Por Antonio Pérez Esclarín
Estos días navideños
son muy propicios para promover, como nos pide el Papa Francisco, la revolución
sanadora de la ternura, es decir, poner nuestra vida al servicio del hermano,
tratar a todos con cariño y buscar su bienestar. El Pesebre de Belén es
expresión de esa infinita ternura de Dios que se hace niño desvalido y pobre y
nos invita a construir un mundo de paz y de amor. Dios aborrece la violencia,
la injusticia, la miseria, y quiere que vivamos como hermanos y privilegiemos a
los más carentes y necesitados. La ternura es siempre misericordiosa, expresión
serena de un profundo respeto. Se muestra en el detalle sutil, en la mirada
cómplice, en la sonrisa alegre, en la escucha atenta, en la palabra cariñosa,
en el abrazo sincero. Sólo mediante la ternura podremos curar nuestras
profundas heridas y empezar a reconciliarnos como conciudadanos y
hermanos.
Gandhi decía que el amor exige coraje, y que un cobarde es incapaz de mostrar
amor. La ternura no es blanda, sino fuerte, firme y audaz, porque se muestra
sin barreras y sin miedo. Puede entenderse no sólo como un acto de coraje, sino
también de voluntad para mantener y reforzar los vínculos de relaciones sanas.
La ternura hace fuerte el amor y enciende la chispa de la alegría en la
adversidad. Gracias a ella, toda relación se hace más profunda y duradera
porque su expresión no es más que un síntoma del deseo de que el otro esté
bien.
La ternura encuentra en los momentos difíciles un espacio ideal para
desarrollar su extraordinario valor. Por ello, en estos momentos donde en
Venezuela las personas sufrimos tanto y el Covid-19 con su secuela de
incertidumbre y muerte, ha venido a profundizar los sufrimientos, debemos
expresar afecto, escuchar con atención, hacernos cargo de los problemas de los
demás, cultivar los detalles, acompañar, estar física y anímicamente en el
momento adecuado… que son actos de entrega cargados de significado. Gracias a
la ternura, se crean vínculos cercanos y sólidos en las relaciones de ayuda, y
se evita la soberbia y humillación. Sin ternura es difícil que prosperen
relaciones sanas de ayuda.
“Una palabra salida del corazón calienta durante tres inviernos”, dice un
proverbio chino. Ese calor favorece la relación sanadora y se traduce en amor,
misericordia, estima, expresión o palabra cariñosa y afectuosa, simpatía.
La doctora Elisabeth Kübler-Ross, famosa por su acompañamiento a miles de
enfermos terminales , que nos ha dejado sus experiencias en una serie de
libros, no duda en afirmar que los recuerdos que más nos acompañan en los
últimos instantes de nuestra vida no tienen que ver con momentos de triunfo o
de éxito, sino con experiencias de ternura, de encuentro profundo con un ser
amado, momentos de intimidad cargados de significado: palabras de gratitud,
caricias, miradas, un adiós, un reencuentro, un gracias, un perdón, un “te
quiero”. Son esos instantes los que quedan grabados en la memoria gracias a la
luz de la ternura que revela la excelencia del ser humano a través del cuidado
y el afecto.
La ternura se relaciona con la dulzura, y nos hace más flexibles. Sin ternura
nos volvemos rígidos y duros, y todos necesitamos de ese “calor humano” en las
relaciones con los otros, sobre todo si pretendemos ayudarlos, pues la ternura
posibilita que el ayudado se sienta cobijado, tratado con respeto, sin juicios
ni intromisiones. Todo al servicio de la persona herida y como despliegue de
una actitud servicial y humilde.
pesclarin@gmail.com
22-12-20
https://www.eluniversal.com/el-universal/87093/la-revolucion-de-la-ternura
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