Por Carolina Gómez-Ávila
El 28 de junio de 1914
asesinaron al archiduque de Austria y un mes después estallaba la Primera
Guerra Mundial. Según parece, nadie quería esa guerra; quizás por eso no se
hizo mucho para evitarla y, cuando estalló, todos creyeron que sería breve.
Cosas del pensamiento ilusorio.
Sobre la pandemia que azotó
al mundo durante aquella, la Gran Guerra, todavía se discute la fecha de
aparición. Marzo de 1918, dicen algunos; 1916, dicen estudios más recientes. En
cualquier caso, por ella no se hizo tregua en los frentes de batalla; al
contrario, para no afectar la moral de los combatientes la noticia se censuró
en casi todos los países menos en España que, neutral en la conflagración,
informó más y mejor pagando con el injusto desprestigio de que el mundo se
refiriera a aquella peste, desde entonces, como la gripe española.
Sobre cuál fue la opinión de
los pueblos beligerantes acerca de seguir la contienda en medio de aquella
calamidad, no la sabemos bien. Pero eso no importó como, hay que entender, no
importa ahora.
Las naciones son
irremediablemente arrastradas a los conflictos por el poder y esto no es
posible cambiarlo ni es de desalmados o cobardes entenderlo y aceptarlo. Es
más, quien intente liderar para evitarlo, lo hace para beneficiar a una u otra
corriente de interés político, no por humanismo.
Quien ha vivido plenamente
sabe que la vida no nos da tregua. Todos hemos visto sumarse un problema a
otro, incluso tener que lidiar con varios de gravedad a la vez. Las personas
pueden ser embestidas por más de un problema de salud, algún encontronazo legal
y contratiempos económicos simultáneamente.
No sé en qué cuento de hadas
viven quienes creen que se puede pausar alguna tribulación con el razonamiento
de que debemos atender otra porque es más urgente o importante, si es que acaso
alguna puede considerarse más urgente o importante. De las mismas mentalidades
fabuladoras sale la idea de que un pueblo unido lo lograría; la verdad es que
no ha existido, existe o existirá alguno en el que sus habitantes no puedan ser
convencidos o corrompidos para actuar en dirección distinta.
La lucha por el poder es
eviterna; no es posible un entreacto y eso hay que tenerlo presente incluso
cuando sus líderes declaren lo contrario. No hay manera de que las
circunstancias la suspendan; ni siquiera la muerte porque esta lucha no se da
entre individuos sino entre grupos de ellos y cualquier infortunio es un
elemento más que entra en escena pero que es incapaz de detener la escena misma,
excepto por los segundos necesarios para superar la sorpresa.
Pedir o dar tregua debe
entenderse como un elemento de la propia lucha por el poder. Un elemento que se
da por condiciones inherentes a esa lucha y no por la razón que se arguya.
Si a la opinión pública le
parece que la pandemia es un buen motivo para un armisticio, a quienes luchan
por el poder y se perciben debilitados, les parecerá que es un excelente
argumento para intentar que el contrario detenga el ataque.
Sí, lo que a usted le parece
una forma humana, solidaria e inteligente de afrontar un contratiempo, para
quienes luchan por el poder es sólo una oportunidad para intentar cambiar las
condiciones de combate.
Visto así, me queda claro
que la pandemia puso en desventaja a quienes tienen el poder y que quienes
piden la inducia, los representan. Por lo dicho, porque entiendo que la opinión
pública importa más que la desgracia que la produzca y porque sé que la paz
superficial no da beneficios concretos a la población en situación de emergencia
humanitaria sino a los contendientes porque les permite ajustar estrategias, es
que digo que la lucha por el poder continuará –y así debe ser– sin tregua.
25-04-20
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