Por Tomás Páez
La Real Academia define
la xenofobia como rechazo al extranjero, discriminación por razones de carácter
ideológico, actitudes y conductas excluyentes de desprecio al otro, expresa
prejuicios muy arraigados, incluye la incitación pública a la violencia contra
determinado grupo de personas: “freír la cabeza de adecos y copeyanos”,
“prohibir el retorno de los compatriotas”; violación del derecho humano a la
movilidad al considerar al “retornado como arma bioterrorista”, estigmatización
de los ciudadanos al llamarlos lavaretretes o imbéciles, burlarse de manera
sádica de los ahogados en las costas de Güiria y considerar a los venezolanos
como extranjeros y enemigos indeseables por no compartir la “ideología del
socialismo del siglo XXI”.
No se puede atribuir a
la casualidad que la Corte Penal Internacional haya determinado que la
dictadura de Maduro comete crímenes de lesa humanidad. El régimen ostenta un
extenso prontuario xenófobo y cínico, cuyo signo más evidente es ignorar la
formidable dimensión de la diáspora venezolana, contando para ello con el
mutismo cómplice del Instituto Nacional de Estadísticas. Desconoce y se
desentiende de más de 20% de la población, mientras los países receptores
cobijan a más de 6 millones de venezolanos, contundente evidencia de la
xenofobia que el régimen ejerce con sistemática desmesura.
Quienes desempeñan
funciones de gobierno forman parte de esa camada de mentirosos patológicos a
quienes importan poco las evidencias y la realidad del desplazamiento humano
que ha sido documentado, fotografiado, filmado, investigado y el cual preocupa
y del cual se ocupa el mundo decente. Viene a mi memoria una anécdota del
primer encuentro de Winston Churchill con Stalin. El primero preguntó por el
destino de los “Kulak”, propietarios de pymes del campo a quienes el régimen
socialista estigmatizó, por su osadía de enfrentarse a la estatización que
promovía el régimen socialista, en la cual no solo perdieron sus propiedades,
sino también sus vidas. Stalin respondió, con absoluto desdén: “Ah, se han
marchado”.
Ante el desconocimiento
y negación de la diáspora por parte del régimen, palidecen las declaraciones
xenófobas de las diputadas de Panamá y Perú, las de la alcaldesa de Bogotá y
hasta las inhumanas declaraciones de los voceros del gobierno de Trinidad y
Tobago intentando justificar las violaciones de los acuerdos y convenciones
internacionales. El silencio del régimen solo destila un odio contumaz.
Las manifestaciones y
expresiones de algunos voceros en el mundo, absolutamente reprochables, se fundan
en mitos, falacias y nacionalismos estériles, desconocedores de los derechos
del individuo, verdaderos obstáculos a la integración y la cooperación. Aunque
aparentemente opuesta, la “estrategia de vulnerabilización” de la diáspora se
sitúa en idéntica dirección. Tales falacias sirven de sustento a políticas que
avivan la migración irregular, aumentando los costos de la legalidad.
Las declaraciones de
estos voceros y las imágenes contentivas de actos xenófobos reciben una
atención especial en los medios y se viralizan con rapidez. Desafortunadamente,
no reciben el mismo trato las acciones generosas e integradoras de personas,
organizaciones y gobiernos que acogen a los migrantes con independencia de su
condición. En estos casos, la “viralidad” escasea y las redes enmudecen.
Tras las noticias y la
información es posible identificar las falacias, inmutables y maleables a un
mismo tiempo, argumentos manidos aplicados a distintas nacionalidades a lo
largo de la historia: carecen de fecha de caducidad. Sobre ellos se fundan
políticas migratorias restrictivas y actos xenófobos. Estos mitos y
falacias fueron abordados en el reciente encuentro, promovido por la
Florida Global University, dedicado al análisis de la relación “Medios,
diáspora y xenofobia”, a partir de las investigaciones pioneras de las
Universidades de la Sabana (Colombia) y Austral (Argentina) y el respaldo de la
Secretaría de Promoción de la Democracia de la OEA.
Estas creencias sin
fundamento conspiran contra el diseño y ejecución de una estrategia de
gobernanza de la diáspora, ya que omiten y desconocen la relación existente
entre migración y desarrollo. Esta supresión impide comprender el papel
desempeñado por la diáspora en áreas como el comercio internacional, las
inversiones, la demanda agregada y la transferencia de tecnología, entre otros.
Los temas migratorios,
como los ambientales, son por definición transnacionales y les resulta
excesivamente limitante la idea de los “nacionalismos metodológicos” o la
“identidad nacional”. Se trata de fenómenos que no conocen de fronteras y, pese
a ello, han servido como criterios para restringir el desplazamiento humano. El
“nacionalismo”, terreno fértil para el totalitarismo, es capaz de transformar
personas sensibles y preocupadas por el bienestar de su vecino en aguerridos
enemigos de la inmigración. Me ha tocado vivirlo muy de cerca con amigos muy
queridos.
Es usual que nos
pregunten por obstáculos impuestos en otros países al ingreso de nuestros
compatriotas, que indaguen por los maltratos recibidos en algunos países. En
los últimos días la atención se ha centrado en el gobierno de Trinidad, de los
pocos que reconoce al Sr. Maduro, responsable de separar familias y dejar a la
deriva, en pequeñas embarcaciones, a varias decenas de venezolanos. Nuestra
historia como país de inmigrantes nos otorga la autoridad para reprochar los
malos tratos y vejaciones sufridas por nuestros compatriotas en otros países,
pero en ese reclamo el primer lugar lo ocupa el régimen venezolano: destructor,
promotor de diáspora y xenófobo
La xenofobia es una
política que corroboran los más conspicuos voceros del régimen, lo que permite
generalizarlo a todos sus representantes, nacional e internacionalmente. En
cambio, nuestros reproches en el plano internacional no pueden generalizarse,
exceptuando posiblemente casos específicos como el de Trinidad y Tobago.
Políticos y partidos en el mundo han fundamentado su carrera estimulando el
miedo al otro, al migrante, a quien identifica como un enemigo peligroso. Lo
hace basado en hipótesis comprobadamente falsas. Las declaraciones de algunos
no comprometen a la mayoría de los gobiernos de la región, cuyas demostraciones
y disposición a integrar y aprovechar el inmenso capital humano y el bono
demográfico que ofrece la diáspora está fuera de toda duda.
Un fenómeno tan
diverso, plural y complejo como el de la diáspora venezolana, hemos insistido,
no admite generalizaciones rápidas o categorías simplificadoras. En ella
también hacen vida las megabandas transnacionales de la droga, el tráfico de
niños y jóvenes y los “PRANES” de la política. Los desmanes cometidos,
asesinatos, robos, etc., nutren la información en los medios en los países
receptores.
Por fortuna, la mayor
parte de los países de la región resguardan con celo la libertad de expresión y
permiten el debate de enfoques e ideas y la crítica a la forma de gerenciar la
información. Este tesoro, la libertad de expresión, nos advierte de las
falacias que envuelven la forma y contenido de ciertas informaciones, sin
asidero alguno en la realidad y favorecedoras de comportamientos violentos,
perjudiciales a la convivencia y la integración. Es inadecuado y contrario a la
libertad de expresión limitarla o coartarla, de hecho hay miles de sitios web
dedicados a proclamar el rechazo al otro. Lo procedente es desmontar los
contenidos y combatirlos en el plano de las ideas, en el de las evidencias y en
el de los datos y demostrar el sesgo en la gestión de la información.
Los medios son
portentos aliados capaces de evidenciar el escaso sustento de creencias
arraigadas y generadoras de xenofobia. Poseen la virtud y la capacidad de
ofrecer información mejor sustentada y menos sesgada, lo cual facilita y reduce
los costos de la integración, hecho que favorece la cooperación, la
reciprocidad y la participación de los migrantes. Como afirma Hume, todos
estaríamos mejor si es posible y se instala la cooperación y ésta se basa en el
reconocimiento del valor mutuo de los participantes. Es abundante la tela de la
cual cortar: la migración favorece el desarrollo, reduce la pobreza y
propicia el crecimiento global; colocar barreras, muros y vallas a los
migrantes tiene efectos negativos y genera el empobrecimiento de todos.
Colocar el foco en los
derechos del individuo y en los derechos humanos es una enorme contribución a
la superación de las falacias, lo cual contribuye a mejorar la calidad de la
información que ofrecen los medios. Aquí también conviene evitar las
generalizaciones apresuradas y establecer con datos a los responsables de
propiciar conductas xenófobas.
Estaríamos haciendo una
extraordinaria contribución al diseño y ejecución de una estrategia de
gobernanza de la diáspora para aprovechar las inmensas oportunidades que
ofrecen los desplazamientos humanos. Quienes dirigen los medios y las élites
intelectuales, sociales, políticas y económicas, de Latinoamérica y Venezuela
tienen ante sí un importante desafío: construir una estrategia para la nueva
geografía que la diáspora está fraguando y cuyos aportes al desarrollo admiten
poca discusión.
17-12-20
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