Por Gregorio Salazar
Por los cuatro puntos
cardinales reina la sensación de que en Venezuela marchamos hacia una situación
límite, un estado de cosas en el que de nada servirán las autoalabanzas de
Maduro diciendo que campea victorioso sobre la epidemia porque su curva de
contagio luce aplanadita.
Hay otras curvas de contagio
que se abomban peligrosamente, que van buscando formas de campana a medida que
se multiplican los focos de protesta de la ciudadanía a la que la inmovilidad
forzada por la cuarentena deja en condiciones muchísimo más precarias que antes
de la presencia del Covid-19.
Desde abajo, desde las
entrañas del pueblo se eleva el fragor de la angustia que explota en las
calles. El abanico de carencias que padecen los venezolanos no se parece a la
de ningún otro pueblo afectado por la pandemia, aunque el discurso oficial se
siga mostrando “asintomático”, pues hace que no se da por enterado de lo que se
nos viene encima.
Ubique usted a más de cinco
millones de trabajadores informales, de esos que se ganan en la calle el pan
diario en los sectores del comercio y los alimentos, y hoy están imposibilitados
de hacerlo por la cuarentena, en medio del colapso que ocasiona la falta de
agua, de gas, de electricidad, una sequía total de gasolina que ha aislado a
productores de quienes distribuyen, mercadean y consumen, siendo víctimas
también de un nuevo salto inflacionario y tendrá una idea bien aproximada del
cuadro existencial que los agobia.
La Alianza Sindical
Independiente (ASI) estima que de esos más de 5 millones de informales el 65 %
son mujeres jefes de hogar, 39 % sufre de enfermedades ocupacionales y un 60 %
vive en condiciones de pobreza. Y si vamos a quienes reciben el salario mínimo
se encuentra que con el último salto que dio el dólar, tanto el del BCV como el
paralelo, se ubica en un insignificante dólar con 72 céntimos.
Una vida medianamente normal
está negada para los venezolanos con o sin pandemia.
Esta ha sido, pues, una
semana tumultuaria: Churuguara, Araya, Cumanacoa, Guanare, Punta de Mata,
Upata, Socopó, Maturín, Barinas, han sido escenario de saqueos o protestas de
calle frente a una situación que se ha tornado insoportable. En Upata la
represión dejó su primera víctima fatal, más dos heridos de bala y diez
detenidos. Las versiones que corren en esa ciudad guayanesa es que las
autoridades ofrecen gasolinas a motorizados y grupos de colectivos a
cambio de que intimiden a la ciudadanía.
Como agregado, un nuevo
escándalo con más evidencias de que cuerpos policiales, militares y personeros
del oficialismo han sido calados por el narcotráfico, realidad que viene siendo
señalada dentro y fuera del país.
En un país que se desmorona
el narcotráfico ha ido ejerciendo cada vez con mayor alcance y expansión su rol
de “estado paralelo”.
Lo insólito es que sin
ingresos, aislados de la comunidad democrática internacional, rechazados por
más del 80% de la población, sin mayor margen de maniobra para poder resolver
la profunda crisis nacional los jerarcas del chavismo continúen enseñoreados en
el poder y sin dar muestras de querer entenderse con ningún otro sector
político, empresarial o institucional, a menos que se le acerquen en plan de
sumisión.
No sabemos cuánto tiempo más
se llevará la cuarentena y salir definitivamente de la amenaza epidemiológica,
pero lo que sí está claro es que por la vía que vamos la situación será
insostenible para millones de venezolanos, como ya se aprecia.
Es una situación al límite,
que bordea los linderos de una enorme tragedia que la responsabilidad política
aún puede evitar. Parece todavía distante y la espera tal vez puede ser
ingenua, pero si no ahora, ¿cuándo?
26-04-20
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