
clasificando además como la ciudad más insegura de las Américas.
No será un ejercicio inútil
dar un vistazo a los factores en los cuales Viena y las demás ciudades que
ocupan las posiciones más altas en el ranking fundamentan su éxito para ver
cuáles son las principales palancas que deberían mover quienes quisieran
mejorar las pésimas condiciones de vida que hoy, por desgracia, prevalecen en
Caracas.
Un aspecto esencial es el
relacionado con la seguridad personal, que el estudio define como “la piedra
angular de la estabilidad de cualquier ciudad”, y evalúa los índices de
criminalidad, la vigencia de la ley, las limitaciones a la libertad personal y
la libertad de prensa. En este rubro nuestra capital retrocede aún más, cayendo
al lugar 222, el último en las Américas, como ya se dijo.
Un segundo aspecto tiene que
ver con la movilidad, en el cual Viena ha hecho un esfuerzo notable para
reducir la dependencia del auto privado al punto que el 73 por ciento de los
viajes diarios se hace con otros medios, desde el transporte público y la bicicleta,
y facilitando y estimulando la movilidad peatonal. Un aspecto interesante es
que se enorgullecen de haber excluido el tráfico de autos privados de su
principal calle comercial, Mariahilferstrasse, en 2015. ¿Nos podrá servir de
consuelo decir que eso lo hizo Caracas con el bulevar de Sabana Grande a
mediados de la década de 1970?
También han contribuido a su
éxito la calidad de los servicios educacionales y sanitarios, la abundante y
variada actividad cultural y de espectáculos y el acceso al verde, que valora
no sólo la cantidad sino además la accesibilidad a parques y bosques, que ocupan
casi la mitad de la superficie de la ciudad.
Pero uno de los aspectos más
originales de la experiencia vienesa, con una tradición ya centenaria, es el
relativo a la política de vivienda y las estrategias para atender oportunamente
la demanda, garantizando que todos los habitantes, independientemente de su
nivel de ingresos, puedan acceder a una vivienda de calidad y combatiendo la
segregación residencial.
Los pilares fundamentales de
esa política son la propiedad municipal de una considerable extensión de los
terrenos de la ciudad; un consistente presupuesto municipal destinado a la
producción y mantenimiento de las viviendas que le permite producir unas 13 mil
viviendas nuevas por año en una ciudad que cada año incorpora 25 mil nuevos
habitantes; un amplio abanico de subsidios tanto para la construcción como para
la adquisición de viviendas en propiedad o alquiler (62 por ciento de la
población, incluyendo un extenso sector de la clase media, habita en viviendas
subsidiadas); control del mercado con regulación de precios; garantías para
evitar el desalojo de familias que eventualmente pudieran enfrentar
dificultades por enfermedad o pérdida del empleo.
En una nación cuya
orientación liberal en lo político y capitalista en lo económico nadie puede
poner en duda, el éxito de sus ciudades se fundamenta en una potente
intervención del Estado en las políticas urbanas y de vivienda, las cuales,
además, cuentan con una tradición ya centenaria. Será necesario volver con más
calma sobre este tema, que contradice de manera estridente a los
fundamentalistas del mercado pero podría darle alas a su contraparte, los
fundamentalistas del Estado.
12-11-19
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