Pedro Luis Echeverría 16 de diciembre de 2020
El pasado domingo 12 del corriente, una importante
cantidad de ciudadanos venezolanos se pronunció de forma inequívoca para
decirle al país y al resto del mundo que estamos militantemente comprometidos
con la búsqueda de la solución que más convenga al colapso que sufre la
república, después de tantos años de la pésima gestión del chavismo-madurismo.
Ese día, además de dar positiva respuesta a las
preguntas contempladas en la Consulta Popular, gritamos estentóreamente que el
país ya no soporta un estrafalario, negligente y perverso régimen –que emergió
de la nada– y que solo ha traído miseria, hambre, depauperación, dolor y
división familiar, desolación y desesperanza a la mayoría de los venezolanos.
Dijimos, también, que una cofradía del
chavismo-madurismo, integrada por aventureros y malvivientes trashumantes de la
política y del delito, confabulados con una logia de militares felones y
corruptos, se apropió del poder y estableció, como forma de gobernar, el
usufructo de los bienes del país como un botín de guerra o como el reparto de
proventos entre filibusteros de baja ralea.
Que desde ese entonces, la nación fue lanzada a un
profundo abismo en donde campean las corruptelas, la destrucción institucional,
inconvenientes cambios en los valores de la sociedad y falsas promesas de
progreso, que no han dejado nada que pueda ser reconocido o valorado como una
obra o definición de políticas cuyos resultados hayan producido positivas
consecuencias para el presente y el futuro de los venezolanos.
La degradación que ha sufrido la patria a través de
estos lúgubres, largos y estériles años en los que el régimen ha desgobernado,
no tiene parangón en nuestra historia.
Este ha sido un régimen que no supo entender la
realidad del país y que no pudo o no quiso resolver los acuciantes problemas
que el común de la gente aspiraba que fueran resueltos.
Eso ha sido así porque el régimen imperante siempre ha
tenido como objetivos fundamentales: subyugar y degradar a la sociedad y
hacerla cada vez más vulnerable y dependiente del Estado, mediante la perversa
distribución selectiva de cuotas de poder, dádivas y prebendas. Están decididos
a mantener el poder a cualquier costo sin importarle las consecuencias que tal
actitud les pueda acarrear a los ciudadanos.
Han permitido y aupado una gigantesca y obscena red de
corrupción en la que medran diversas camarillas afectas al gobierno, para enriquecerse escandalosamente en desmedro
de los principios fundamentales que un buen gobierno debe observar, como son,
entre otros: la defensa del orden constitucional, hacer crecer el PIB, abatir
la hiperinflación, detener la emisión de moneda sin respaldo, ampliar la red de
protección social, garantizar el suministro de alimentos, medicinas, insumos y
otros bienes y servicios que necesitan las empresas y la gente.
Los desastrosos resultados que muestran todos los
indicadores que se relacionan con la condición humana, con el desenvolvimiento
económico y con el fortalecimiento y consolidación del país, demuestran que la
dictadura y su modelo no han servido para nada, que ha fracasado rotundamente.
Por tales razones, el evento político del pasado 12D,
demostró que nos hemos negado a seguir ese camino y a pesar de tener sobrados
motivos para estar amargados, escépticos; continuamos aspirando a algo mejor y
más elevado con la visión que en la audacia está la esperanza.
Es imperativo echar del poder a la dictadura antes de
que la profundidad de la destrucción que está causando haga inviables y
sumamente onerosos los esfuerzos y acciones que hay que realizar para la futura
recuperación.
Pongamos en marcha nuestras capacidades, hagamos de la
unidad nuestro baluarte para la acción. En síntesis, no desperdiciemos la
posibilidad de hacer valer nuestra opinión, ratificar nuestra tradición democrática
y profundizar nuestra participación política para influir en los hechos que
marcan la suerte presente y futura del país. Empujar los necesarios cambios que
nuestra conciencia y convicciones nos reclama, no acepta demoras, dudas o
vacilaciones; no habrá mañana si hoy no hacemos lo que tenemos que
hacer.
Pedro
Luis Echeverría
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